Federico Quevedo
El confidencial Viernes
20 de enero de 2006
Me van a permitir que les haga una confesi�n muy dolorosa, que les cuente la intimidad de algo que, por otra parte, es ya norma de conducta en cientos, miles, de hogares espa�oles: en mi casa paterna hemos prohibido los debates sobre pol�tica y aquellos otros temas que puedan generar tensiones. Esto no ocurr�a antes. Cuando nos reun�amos se hablaba de todo, cada uno expon�a su opini�n, y rara era la vez en que una discusi�n acababa en bronca, enfado y malestar por alguna parte. Ahora s� ocurre, y cada vez son m�s los lectores y amigos que me trasladan experiencias parecidas, situaciones de crispaci�n y tensi�n en el entorno familiar y de amistad hasta ahora desconocidas, hasta el punto de que en muchos hogares y algunos lugares p�blicos han tenido que colgar el cartel de ?prohibido hablar de pol�tica? al lado del de ?prohibido fumar?. En este pa�s en el que siempre nos ha gustado la pol�mica y el debate, ahora ese noble ejercicio de la discrepancia empieza a ser una actividad arriesgada.
En los �ltimos meses se ha generalizado un clima de enfrentamiento desconocido en los �ltimos cuarenta a�os y, si me apuran, desde aquellos tiempos de la II Rep�blica que dieron paso a la Guerra Civil. Ya desde su victoria electoral gracias a los atentados del 11-M, el presidente Rodr�guez fue motivo de tensiones, pocas en aquel momento, pero precursoras de las que vendr�an despu�s. Sin embargo, en lugar de corregir esa tendencia, el presidente ha sido detonante, probablemente consciente, de ese enfrentamiento, hoy por hoy verbal pero en algunos casos muy violentos, entre los espa�oles que se dicen de centro derecha y los que se dicen de izquierdas. Para ser ecu�nime, debo reconocer que las tensiones afloraron con el Gobierno del PP, siendo Aznar presidente, y a ra�z de la Guerra de Iraq. Pero ya entonces la reacci�n de la izquierda fue airada y sobredimensionada contra la derecha.
Rodr�guez se present� entonces ante la sociedad como el palad�n del talante, del di�logo, del consenso, del saber escuchar la voz de la calle, de la transparencia y del buen Gobierno. Es decir, como la receta para acabar con esa enfermedad. Pero ha sido todo lo contrario. Su pol�tica ha estado dirigida a buscar el enfrentamiento y la confrontaci�n, y no puede por menos que dolerme en el alma el pensar que un pa�s que ha dado pasos tan significativos a favor de la concordia y el encuentro, hoy se mire a los ojos con la mirada del odio, el rencor y la revancha. Rodr�guez es, en s� mismo, una plaga de odio, un sembrador de ciza�a, un ave de mal ag�ero, un embaucador, un echador del mal de ojo que parece habernos se�alado a todos con el dedo de la divisi�n y la disputa. Lean, sino, el foro que sigue a continuaci�n de esta columna, y eso que cuando las opiniones exceden de las m�s elementales normas de cortes�a ?lo cual sucede con frecuencia-, no se publican.
Desde sus primeros compases este Gobierno ha trabajado arduamente por buscar espacios de desencuentro. Lo ha hecho en casi todas y cada una de las leyes que ha remitido al Congreso, desde la de los matrimonios homosexuales hasta la de Educaci�n. Ha forzado la disputa entre comunidades y esta misma semana se ha consumado el expolio nocturno y alevoso del Archivo de Salamanca, flaco favor a la Historia y a la unidad de nuestro patrimonio com�n. Pero es en la claudicaci�n a las exigencias de la dictadura nacionalista donde Rodr�guez se ha puesto en evidencia. Ha elegido a los terroristas antes que a sus v�ctimas y, si por �l fuera, Batasuna hubiera celebrado su Congreso custodiado por la Guardia Civil. Ha pactado la autodeterminaci�n del Pa�s Vasco y el acercamiento de presos, adem�s de la libertad de muchos de ellos, sin nada a cambio, al menos por ahora, y pagando precios muy elevados por su atrevimiento. Y negocia en la clandestinidad el proceso soberanista catal�n y la ruptura definitiva del modelo de Estado, al tiempo que aquella Comunidad se imprime de un car�cter aut�rquico que lleva al punto de forzar huelgas de hambre en defensa del idioma com�n de todos los espa�oles, mientras el Gobierno mira para otro lado. �Es esto normal?
No. Y el problema es que las fracturas provocadas por esta pol�tica frentista y frentepopulista van a ser muy dif�ciles de reconducir en el corto plazo. Las tensiones generadas en la sociedad, los enfrentamientos en las propias familias, grupos de amigos, compa�eros de trabajo, se superar�n a costa de grandes dosis de generosidad, pero Rodr�guez pasar� a la historia como el presidente que consigui� enfrentarnos de nuevo, unos contra otros, a costa de romper todos los consensos que hicieron posible la convivencia en paz y libertad de estos treinta a�os. Me cuesta creer que eso sea lo que queramos la mayor�a de los espa�oles. Me cuesta creer que entre convivencia y confrontaci�n elijamos lo segundo. Me cuesta creer que hayamos olvidado tan r�pidamente lo mucho que nos ha costado superar nuestros rencores y rencillas, y lo bien que nos sent�amos por haberlo logrado. Me cuesta creerlo y pienso que, en alg�n momento, volver� a imperar el sentido com�n y la sociedad enviar� a Rodr�guez a alg�n rinc�n de la Historia. Pero, si no es as�, solo nos quedar� llorar l�grimas de amargura en recuerdo de lo que fuimos.
El confidencial Viernes
20 de enero de 2006
Me van a permitir que les haga una confesi�n muy dolorosa, que les cuente la intimidad de algo que, por otra parte, es ya norma de conducta en cientos, miles, de hogares espa�oles: en mi casa paterna hemos prohibido los debates sobre pol�tica y aquellos otros temas que puedan generar tensiones. Esto no ocurr�a antes. Cuando nos reun�amos se hablaba de todo, cada uno expon�a su opini�n, y rara era la vez en que una discusi�n acababa en bronca, enfado y malestar por alguna parte. Ahora s� ocurre, y cada vez son m�s los lectores y amigos que me trasladan experiencias parecidas, situaciones de crispaci�n y tensi�n en el entorno familiar y de amistad hasta ahora desconocidas, hasta el punto de que en muchos hogares y algunos lugares p�blicos han tenido que colgar el cartel de ?prohibido hablar de pol�tica? al lado del de ?prohibido fumar?. En este pa�s en el que siempre nos ha gustado la pol�mica y el debate, ahora ese noble ejercicio de la discrepancia empieza a ser una actividad arriesgada.
En los �ltimos meses se ha generalizado un clima de enfrentamiento desconocido en los �ltimos cuarenta a�os y, si me apuran, desde aquellos tiempos de la II Rep�blica que dieron paso a la Guerra Civil. Ya desde su victoria electoral gracias a los atentados del 11-M, el presidente Rodr�guez fue motivo de tensiones, pocas en aquel momento, pero precursoras de las que vendr�an despu�s. Sin embargo, en lugar de corregir esa tendencia, el presidente ha sido detonante, probablemente consciente, de ese enfrentamiento, hoy por hoy verbal pero en algunos casos muy violentos, entre los espa�oles que se dicen de centro derecha y los que se dicen de izquierdas. Para ser ecu�nime, debo reconocer que las tensiones afloraron con el Gobierno del PP, siendo Aznar presidente, y a ra�z de la Guerra de Iraq. Pero ya entonces la reacci�n de la izquierda fue airada y sobredimensionada contra la derecha.
Rodr�guez se present� entonces ante la sociedad como el palad�n del talante, del di�logo, del consenso, del saber escuchar la voz de la calle, de la transparencia y del buen Gobierno. Es decir, como la receta para acabar con esa enfermedad. Pero ha sido todo lo contrario. Su pol�tica ha estado dirigida a buscar el enfrentamiento y la confrontaci�n, y no puede por menos que dolerme en el alma el pensar que un pa�s que ha dado pasos tan significativos a favor de la concordia y el encuentro, hoy se mire a los ojos con la mirada del odio, el rencor y la revancha. Rodr�guez es, en s� mismo, una plaga de odio, un sembrador de ciza�a, un ave de mal ag�ero, un embaucador, un echador del mal de ojo que parece habernos se�alado a todos con el dedo de la divisi�n y la disputa. Lean, sino, el foro que sigue a continuaci�n de esta columna, y eso que cuando las opiniones exceden de las m�s elementales normas de cortes�a ?lo cual sucede con frecuencia-, no se publican.
Desde sus primeros compases este Gobierno ha trabajado arduamente por buscar espacios de desencuentro. Lo ha hecho en casi todas y cada una de las leyes que ha remitido al Congreso, desde la de los matrimonios homosexuales hasta la de Educaci�n. Ha forzado la disputa entre comunidades y esta misma semana se ha consumado el expolio nocturno y alevoso del Archivo de Salamanca, flaco favor a la Historia y a la unidad de nuestro patrimonio com�n. Pero es en la claudicaci�n a las exigencias de la dictadura nacionalista donde Rodr�guez se ha puesto en evidencia. Ha elegido a los terroristas antes que a sus v�ctimas y, si por �l fuera, Batasuna hubiera celebrado su Congreso custodiado por la Guardia Civil. Ha pactado la autodeterminaci�n del Pa�s Vasco y el acercamiento de presos, adem�s de la libertad de muchos de ellos, sin nada a cambio, al menos por ahora, y pagando precios muy elevados por su atrevimiento. Y negocia en la clandestinidad el proceso soberanista catal�n y la ruptura definitiva del modelo de Estado, al tiempo que aquella Comunidad se imprime de un car�cter aut�rquico que lleva al punto de forzar huelgas de hambre en defensa del idioma com�n de todos los espa�oles, mientras el Gobierno mira para otro lado. �Es esto normal?
No. Y el problema es que las fracturas provocadas por esta pol�tica frentista y frentepopulista van a ser muy dif�ciles de reconducir en el corto plazo. Las tensiones generadas en la sociedad, los enfrentamientos en las propias familias, grupos de amigos, compa�eros de trabajo, se superar�n a costa de grandes dosis de generosidad, pero Rodr�guez pasar� a la historia como el presidente que consigui� enfrentarnos de nuevo, unos contra otros, a costa de romper todos los consensos que hicieron posible la convivencia en paz y libertad de estos treinta a�os. Me cuesta creer que eso sea lo que queramos la mayor�a de los espa�oles. Me cuesta creer que entre convivencia y confrontaci�n elijamos lo segundo. Me cuesta creer que hayamos olvidado tan r�pidamente lo mucho que nos ha costado superar nuestros rencores y rencillas, y lo bien que nos sent�amos por haberlo logrado. Me cuesta creerlo y pienso que, en alg�n momento, volver� a imperar el sentido com�n y la sociedad enviar� a Rodr�guez a alg�n rinc�n de la Historia. Pero, si no es as�, solo nos quedar� llorar l�grimas de amargura en recuerdo de lo que fuimos.
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