XAVIER PERICAY
ABC 21-01-06
ANDA por Barcelona un personaje singular. Se llama Mark Abley y est� enamorado. Lo singular, por supuesto, no es que este hombre est� enamorado; lo singular es el objeto de su amor. Resulta que Mark Abley est� colado por las lenguas. As�, sin m�s. Por todas. O casi. Si no fuera porque las lenguas -al contrario de lo que algunos creen- no hablan, estoy seguro de que al bueno de Abley ya lo habr�an denunciado por acoso. Y es que, m�s que estudiarlas, las visita. Enti�ndase bien: visita los lugares donde se hablan estas lenguas y, una vez all�, persigue a sus hablantes. Y como a Abley lo que le pirra no son las grandes lenguas, sino las peque�as, y cuanto m�s peque�as mejor, para �l visitar una lengua equivale a menudo a tratar con las personas -pocas- que todav�a la hablan. Vamos, que lo suyo son las moribundas, las que est�n a punto de extinguirse. Esta querencia algo morbosa le permite a Abley pasearse por el mundo y escribir libros. Y, la verdad, parece que el negocio no le va nada mal.
Pero lo importante no es c�mo le van las cosas a este escritor viajero; lo importante es que estos d�as, hall�ndose en Barcelona, Abley ha declarado que el idioma catal�n no peligra, que su futuro est� asegurado. S�, lo que oyen. Y, claro, si lo dijera otro, a�n; pero lo dice �l, que ha visitado un mont�n de lenguas amenazadas y de quien puede afirmarse, sin exageraci�n ninguna, que es de los pocos que han visto la muerte idiom�tica de cerca. Nada, que a ese hombre hay que creerle. Y, del mismo modo que hay que creerle y felicitarse por el anuncio de que al catal�n todav�a no le haya tocado la china, hay que preguntarse por todo lo dem�s. O sea, por todo lo que el Gobierno de la Generalitat sigue haciendo y todo lo que el proyecto de nuevo Estatuto sigue proponiendo con la excusa de que, si no, la lengua puede desaparecer.
Y es que, a lo largo de un cuarto de siglo de autonom�a, y en lo tocante a la pol�tica ling��stica, no ha habido, al cabo, otro argumento mayor. El catal�n era una lengua d�bil, una lengua que requer�a protecci�n, que no pod�a ir sola por la vida. De lo contrario, sus d�as estaban contados. Y la advertencia no proven�a �nicamente de los pol�ticos y los gestores de la cosa; tambi�n los especialistas de aqu�, de all� y de m�s all� coincid�an en el diagn�stico. Es posible que tuvieran raz�n. Sobre todo en los primeros tiempos. Pero de eso hace mucho. Casi un cuarto de siglo. A partir de ah� todo han sido excesos. Es decir, medidas innecesarias, fricciones recurrentes, conflictos enquistados. �Para qu�, si, como sostiene Abley, la existencia del catal�n no peligra?
Y lo peor no es lo que ha sido, sino lo que puede ser. En especial, a partir del momento en que el conocimiento de la lengua catalana se convierta en un deber estatutario. S�, ya s� que el presidente del Gobierno considera que eso y nada es lo mismo. Y que Alfredo P�rez Rubalcaba, en su papel de fontanero mayor del socialismo espa�ol, se ha referido al asunto diciendo que se trata de �un deber impropio y c�vico� que no va a acarrear sanci�n. �Qu� sabr�n ellos! Lo curioso es la analog�a que ambos establecen entre este punto del proyecto de Estatuto y el art�culo 3.1 de la Constituci�n, donde figura el deber que tienen todos los espa�oles de conocer el castellano, en el sentido de que tal deber no ha comportado nunca sanci�n ninguna. Y digo que es curioso porque, que yo sepa, no existe en Espa�a ninguna ley de pol�tica ling��stica que regule el uso del castellano en el conjunto del territorio peninsular y que afecte, por lo tanto, a todos los ciudadanos espa�oles. Ninguna ley que permita, por ejemplo, que un ciudadano denuncie a otro porque no ha sido atendido en un comercio en castellano, o que fomente que un alumno de secundaria denuncie a su profesor por utilizar en clase una lengua distinta del castellano.
Lo que demuestra, por otra parte, que no les falta raz�n a quienes sostienen que Catalu�a no es Espa�a.
ABC 21-01-06
ANDA por Barcelona un personaje singular. Se llama Mark Abley y est� enamorado. Lo singular, por supuesto, no es que este hombre est� enamorado; lo singular es el objeto de su amor. Resulta que Mark Abley est� colado por las lenguas. As�, sin m�s. Por todas. O casi. Si no fuera porque las lenguas -al contrario de lo que algunos creen- no hablan, estoy seguro de que al bueno de Abley ya lo habr�an denunciado por acoso. Y es que, m�s que estudiarlas, las visita. Enti�ndase bien: visita los lugares donde se hablan estas lenguas y, una vez all�, persigue a sus hablantes. Y como a Abley lo que le pirra no son las grandes lenguas, sino las peque�as, y cuanto m�s peque�as mejor, para �l visitar una lengua equivale a menudo a tratar con las personas -pocas- que todav�a la hablan. Vamos, que lo suyo son las moribundas, las que est�n a punto de extinguirse. Esta querencia algo morbosa le permite a Abley pasearse por el mundo y escribir libros. Y, la verdad, parece que el negocio no le va nada mal.
Pero lo importante no es c�mo le van las cosas a este escritor viajero; lo importante es que estos d�as, hall�ndose en Barcelona, Abley ha declarado que el idioma catal�n no peligra, que su futuro est� asegurado. S�, lo que oyen. Y, claro, si lo dijera otro, a�n; pero lo dice �l, que ha visitado un mont�n de lenguas amenazadas y de quien puede afirmarse, sin exageraci�n ninguna, que es de los pocos que han visto la muerte idiom�tica de cerca. Nada, que a ese hombre hay que creerle. Y, del mismo modo que hay que creerle y felicitarse por el anuncio de que al catal�n todav�a no le haya tocado la china, hay que preguntarse por todo lo dem�s. O sea, por todo lo que el Gobierno de la Generalitat sigue haciendo y todo lo que el proyecto de nuevo Estatuto sigue proponiendo con la excusa de que, si no, la lengua puede desaparecer.
Y es que, a lo largo de un cuarto de siglo de autonom�a, y en lo tocante a la pol�tica ling��stica, no ha habido, al cabo, otro argumento mayor. El catal�n era una lengua d�bil, una lengua que requer�a protecci�n, que no pod�a ir sola por la vida. De lo contrario, sus d�as estaban contados. Y la advertencia no proven�a �nicamente de los pol�ticos y los gestores de la cosa; tambi�n los especialistas de aqu�, de all� y de m�s all� coincid�an en el diagn�stico. Es posible que tuvieran raz�n. Sobre todo en los primeros tiempos. Pero de eso hace mucho. Casi un cuarto de siglo. A partir de ah� todo han sido excesos. Es decir, medidas innecesarias, fricciones recurrentes, conflictos enquistados. �Para qu�, si, como sostiene Abley, la existencia del catal�n no peligra?
Y lo peor no es lo que ha sido, sino lo que puede ser. En especial, a partir del momento en que el conocimiento de la lengua catalana se convierta en un deber estatutario. S�, ya s� que el presidente del Gobierno considera que eso y nada es lo mismo. Y que Alfredo P�rez Rubalcaba, en su papel de fontanero mayor del socialismo espa�ol, se ha referido al asunto diciendo que se trata de �un deber impropio y c�vico� que no va a acarrear sanci�n. �Qu� sabr�n ellos! Lo curioso es la analog�a que ambos establecen entre este punto del proyecto de Estatuto y el art�culo 3.1 de la Constituci�n, donde figura el deber que tienen todos los espa�oles de conocer el castellano, en el sentido de que tal deber no ha comportado nunca sanci�n ninguna. Y digo que es curioso porque, que yo sepa, no existe en Espa�a ninguna ley de pol�tica ling��stica que regule el uso del castellano en el conjunto del territorio peninsular y que afecte, por lo tanto, a todos los ciudadanos espa�oles. Ninguna ley que permita, por ejemplo, que un ciudadano denuncie a otro porque no ha sido atendido en un comercio en castellano, o que fomente que un alumno de secundaria denuncie a su profesor por utilizar en clase una lengua distinta del castellano.
Lo que demuestra, por otra parte, que no les falta raz�n a quienes sostienen que Catalu�a no es Espa�a.
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