martes, enero 24, 2006

El fin del Estado

Javier Orrico
periodistadigital.com
23.01.06

Lo que nos cost� doscientos a�os conseguir, un estado democr�tico, no ha tardado ni dos a�os en destruirlo el ZPsoe. Como sea. So�aron los liberales autores de la Constituci�n de 1812, hijos del esp�ritu ilustrado, de la utop�a emancipadora, con un Estado que le diera a lo que siempre hab�a existido, la naci�n espa�ola, los espa�oles, una arquitectura legal igualitaria, una cohesi�n fundada no en la raza, ni en la sangre, ni en la etnia, sino en el derecho, en la ciudadan�a que acabara con los privilegios del Antiguo R�gimen, con la divisi�n estamental y territorial, y con el sometimiento a que condenaba su ignorancia de la lengua universal y com�n a los hijos pobres, a las capas rurales, de la Espa�a no castellana. Creyeron que la ley para todos, la eliminaci�n de las fronteras interiores, el acceso a un mercado �nico, la unidad fiscal, las comunicaciones, las garant�as legales frente a los caciques locales, la educaci�n universal que desterrar�a el oscurantismo y la superstici�n religiosa, todo lo que recorr�a Europa en un grito de libertad, articulado en el Estado nacional, nos traer�a el fin de nuestra decadencia, nos devolver�a al lugar que hab�amos dejado de ocupar en el mundo.

Todo ese sue�o, encarnado en otra Constituci�n, la de 1978, generosa hasta el l�mite, concebida para superar las heridas del odio entre hermanos, es lo que este ZP, este personaje cuya val�a se reduce a ser una sigla afortunada, esta cosa siniestra que ya no s� c�mo calificar, este caldo concentrado de resentimiento hist�rico, acaba de despachar entre frases babosas, reuniones de conspirador de barril, y pensamientos profundos del tipo ?no hay que discutir por los conceptos?.

Contrariamente a los nacionalistas, claro, creo que de lo que Espa�a ha carecido hist�ricamente no ha sido de la naci�n, sino del Estado, que es lo que ellos se empe�an en decir que somos y que no fuimos nunca. Para desgracia de todos, la �nica naci�n sin Estado es precisamente Espa�a. Si hubi�ramos conseguido ser un Estado de verdad, un Estado moderno, hace mucho tiempo que habr�amos salido de esta eterna discusi�n decimon�nica, s�, a�n y precisamente porque en el XIX las fuerzas reaccionarias y unos gobernantes taimados y desleales, como Fernando VII (el ZP de su tiempo), o directamente incompetentes hasta la cesi�n ante el foralismo y los campanarios, hab�an hecho imposible la construcci�n de unas estructuras nuevas que nos incorporaran a la modernidad. Y el Estado se edificaba sobre la extensi�n de la ense�anza, de una cultura compartida que convirtiera a los s�bditos en ciudadanos, a los esclavos en hombres libres. Por eso, quiz�s no haya en estos momentos una obra tan oportuna y necesaria como ?Educaci�n y nacionalismo? (Edit. Txertoa, San Sebasti�n, 2005), de Ernesto Ladr�n de Guevara.

El libro de Ladr�n de Guevara, resultado de la investigaci�n y la experiencia directa, es la narraci�n espeluznante de ese fracaso espa�ol en la construcci�n de un Estado para todos que ahora culmina ZP con su rendici�n final, para provecho propio y desgracia de Espa�a, ante el nacionalismo �tnico-ling��stico. (Lo digo yo y Joaqu�n Leguina y cualquier dem�crata que a�n conserve un m�nimo de decencia.)

Apoyado en una abundant�sima documentaci�n, inapelable, y en su condici�n de maestro y doctor en Pedagog�a, adem�s de una larga e intensa vida pol�tica, que le ha llevado desde las filas del PSE-PSOE -donde lleg� a ser asesor de la Delegaci�n del Gobierno y delegado de Educaci�n en �lava durante los a�os ochenta- a su actual condici�n de diputado foral por Unidad Alavesa, y a tener que vivir con escolta, Ernesto Ladr�n de Guevara inicia su obra con un repaso detallado de la resistencia del tradicionalismo y el carlismo vascos a ceder el control educativo, y con �l, por supuesto, el ideol�gico y moral, desde el instante mismo en que el Estado liberal se propuso la tarea ilustrada de impartir una ense�anza para todos los espa�oles.

Se trataba de impedir, a toda costa, que el malvado liberalismo, la blasfemia y la irreverencia penetraran en las dulces almas eusk�ricas, siempre protegidas entre las sotanas y las diferencias de sangre. Y ello, bajo la especie de la lengua, usada desde el primer momento como emblema identitario y no como elemento de comunicaci�n; y de una supuesta naturaleza moral distinta por cuya pureza velaba la Iglesia vasca. Sobre la raza, los fueros viejos y el vascuence se construyeron, pues, las barreras que impidieron al Estado democr�tico llegar a implantarse en los territorios vascos. Y como el poder central fue d�bil y transigi�, el siglo XIX, cuando en toda Europa se levantaron las naciones modernas, fue entre nosotros un siglo perdido.

Lo que vino luego es una historia, desdichadamente familiar, que ha conducido a esta antesala de la separaci�n en que nos encontramos: el surgimiento del nacionalismo, la represi�n franquista, y la llegada de una democracia que, como el Estado liberal, nunca ha conseguido entrar en Vasconia, hoy llamada Euskadi (el nombre que le puso el racista Arana, inventor de todo este disparate) para consignar, desde el nombre mismo, la en�sima derrota del liberalismo.

La escuela nacionalista, edificada a imagen de lo peor de la escuela nacional-cat�lica-franquista, y s�lo posible gracias a las concesiones de la joven democracia, ha terminado por ser el instrumento esencial para la ?construcci�n nacional vasca? (y catalana). Es decir, para edificar nuevas naciones soberanas (porque no existe naci�n sin soberan�a) donde nunca las hubo, y, al final, Estados propios y distintos del espa�ol que garanticen la permanencia de los privilegios en las manos de siempre. En eso est�n, en un sistema educativo utilizado en el Pa�s Vasco (y Catalu�a), durante los �ltimos veinticinco a�os, no como un instrumento de cultura, sino justamente de lo contrario, de aculturaci�n, de adhesi�n irracional a los postulados del nacionalismo.

Para ello, adem�s de la LOGSE y sus pedagog�as aldeanas del ?entonno? inmediato, el terror y la presi�n social al estilo nazi: la lengua como excusa para expulsar a los profesores no suficientemente adictos, con el apoyo de los sindicatos abertzales (ELA, LAB y STEES); el feroz adoctrinamiento a trav�s de los libros de texto y la ?nacionalizaci�n? de la Universidad y, por tanto, de los docentes de todos los niveles; la eliminaci�n paulatina de la ense�anza en castellano, hasta una pr�ctica inmersi�n total en euskera bat�a; y, as�, la identificaci�n entre ser vasco leal-hablar euskera-comulgar nacionalista, hasta aplastar, incluyendo el asesinato si falta hac�a, a quienes se opusieran a esas ?libertades? vascas consistentes en anular al individuo e imponer la aceptaci�n identitaria como �nica v�a para la subsistencia misma.

?Educaci�n y nacionalismo?, boicoteado en las librer�as vascas y catalanas, es el relato de una pesadilla, de muchas cobard�as, de cesiones y traiciones, de abandonos y errores que han abierto camino al movimiento nacional-socialista que hoy se ense�orea de las Vascongadas (y de Catalu�a), donde la confusi�n entre Lengua-Escuela-Pueblo-Partido-Naci�n ha hecho imposible la democracia. Es el relato, en fin, de las v�as por las que Zapatero y el PS0E se empe�an en hacernos fracasar una vez m�s, y quiz�s para siempre.

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