domingo, enero 29, 2006

El gran árbol de la cultura vasca se ha escrito con la savia del idioma español


ANTONIO ASTORGA

Las Juntas Generales de Guipúzcoa han ninguneado los 50 años de la muerte de Pío Baroja, colaborador ilustre de ABC. Él y otros grandes nombres han enriquecido desde el castellano la cultura vasca


MADRID. «Yo soy, por mis antecedentes, una mezcla de vasco y de lombardo: siete octavos de vasco por uno de lombardo». Pío Baroja -dionisiaco y sabio pesimista, vasco universal y gran paisajista de la literatura española- se consideraba antihistórico, antirretórico y antitradicionalista. Confesaba que el fuste vasco había influido en él, esculpiendo un fondo espiritual, inquieto y turbulento, pero su vitalísima prosa castellana tuvo, tiene y tendrá un peso mayor en la literatura vasca pese a quien pese.

El autor de «El árbol de la ciencia» sentía una fuerte aspiración ética y era enemigo fanático del pasado porque todos los pasados, y en particular el español, le parecían negros, sombríos, poco humanos... Pues bien, a este creador genial y atrabiliario le acaba de ningunear el nacionalismo excluyente, que no quiere conmemorar el medio siglo de su muerte porque escribía en español. Lo cual -escribir en español- conculca la triada Territorio, Historia y Lengua sobre la que se pretende la Construcción Nacional Vasca. ¿Se ningunea a Baroja por un despiste? En absoluto. Allá por 1918 decía Baroja en «Las horas solitarias»: «Yo no sólo soy enemigo del nacionalismo, sino de la idea misma de patria. «El mundo para todos los hombres», ése sería mi lema, y si éste pareciese demasiado amplio, me contentaría con este otro: «Europa para los europeos»». Cuando hoy se abaten las fronteras en Europa, algunos quieren levantarlas en España.

En fin, Baroja también era el 98, generación que tuvo una gran impronta vasca. Así, Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936), filósofo y creador en verso y en prosa, vasco de origen y castellano de vocación, quien sostenía que la modernización del País Vasco pasaba por el uso del español. Su concepción de la lengua como «sangre del alma y espíritu» residía ineludiblemente en el cultivo del castellano, quedebía ser la lengua de la modernización de su tierra vasca. Alguien le llamó «excitator hispaniae» y en excitar, estimular e incitar se le pasó la vida.

En cuanto a Ramiro de Maeztu (Vitoria, 1875-Aravaca, 1936), hijo de padre vasco, veló sus primeras armas periodísticas en Bilbao, a los 18 años. El gobierno de Primo de Rivera le nombró en 1928 embajador de España en Argentina. Allí tuvo ocasión de tratar con Zacarías de Vizcarra, el introductor en 1926 de la idea de la «hispanidad», de la que se dice que Maeztu fue apóstol.

Ya en medio del siglo XX otro Baroja fue no menos puntal de la cultura vasca por mucho que naciera y muriera en Madrid: el antropólogo Julio Caro (1914-1995), quien dominaba el euskera pero escribía en español y mantenía una relación no menos tensa con los actuales nacionalistas. En poesía, Gabriel Celaya (Hernani, 1911-Madrid, 1991), militante comunista, fue un altísimo representante de la gran poesía social y optó por el castellano como arma de combate. También el fuego poético del bilbaíno Blas de Otero ha avivado la poesía española del último medio siglo. Lírico «fieramente humano», en «Pido la paz y la palabra» y «En castellano» aborda al hombre español y su circunstancia. El escultor Jorge Oteiza (Orio, 1908-San Sebastián, 2003) creador de una obra indisoluble de la cultura y el paisaje vasco, asimismo escribía poesía en castellano como su «Androcanto» (1956). Esa generación también tuvo grandes narradores como Luis Martín Santos (1924-1964) quien nació en Larache pero vivió en San Sebastián a partir de los cinco años; e Ignacio Aldecoa (Vitoria, 1925-Madrid, 1969).

«Verdes valles, colinas rojas»

Ya entre los vivos, el novelista Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) ha recreado la saga de un pueblo vasco en «Verdes valles, colinas rojas». Por su parte, el historiador Miguel Artola (San Sebastián, 1923), que ha dedicado su vida al estudio de la transición desde el Antiguo Regimen a la modernidad, también ha recreado la historia de su San Sebastián natal. Otros vascos destacan con el maestro en el estudio de la historia propia y española como Juan Pablo Fusi (San Sebastián, 1945), autor de «Política obrera en el País Vasco 1880-1923», «El problema vasco en la Segunda República» y «El País Vasco»); y Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942), el más importante divulgador de la historia de España en nuestros días. Y hay vascos que piensan en español como el filósofo Fernando Savater (San Sebastián, 1947), explorador de las obras de Cioran y Nietzsche, especialista en ética, hombre de saberes dieciochescos y activísimo miembro del Foro de Ermua; o el ensayista Jon Juaristi (Bilbao, 1951), quien pudo despertar del fanatismo de la identidad vasca y desentrañar las claves del victimismo nacionalista en «El bucle melancólico» y «La némesis sagrada». También hay vascos periodistas que brillan y viajan en castellano como Manu Leguineche (Arrazua, 1941).

Y, para terminar, una gavilla de vascos de las últimas hornadas que narran en español como la popularísima Lucía Etxebarría (Bermeo, 1964); el espléndido autor de «Fuegos con limón» Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959); y Pedro Ugarte (Bilbao, 1963), finalista del premio Herralde en 1996 con «Los cuerpos de las nadadores», con quien ponemos fin a una relación que podría continuar en un largo suma y sigue.

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