domingo, enero 29, 2006

Cataluña escrita en castellano: la posibilidad de dos cánones y de dos categorías del gusto


SERGI DORIA

El propio «Diccionario de la Literatura Catalana» advierte que negar el bilingüismo en esa cultura comportaría el riesgo de perder las claves de fenómenos decisivos

BARCELONA. Resulta fatigoso reiterar lo obvio, pero en esas andamos en el año de gracia de 2006. Literatura catalana en castellano. Fuente: «Nou Diccionari 62 de la Literatura Catalana» (2000). La entrada «Literatura en castellà» ocupa cinco páginas. El redactor aduce que el franquismo y el peligro de diglosia explican una actitud bastante generalizada que cuestiona el bilingüismo en la cultura catalana: «Posición polémica que llevada al extremo comportaría perder la clave de muchos fenómenos decisivos -movimientos, tendencias y reacciones- de esta cultura. Ya que si por literatura entendemos la manifestación escrita de una civilización, que permite una lectura de los hechos más diversos de la sociedad y la cultura de una época, de un pueblo, no hace falta hurgar demasiado para darse cuenta de cómo en los países catalanes esta lectura requiere más de una lengua». Y remacha: «Hay que decir que, en lo tocante a la escritura, nuestro legado cultural no es tanto el objeto de una literatura en catalán -o no lo es solamente- como de la historia literaria de un pueblo, expresada en más de una lengua. Y lo es, por supuesto, la castellana».

El liberalismo catalán se escribió en castellano... A pocos días de la ejecución de Riego, Buenaventura Carlos Aribau y Ramón López Soler difunden en «El Europeo» a Scott y Byron... El manresano López Soler escribe «Los bandos de Castilla», novela-manifiesto del romanticismo español. Siglo XX. El periodismo de referencia lo rubrica en castellano Joan Maragall, secretario del «Diario de Barcelona». Antoni López, editor de Rusiñol, regenta en la Rambla la «Llibreria Espanyola». Barcelona es la capital de la edición española: Montaner & Simon, Gallach, Espasa, Salvat, Seix, Gili...

En los años veinte, el catalán recupera protagonismo, pero al castellano le va la literatura de consumo; D´Ors se lleva el glosario a Madrid, pero las vanguardias son vasos comunicantes: Gasch, Dalí y Montanyà lanzan el «Manifest Groc» y Giménez Caballero recoge el testigo en «La Gaceta Literaria». Los intelectuales españoles elogian la Barcelona del 29. La Guerra Civil y el franquismo son una losa, pero una larga lista de creadores transmiten una cosmovisión catalana en castellano. En «Destino», Josep Pla compone su «Calendario sin fechas». Ignacio Agustí escribe «Mariona Rebull». Advierte Sebastián Juan Arbó: «Nuestros escritores, nuestros poetas más grandes han usado indistintamente las dos lenguas; han escrito en castellano y en catalán, casi todos, y sobre todo, los buenos, los mejores». La conjunción editorial-literaria alumbra el Nadal.

«¿Éramos morenos u oscuros?»

Carmen Laforet pergeña «Nada»; la nómina de escritores catalanes en castellano prosigue: José María Gironella, Ana María Matute, Luis Romero, Carmen Kurtz, Mercedes Salisachs... Más editores: Vergés, Janés, Caralt... Allá por los 50 departen Gil de Biedma, Carlos Barral, Enrique Badosa, Alfonso Costrafreda, José Agustín Goytisolo, Corredor Matheos: sus versos brotan en castellano. Como los de Lorenzo Gomis, Cirlot o Lentini. Sigue el recuento: Luis y Juan Goytisolo, Juan Marsé, Félix de Azúa, Terenci y Ana María Moix; «savoltas» de Eduardo Mendoza y «bartlebys» de Vila-Matas...Barcelona activa el «boom» hispanoamericano. En el Barrio Chino, Vázquez Montalbán dibuja Carvalho y el mestizaje. «¿Eramos morenos u oscuros? Me lo pregunto cada vez que repaso las escasas fotografías que conservo, llenas de muertos que no siempre recuerdo, que han muerto definitivamente con mis padres o mis tíos, con aquella memoria la suya llena de parientes con nombres, apellidos, árbol genealógico incluido, un bosque de ramas entrelazadas que crecía desde raíces murcianas, andaluzas, gallegas...» Así, hasta ahora, con «La sombra del viento», de Ruiz Zafón, los «soldados» de Cercas, El Acantilado, del editor Vallcorba y la escudería Herralde. «La coexistencia de dos tradiciones literarias -en catalán y en castellano- no tiene naturaleza de prótesis o de una falla histórica, sino de posibilidad de dos cánones y de dos categorías del gusto», apunta Valentí Puig. ¿A quién molesta esa bidimensionalidad?

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