jueves, junio 28, 2007

Berlin y el individuo





TIEMPO RECOBRADO
 
Berlin y el individuo
 
PEDRO G. CUARTANGO

«Los filósofos son adultos que siguen planteándose problemas de niños», escribía Isaiah Berlin. El gran problema al que se enfrentó Berlin a lo largo de su vida era cómo preservar la libertad individual en un mundo dominado por los totalitarismos.
Berlin había nacido en Riga, que formaba parte de la Rusia zarista, y tuvo que emigrar a Londres con su familia en 1921. Estoy seguro de que evocaba sus tiempos de infancia y su dramática peripecia personal en los paseos por Santa Margherita a los que hacía referencia el pasado domingo Pedro J. Ramírez, que acaba de recibir el prestigioso premio que lleva el nombre del gran pensador liberal.

Berlin, como sus contemporáneos Karl Popper y Raymond Aron, defendieron algo que ahora nos parece obvio pero que en los años 40 y 50 era considerado una extravagancia: la primacía del individuo frente a los valores colectivos, su derecho a pensar y actuar libremente, a elegir su propia existencia contra las imposiciones del Estado.

Mientras Popper acuñaba el concepto de sociedad abierta, Berlin hablaba de libertad negativa, que es la que nos permite hacer lo que nos venga en gana siempre que no perjudiquemos a los demás. Frente a ella está la libertad positiva, esa idea de raíz hegeliana sobre la que se construyen los grandes sueños utópicos -o mejor pesadillas- como el comunismo, el nacionalsocialismo o la autodeterminación de los pueblos.

La degeneración del concepto de libertad positiva conduce a los totalitarismos, que son en última instancia la primacía de lo colectivo sobre lo individual. La libertad negativa nos permite, en cambio, realizarnos como personas. No sé si Berlin era zorro o erizo, por utilizar su terminología, pero sí creo que su visión del mundo estuvo siempre vinculada a esa libertad individual que vio pisotear por la Revolución de 1917 y, más tarde, por el ascenso del nazismo.

Algunos pensarán seguramente que Berlin es un pensador pasado de moda, cuya obra reflejó una Europa que ya no existe desde la desaparición del comunismo soviético y el triunfo de las democracias parlamentarias en Occidente. Pero las amenazas que denuncia Berlin en sus libros siguen muy vivas y están entre nosotros, aunque han tomado otro aspecto. Son el nacionalismo que narcotiza a un sector de la población, la hegemonía de lo políticamente correcto, esa sociedad del espectáculo en la que lo verdadero es indisociable de lo falso.

El drama de nuestro tiempo es que nos creemos libres pero no lo somos porque estamos asfixiados por la mediocridad general y por un consumismo ideológico que nos impide ser felices. El valor de cambio ha acabado por confundirse con el valor de uso, destruyendo cualquier posibilidad de elección personal. Individuo significa etimológicamente «indivisible». Hay que volver al origen, a ser indivisibles, a ser dolorosamente conscientes de nuestra singularidad. Ésa es la gran revolución del siglo que viene.


Culto a la singularidad





TRIBUNA LIBRE

Culto a la singularidad


EUGENIO TRIAS

Nuestra sociedad, la que corresponde a la actual hora global, no queda suficientemente descrita si se la caracteriza como sociedad de masas. Tampoco la cultura en que nos hallamos integrados. Este concepto -las masas- debe ser repensado y criticado en profundidad. Lo masivo sería el sustrato inerte, emocional e intelectual, sobre el que se sustentan infinidad de figuras minoritarias.

El viejo paradigma jerárquico de élites gobernantes frente a masas en rebelión pertenece a otra época histórica. La nuestra nada tiene que ver ya con la que compartieron, antes de la II Guerra Mundial, Freud y Ortega y Gasset, o en los años treinta Walter Benjamin y T. W. Adorno. Tampoco con la que describieron los filósofos y sociólogos americanos, o afincados en Norteamérica, de la última posguerra (Vance Packard, David Riesman, Herbert Marcuse).

Lo masivo constituye hoy un sustrato inerte y regresivo del comportamiento y del pensamiento, o del sentimiento y la erótica. Sobre ese cimiento espeso brotan pequeñas y diferenciadas singularidades.

Hoy todo lo relevante y valioso, o lo que posee sesgo de innovación y creatividad, lo constituye una infinidad de pequeños ecosistemas en los que florecen y se expanden formas de vida minoritarias.

El universo global asiste, con admiración, a la irreversible expansión de toda suerte de micromundos. Lo singular tiene ancho campo de aventura y de conquista. Pero es imprescindible comprender, ante un fenómeno tan novedoso, que nunca será ya posible resolver esa abigarrada pluralidad en una Unidad Suprema Superior, o en una Totalidad Unificada y Sistemática.

Al policentrismo político de la era global corresponde esa pululación de miríadas de minisistemas que se alzan sobre un sustrato neutro -obtuso y carente de matiz- de naturaleza masificada.

No son, quizás, cifras mayoritarias las que componen el pequeño mundo de quienes aman apasionadamente la música de Josquin Desprez o de Guillaume Du Fay. Constituyen, con toda seguridad, algo marginal e irrelevante frente a la ley de grandes números: la que rige cada convocatoria de los principales espectáculos de música rockera. Pero si se suman los aficionados a la polifonía del Primer Renacimiento -pongamos, por ejemplo, treinta en Madrid, ciento cincuenta en Nueva York, veinticinco en Budapest, doce en Burdeos, cincuenta en Praga, nueve en Nueva Orleáns, once en Sao Paulo, cuatro en Novosivirsk y seis en Seúl- comienzan ya a componer un colectivo respetable. Tanto más si logran hallarse en contacto, y si consiguen formar una suerte de pequeña comunidad proyectada a escala universal, mundial. El ejemplo que doy es azaroso. Está basado en mi propia introspección. Podrían darse miles o millones de ejemplos alternativos.

Llevemos este razonamiento al universo infinito de las aficiones, los deseos, los estados de opinión, las curiosidades intelectuales y morales, las inclinaciones artesanales y tecnológicas, más toda la inmensa y diversificada cartografía de las artes y de las ciencias, de la economía, de la vida institucional o política, y tendremos quizás el más relevante tapiz de lo que está sucediendo, últimamente, en nuestro mundo global.

Amo la palabra singularidad. Siempre la he preferido a individualidad. Tiene la connotación de lo que se sale de la norma común pautada. Señala algo que se destaca sobre toda media indiferenciada, o respecto a una colectividad unánime en sentimientos y en opiniones. Incluso tiene el sabor de lo extravagante y asombroso.

Los físicos hablan de singularidades del espacio-tiempo para referirse a los agujeros negros o al Big Bang. Quizás en nuestro mundo comienzan a circundar, cual orla de distinción sobrepuesta al sustrato común indiferenciado, una infinidad de pequeños agujeros negros, como los que tanto gustan ciertos astrofísicos: universos minoritarios regidos por la ley de lo excepcional y sorprendente. Hoy las excepciones comienzan a ser, en las sociedades más avanzadas, la regla. No confirman ésta. Sencillamente toman distancia respecto a todo lo que parece ser regular y legal, o estadísticamente mayoritario.

Creo que nos dirigimos, con lentitud pero de forma quizás irreversible, hacia una cultura y una sociedad tentada por la singularidad. Pero esa tendencia avanzada se contrapone a un fondo espeso anclado en hábitos petrificados.

En ese subsuelo rige e impera el principio de inercia. Para Leibniz, el filósofo de las infinitas constelaciones monádicas, la vis inertiae constituía el estigma que el pecado original había dejado en la naturaleza.

Quizás el litigio futuro se produzca entre ese fondo opaco y esa cultura de pequeñas comunidades -de afición, de erotismo, de curiosidad- siempre minoritarias y singulares. Ésas ya comienzan a mostrar su hegemonía entre las capas sociales más despiertas del primer mundo.

El mejor patrón que hoy disponemos para evaluar el adelanto o el atraso de una determinada sociedad se halla en el predominio de uno u otro principio: el minoritario, proyectado hasta el infinito del universo global, o el masivo y masificado que subyace siempre como zócalo resistente y obtuso.

Hoy lo corriente y común, lo más vulgar y tópico, consiste en profesar agnosticismo, incredulidad o indiferencia respecto a las grandes cuestiones religiosas. O en seguir de forma gregaria lo que dicta el Vaticano, el Dalai Lama, o la Sinagoga, o las principales comunidades religiosas del planeta. Pero cabe una fe cristiana que no asume ni acepta esas directrices colectivas. Y es posible descubrir, aquí y allá, personas que participan de estas ideas y sentimientos, por muy minoritarias que sean. Por poner números posibles: doscientas en Barcelona, cuatrocientas en Madrid, trescientas en Valencia, tres mil en Nueva York, cien en Roma, cincuenta en Budapest. Se va sumando, y al final se compone un colectivo singular que se destaca sobre el fondo de irreflexión alentado por la cultura oficial (religiosa o laicista).

Una minoría relevante la constituye la de aquellas personas que aman los toros en Barcelona. Nunca me he sentido seducido por ese espectáculo, pero respeto a personas que aman la fiesta nacional, y que saben vibrar con sus innegables valores estéticos, vitales y morales. Frente a la unanimidad masificada de quienes, con argumentos de ínfima calidad, se atracan con un confuso mejunje de nacionalismo sin exigencias y de vulgata ecologista -con el agravante de un amor desmedido por nuestros hermanos los animales que esconde un secreto odio a nuestra vulnerable condición- ese colectivo antitaurino parece arrasar en los índices de audiencia. Ese mismo triunfo les delata en su indigencia intelectual y moral.

El sustrato masivo siempre se rige por la tiranía de los Grandes Números, o por un culto exacerbado a la estadística. Cree con fe ciega que la vox populi es, siempre, incondicionalmente, vox Dei.

Incluso en ámbitos que son el sancta sanctorum de la sociedad y de la cultura de masas se advierte esta diferenciación: también en el deporte; incluso en el mismísimo fútbol. Lo masivo e inerte consiste en rendir culto y pleitesía a los equipos futbolísticos triunfadores: los que despiertan sentimientos ciegos de adhesión unánime. El Barcelona Fútbol Club, por ejemplo, por circunscribirme a ambientes catalanes.

Recuerdo en mi infancia el disgusto moral y estético que me provocaba el espectáculo de unanimidad -gobernada siempre por la vieja ley de Lynch- que pude descubrir en el estadio barcelonista. Por esa razón quizás, por sentir como agresión el sentir común, me fui decantando, a pesar del propio ambiente familiar en que me hallaba, hacia la simpatía por un club minoritario: el Real Club Deportivo Español.

Gracias a esa peculiar decisión aprendí lo que era la complicidad. Éramos pocos los españolistas en el pequeño mundo de amigos de colegio. Pero poseíamos en esa comunidad de sentimiento un pequeño inventario de personajes y gestas. Aún hoy me paro por la calle al encontrarme con amigos de infancia con quienes fundaba una fidelidad contraria a los hábitos unánimes.

Al verme con ellos recordamos con nostalgia y ternura las alineaciones de entonces: Arcas, Piquín, Mauri, Marcet y Egea; Argilés, Parra, Catá, Faura; los mediovolantes (que así se llamaban entonces) Bolinches, Artigas, Casamitjana. ¿Quién, si no esa pequeña tribu construida y mantenida a base de sobreentendidos, podría recordar aún hoy al medio centro brasileño Racamán, a los hispanoamericanos Benavídez y Coll, a Sastre que corría siempre por la banda derecha, o más tarde a los brillantes cinco delfines: a José María, a Re, a Marcial, a Torres, al gran Marañón?

Ese Real Club Deportivo Español ha sido este año protagonista: a él le debe (unido a un esfuerzo agónico de naturaleza titánica) el Real Madrid el campeonato de la Liga de fútbol. El Club de Fútbol Barcelona se verá obligado, después de esta temporada, a no despreciar a este club tan singular.

En él puede mostrarse, también en fútbol, una suerte de diferenciación y distinción en el ámbito catalán: un territorio donde parece a veces predominar -en fútbol, en política, en cultura- el sentimiento y el estado de opinión propio de la sociedad y de la cultura de masas (unánime, uniforme, siempre unido en los mismos sentimientos, y enfrentado eternamente a la misma y recurrente bête noire).

Pero en todas partes de Cataluña hay gente del Español: en Girona, en Lleida, en Tarragona, en Sabadell, en Terrassa, en Vich, en Manresa, en Figueres, en Barcelona. Son pocos quizás; pero componen un número suficiente para formar una minoría futbolística relevante.

Lo más regresivo y atávico en el sentimiento y en la opinión pública lo protagonizan las grandes entidades -deportivas, musicales o culturales- que movilizan los sentimientos más intensos (pero también los más previsibles). Y los coeficientes intelectuales más deprimentes.

Frente a la tiranía de los índices de audiencia y de las grandes superficies, de la ávida persecución del beneficio rápido y del best seller, o del culto indiscriminado a la cantidad por encima de la cualidad, se va propagando de modo espontáneo una onda expansiva de pequeños universos de afición, de erotismo, de curiosidad y aventura. Son inicios -e indicios- esperanzadores de una cultura y de una sociedad que comienza a regirse por el culto a la singularidad.

Eugenio Trías es filósofo y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.


martes, junio 26, 2007

Líbano







Una lección práctica de Educación para la Ciudadanía





TRIBUNA LIBRE
 
Una lección práctica de Educación para la Ciudadanía
 
JOSÉ ANTONIO MARINA

En este momento, hay planteado en España un debate ético de gran importancia. Y no deberíamos dejar que posturas descalificadoras, con frecuencia basadas en meros juicios de intención, lo detuviera. Debemos prolongar la discusión el tiempo necesario, pero con la mayor lucidez posible, y con el afán de progresar en nuestro conocimiento.

Aunque el desencadenante ha sido la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, en realidad versa sobre asuntos de enorme transcendencia personal y social. Por ejemplo, sobre el derecho de los padres a educar, o el derecho del sistema público de enseñanza a transmitir valores éticos, o la formación de la conciencia moral, o la discusión sobre si podemos ponernos de acuerdo en estos temas, o acerca del fundamento de la moralidad. He de reconocer a la Conferencia Episcopal, al Foro de la Familia y al grupo de Profesionales para la Ética, la tenacidad y el apasionamiento con que están fomentando el debate. No estoy de acuerdo con muchas de sus opiniones -y desde luego no merecen que se les identifique con los vocingleros que les jalean- pero hacen muy bien en defender sus posturas, y en plantear una discusión pública sobre asuntos que no les afectan sólo a ellos, sino a la sociedad entera. También a usted, lector, aunque no tenga hijos en edad escolar.

Uno de los objetivos de la nueva asignatura es enseñar a nuestros jóvenes a desarrollar un pensamiento crítico y a saber argumentar sobre temas éticos. Es importante fomentar esas competencias porque el nivel ético real de una sociedad depende de los valores morales con los que rija su comportamiento. Tiene que elegir entre honradez y corrupción, por ejemplo. Cuando los filósofos políticos norteamericanos insisten en que la salud de la democracia se basa en la virtud de los ciudadanos, merecen ser tenidos en cuenta.

En este momento vivimos en un relativismo tolerante y políticamente correcto, que no necesita justificar sus conductas o evaluaciones. Es fácil comprender tal actitud. Los crímenes llevados a cabo en nombre de certezas absolutas han recomendado un pensamiento débil. Los hombres con firmes principios resultan sospechosos. El hedonismo consumista es menos peligroso que el fanatismo integrista. Pero pensar que no necesitamos la afirmación de valores éticos universales es un error. Sus efectos no se notan mucho porque vivimos en una sociedad democrática profundamente penetrada de valores éticos -desde el sistema jurídico al sistema de seguridad social- que suple, oculta, o reprime las carencias éticas individuales. En una palabra, que nos protege. El Código Penal ha venido a llenar un vacío ético, y cunde la idea de que son aceptables todos los comportamientos que no sean delictivos. Pero esto es un disparate.

Hay actos indecentes, deshonestos, inmorales, que no son delitos. Pertenecen al ámbito ético. Por ejemplo, una persona puede comportarse con su familia de una manera áspera, cruel, despreciativa, sin ser por ello un delincuente. Sin embargo, su conducta es inmoral. Tomar drogas no es un delito, pero es un comportamiento éticamente indeseable. La infidelidad puede no ser un crimen pero es una deshonestidad. Reducir la normativa al derecho y a sus sistemas coactivos supone endurecer la convivencia y debilitar la autonomía moral. Además, anima a dar un paso más y afirmar que sólo es malo el delito descubierto, no el que permanece oculto. El miedo al castigo se convierte así en el único criterio.

Creo que existen unos principios éticos universales, y que la Declaración de los Derechos Humanos los recoge. Pero estos principios y su interpretación deben ser justificados por un uso público de la razón, igual que los principios científicos, aunque su índole sea diferente. Por eso necesitamos el debate. Lo enseñamos en la escuela y debemos practicarlo en la calle. La razón individual puede «muy racionalmente» justificar el egoísmo. O equivocarse de cualquier manera. «En mi soledad -decía Antonio Machado- he visto cosas muy claras, que no son verdad». Sin embargo, cuando esa razón tiene que contender con otra razón, una inteligencia argumentar con otra inteligencia, un interés contra otro interés, la razón ética, que es una inteligencia compartida, va adquiriendo fortaleza, va corroborando sus valores y logros.

Por eso animo al debate. Como una lección práctica de Educación para la Ciudadanía. Comencemos por uno de los puntos en cuestión. ¿Tiene el Estado derecho a imponer una ideología moral? No, los estados confesionales siempre son nefastos. La historia de los totalitarismos del siglo pasado, incluido el franquista, demuestra que hay que andarse con cuidado con los poderes conferidos al Estado. Mi generación tuvo que aprender que «España tiene voluntad de Imperio» y afirmar que «la plenitud histórica de España es el Imperio», y que «el mejor destino de las urnas es ser rotas», y repetir insultos contra el régimen de partidos, y abominar de los Borbones, y también recibió una educación religiosa obligatoria. Afortunadamente, los efectos del adoctrinamiento suelen esfumarse en cuanto desaparece el sistema político en que se apoya.

Así pues, es evidente que las decisiones del Estado deben someterse a una escrupulosa vigilancia, para que podamos sentirnos a salvo. Ésta es una de las funciones de la democracia y uno de los ingredientes básicos de la educación ciudadana. Todos los poderes conferidos al Estado deben legitimarse y limitarse. Sin embargo, reconocemos al Estado competencias educativas. Nos parece aceptable que seleccione los contenidos de la enseñanza, siempre que tengan un valor objetivo y universal. Nadie protesta porque se estudien matemáticas o física. La polémica surge cuando los contenidos se consideran subjetivos o partidistas. Por lo tanto, lo decisivo es saber si la ética es un saber universal o sectario. ¿Hay un conjunto de principios éticos universalmente válidos? Si no lo hay, la ética debe eliminarse de la escuela; si lo hay, debe incluirse en los programas educativos.

¿Y quien debe educar? Existe, reconocido por la Constitución y los Derechos Humanos, el derecho de los padres a educar a sus hijos, pero más fundamental aún es el derecho de los niños a ser bien educados. Hablar del «derecho a educar» -sea por parte de los padres, las iglesias, el estado o quien sea- es presuntuoso, implica una patrimonialización de los niños. El derecho fundamental es el de los niños a ser bien educados. Y ese derecho impone a los padres, al Estado, a la sociedad entera, el deber de educar bien. Y si hay una ética universal, unos valores y normas esenciales a nuestra convivencia justa, debe formar parte de esa educación, en la que todos tenemos el deber de colaborar.

Este es un problema de extraordinaria relevancia, que afecta a las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, entre la cultura religiosa y la cultura laica, y también al entendimiento entre las distintas religiones. Cuando se impuso la paz en una Europa desangrada por las guerras de religión, se hizo en nombre de un principio ético de respeto a las creencias personales, que no había existido hasta entonces. En la Suma Teológica de Tomás de Aquino, espléndida muestra de talento filosófico, se distingue con precisión entre la «teología moral» y la «moral filosófica». Se diferencian en su fuente de legitimidad: la revelación, en el caso de la teología; la razón, en el caso de la filosofía. Y el santo dominico dice que ambas son legítimas y autónomas, y que, de hecho, la teología moral debe utilizar en sus argumentos las conclusiones de la moral filosófica.

De la misma manera que la gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona, así la teología moral no anula la moral natural sino que, a su juicio, la perfecciona también. Las religiones, por lo tanto, no tienen nada que temer de la ética. Al contrario, los derechos humanos son grandes defensores de la religión, puesto que reconocen el derecho a la libertad religiosa, de conciencia o de culto. Pero, en dirección contraria, la visión laica de la vida no debe mirar con desdén a la religión, pues eso es despreciar un derecho fundamental de los individuos, sino señalar los límites de la teología moral en el ámbito de los valores universales. Algunas proclamas laicistas considerando esta asignatura como un triunfo sobre la religión no eran pertinentes porque no estaban justificadas.

La religión cristiana ha colaborado al perfeccionamiento de la experiencia ética de la Humanidad. Sin duda alguna, ha cometido muchos errores, y algunas de sus posturas morales reclaman un cambio urgente, pero sería ridículo tirar al niño con el agua sucia. El genial Bergson, en Las dos fuentes de la moral y de la religión explicó la beneficiosa influencia que han ejercido las grandes personalidades religiosas. Tienen la capacidad de presentar valores nuevos que satisfacen grandes expectativas del ser humano. No me extraña que Mircea Eliade, un agnóstico especialista en historia de las religiones, dijera que el estudio de las religiones era una experiencia transformadora. El contacto con la experiencia religiosa profunda lo es.

Pero no hay que confundir a Mahoma con la guerra santa, a Jesús de Nazaret con la condena de la homosexualidad, o la compasión de Buda con la protección de la mosca tsé-tsé.

Sigamos con las lecciones prácticas. Otro de los temas que hemos de enseñar en Educación para la Ciudadanía es la objeción de conciencia. ¿Dónde se va a enseñar, si no? Se trata de una muestra de respeto del sistema democrático hacia la conciencia privada. Permite, nada menos, que desobedecer una ley por motivos religiosos o morales. Pero este espléndido derecho no es absoluto, porque entonces entraría en quiebra toda seguridad jurídica, sino que tiene que ser rigurosa y racionalmente justificado en cada caso. En este momento se está animando a la objeción de conciencia hacia la nueva asignatura. Estamos aquí, también, ante una lección práctica de ciudadanía. ¿Cómo se debe justificar una objeción de conciencia? ¿Hay razones en este caso para ejercerla?

Es probable que este asunto aburra a mucha gente. Los debates éticos interesan muy poco, porque parece que en ellos no se progresa nunca, y eso produce un descrédito de la razón y un escepticismo generalizado. Seguimos repitiendo rutinariamente razonamientos momificados, cuando en realidad de lo que se trata es de saber cómo orientarnos bien en un mundo contradictorio y complejo.. Aunque la Educación para la Ciudadanía sólo sirviera para haber planteado apasionadamente en el ámbito público un debate sobre los fundamentos éticos de nuestro convivir, ya habría justificado su existencia.

José Antonio Marina es catedrático de Ética, filósofo y escritor. Su última obra es

Por qué soy cristiano

(Anagrama).


Unidad de los demócratas, pero sin Zapatero



CANELA FINA

Unidad de los demócratas, pero sin Zapatero

LUIS MARIA ANSON

Lo escribí hace tres años en una canela fina. «Todos los datos que llegan a la mesa de mi despacho y a mi teléfono significan la rendición de Zapatero ante Eta y los independentistas catalanes. Se acabaron las contemplaciones. Hasta ahora me he referido siempre al presidente, por el que siento estima personal, con la consideración que, desde la discrepancia, merece el cargo que ocupa. Desde hoy, no. Se terminó la presunción de inocencia. Se terminaron las contemplaciones».

Zapatero aceptó que el Gobierno y Eta mantuvieran una relación de tú a tú. Internacionalizó el conflicto. Dio el visto bueno a reuniones en un país extranjero entre el Gobierno de España y Eta-Batasuna, con observadores internacionales y actas de copia única, custodiadas al parecer en Suiza. Por pura intuición escribí reiteradamente en esta misma página, tras el atentado de Barajas, que Zapatero seguiría deslizándose por el tobogán de las concesiones, porque estaba aterrado de que la banda hiciera públicos los compromisos contraídos.

Ahora sabemos ya con precisión que el alto el fuego vino precedido de un acuerdo Gobierno-Eta en el que se satisfacían, al menos en parte considerable, las exigencias etarras de la alternativa Kas: autodeterminación, anexión de Navarra, indultos a los presos, liquidación de la ley de Partidos, autorización de funcionamiento a Batasuna, internacionalización de la relación con Eta llevándola al Parlamento europeo, disminución de la actividad policial y un largo etcétera.

Lo que no sabíamos es que el presidente llegó a la ignonimia de pactar con la banda terrorista el texto del discurso que pronunció en el Congreso de los Diputados ante los representantes del pueblo, reconociendo expresamente contra la Constitución el derecho a decidir de los vascos, es decir la autodeterminación, al margen de la voluntad general de todos los españoles. Tampoco sabíamos que en la negociación política Gobierno-Eta se pactó que, si se producía algún atentado durante el alto el fuego, se considerara como un accidente y prosiguieran sin más problemas los contactos. Cuando en varias ocasiones, Zapatero se refirió a los atentados de Eta en general y a la atrocidad de Barajas en particular como «accidentes», todos aceptamos que se trataba de un «lapsus». Pues no, el presidente decía, sumiso, lo que había pactado con Eta. En un artículo caviable «Querían paz, tuvieron indignidad», Pedro G. Cuartango, tras una aleccionadora comparación entre Zapatero-Eta y Chamberlain-Hitler, concluye con la frase célebre de Churchill: «Os han dado a elegir entre la indignidad y la guerra. Habéis elegido la indignidad, pero tendréis también la guerra».

Y bien. Ya sabemos que los textos del alto el fuego y del discurso presidencial se acordaron tras largas negociaciones entre el Gobierno y Eta y que existen actas de esas reuniones. Conocemos, porque la realidad así lo fue demostrando, los compromisos zapatéticos con la banda terrorista. No sabemos si la ruptura de la tregua no ha sido también pactada para facilitar la victoria de Zapatero en las generales tras el descalabro de las municipales. Yo no lo creo, pero analistas muy sagaces, sí.

Y queremos saber. Queremos conocer una a una esas actas de la negociación política entre el Gobierno de España y la banda terrorista Eta. Queremos leer el texto íntegro de cada una de esas actas y saber si hubo además acuerdos subterráneos en los pasillos. Queremos información completa y sin tapujos. Son muchos los dirigentes del PSOE que consideran deber de un partido democrático hacer público todo lo ocurrido para que la opinión ciudadana disponga de una versión correcta y no sólo la de Gara que puede estar, al menos en parte, manipulada.

Estoy de acuerdo, en fin, con Zapatero: la unidad de los demócratas, para combatir a Eta, es imprescindible. Pero sin Zapatero. No vaya a ser que el presidente haya pactado también con Eta, engañar al PP y que se sume al pacto de unidad de los demócratas, para facilitar el trato.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española

miércoles, junio 20, 2007

LA AVT PIDE A LA GENERALIDAD DE CATALUÑA, AL GOBIERNO VASCO Y A ALGUNOS COLECTIVOS QUE DEJEN DE UTILIZAR A LAS VÍCTIMAS PARA LAVAR SU MACABRO PASADO






LA AVT PIDE A LA GENERALIDAD DE CATALUÑA, AL GOBIERNO VASCO Y A ALGUNOS COLECTIVOS QUE DEJEN DE UTILIZAR A LAS VÍCTIMAS PARA LAVAR SU MACABRO PASADO

 

Madrid, 19 de junio de 2007.- Ante la cantidad de mentiras y falsedades que algunas personas han dicho en las últimas horas, la Asociación Víctimas del Terrorismo quiere decir lo siguiente:

 

La AVT no participa hoy en el acto organizado por la Generalidad de Cataluña, con motivo del 20 aniversario de la masacre en el Hipercor de Barcelona, porque le parece vergonzosa la incoherencia de los organizadores. Después de negociar con los terroristas pretenden homenajear a las víctimas sin haber pedido perdón. Además, no han invitado a nuestra asociación y no son capaces de reconocer este grave error porque no pueden mostrar ningún documento que así lo acredite. Son ellos los que, con sus actuaciones en los últimos tiempos, han excluido a la mayoría de las víctimas del terrorismo y a nuestra asociación. El vicepresidente de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT), Roberto Manrique, debería rectificar después de asegurar hoy que la AVT ha sido invitada al acto de esta tarde.

 

Durante todos estos años la AVT ha organizado multitud de actos a los que no han asistido los que ahora mienten y atacan a nuestra asociación. La Generalidad de Cataluña, el Gobierno Vasco y los colectivos que les hacen el juego no han apoyado a las víctimas del terrorismo porque era incompatible con su benevolencia hacia los terroristas. ¿Dónde estaban todas estas instituciones y personas cuando la AVT pedía incansablemente que el asesino De Juana volviera a la cárcel? ¿Dónde estaban cada vez que las víctimas, apoyados por millones de españoles, han protestado por las macabras injusticias que está provocando el proceso de rendición ante ETA?

 

La AVT nunca ha atacado ni ha echado en cara nada a aquellos colectivos de víctimas, muy minoritarios, que han emprendido otro camino. La AVT les ha respetado aunque no compartiera su forma de reclamar la memoria, la dignidad y la justicia que se merecen las víctimas. Pero hoy hay que decir que es absolutamente inmoral que pretendan utilizar y engañar a las víctimas para lograr réditos personales. Es una vergüenza que un representante de la ACVOT diga, por ejemplo, que el presidente de la AVT no es víctima del terrorismo. Esa es la impiedad, la maldad, de quienes niegan la condición de víctima de Francisco José Alcaraz, que conoce el dolor inefable de enterrar a un hermano y dos sobrinas asesinados por ETA en el atentado del cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza. Es triste decirlo, pero el señor Manrique sólo es conocido por atacar a las víctimas y por jactarse de lograr reuniones con Juan José Ibarretxe o Carod Rovira, dirigentes políticos que se han sentado con Batasuna-ETA y el asesino Josu Ternera.

 

Por último, la AVT quiere dejar claro que la Rebelión Cívica que comenzó hace tres años va a continuar. Esta rebelión es imparable porque las víctimas no se van a rendir nunca y, además, cuentan con el apoya de la mayoría de los españoles. Las personas, colectivos, instituciones, partidos políticos y medios de comunicación que, desde la sinrazón y la inmoralidad, siguen atacando a las víctimas y apoyan el proceso de rendición nunca van a lograr sus objetivos.


 

lunes, junio 04, 2007

RCTV TRANSMITE EN LA RED




El observador de RCTV continúa en la cobertura noticiosa en defensa de la libertad de expresión pese a las limitaciones impuestas tras el despojo que sufrió nuestro canal a manos del estado al privarnos de estaciones y transmisores.
Debido a lo antes expuesto nos hemos visto en la obligación de buscar medios alternativos para poder informar al mundo.
Puedes ver las emisiones de El Observador en línea a través del siguiente enlace:
También pueden acceder a las noticias por las siguientes páginas:

y
El Observador más vivo que nunca en defensa de la libertad de expresión !




sábado, junio 02, 2007

Carta enviada por el cura de Mendavia al Diario de Navarra, tras recibir una carta de los proetarras



A quien concierna

He recibido una carta sin remite y sin firma, a la que contesto públicamente, con la esperanza de que sea leída por los interesados.

Mi primera impresión fue de sorpresa. Pero después de releerla detenidamente no dudé en pensar que lo que tenía en mis manos era un panfleto del más rancio corte estalinista. Esto se desprende ya desde el primer párrafo que dice literalmente: «Nos dirigimos a Vd. porque venimos constatando su inhibición y escaso interés en la defensa de la Iglesia Vasca». ¿Desde cuándo existe la «iglesia vasca»? ¿Quién es el fundador de tal iglesia? ¿Quiénes son sus autoridades? ¿En qué lugar de Euskal Herría residen?... No alarguemos inútilmente este interrogatorio. Yo he sido bautizado en la Iglesia Católica, que tiene su origen y fundamento en Jesucristo. Mi Obispo y el Papa son mis autoridades. Y todos mis esfuerzos están orientados en esa dirección. Por otra parte, ¿quiénes son Uds. para pretender «obligarme a trabajar más activamente por una Euskal Herría libre, soberana e independiente», como afirman en su carta? Desde mi infancia aprendí que mi patria es España. En ella he crecido, en ella vivo y en ella espero morir, si Dios quiere. No estoy, en absoluto, por la labor de establecer nuevas fronteras, sino más bien por derribar muros y mugas que nos separen.

Tienen la desfachatez de señalarme algunas tareas, como por ejemplo: «poner nombres vascos a los que se bautizan». Señores míos, ¿de verdad que hablan en serio? ¿Estarían dispuestos a aceptar que el cura pusiera los nombres a sus hijos? No me lo puedo creer. Para darle consistencia a tan absurda proposición citan «el comportamiento ejemplar de muchos curas patriotas». Yo pensaba que este lenguaje obsoleto y arcaico, y este afán por promover «iglesias patriotas», sólo se daba en la extinta Unión Soviética y en los países de su órbita comunista, sin excluir la China de Mao Tse-Tung. Esto me suena a manual de Marxismo-Leninismo para principiantes.

Finalmente, su atrevimiento llega hasta «pedirme, también, el voto para H.B. ¡Qué más da cómo nos llamen los fascistas…!» Pues va a ser que no. Sería lo último que se me pudiera ocurrir. ¿Cómo voy a votar por quienes no son capaces de condenar la violencia que asesina indiscriminadamente, y no sienten ningún escrúpulo al profanar los humildes monumentos que el pueblo erige en recuerdo de las víctimas del terrorismo, como acaba de suceder en Berriozar con el monumento a Francisco Casanova, a quien me correspondió enterrar? Es como volver a asesinarlo de nuevo. De verdad que no me resulta ilusionante colaborar con sujetos de semejante catadura moral.


Domingo Urtasun, párroco de Mendavia