viernes, mayo 05, 2006

Revel, la vocación de la libertad


GEES


Por Juan F. Carmona y Choussat     

En un periodo de menos de un año, los hombres de bien de España y Francia han perdido a dos de sus pensadores más destacados. Hace unos meses nos dejaba Julián Marías. Hace unos días nos dejaba, Jean François Revel. Cierto es que no son figuras comparables y se antoja que nuestra pérdida es mayor, sin necesidad de acudir a ningún patriotismo del pensamiento, pero sí hay aspectos que admiten la comparación. Para ambos la libertad era un divino tesoro. En fin, lo era para Marías, nuestro gran cristiano. Para Revel, al menos, era un tesoro. Eso sí, vamos a ver qué poco tardan los franceses en hacer una magnífica edición de obras completas de Revel. ¿Para cuándo la publicación de las de Marías?

Cualquier español, al conocer la muerte del máximo representante de la filosofía política de Francia, podía recordar las tremendas palabras de Unamuno, ya tremendo en sí:

“Cuando me creáis más muerto
retemblaré en vuestras manos.”


Porque si algo fue Revel, fue un libertador. Un incansable buscador de las amenazas a la democracia y a la libertad que se forjaban, dentro y fuera de Occidente, como enemigos del estadio de la civilización al que hemos llegado. Y la lucha frente al totalitarismo, en general, frente a todas las tentaciones de abuso del poder que nos barbarizan y nos llevan a tiempos pasados – que no necesariamente fueron mejores – es la eterna lucha de todos los tiempos. Pero hoy, como siempre pero quizá, más que nunca, es el tema de nuestro tiempo. Por eso, retiemblan en nuestras manos, cada uno de los escritos del marsellés:

“El origen del comunismo se sitúa, no en la historia, no en lo concreto, no en la ‘praxis’, sino, todo lo contrario, en la capacidad humana de no tenerlas en cuenta. Esta capacidad vivirá siempre o estará adormecida durante largo tiempo para despertarse tarde o temprano en nosotros, y por ello, el peligro totalitario existirá siempre para nosotros. Tomará en el futuro otras caras, ciertamente, detrás de las cuales no lo reconoceremos, sostendrá otro lenguaje, bajo el texto del cual no identificaremos su viejo soniquete. Sin embargo, instruidos en nuestro pasado de ceguera, debemos enseñar a nuestros descendientes a no dejarse engañar por sus reencarnaciones futuras y a reconocerlo bajo sus circunstancias y nuevos e imprevisibles disfraces. Escribir sobre política no tiene de hecho otro sentido que cultivar este discernimiento, y sino, no valdría una hora de esfuerzo. Porque si el peligro totalitario puede ser combatido, la tentación totalitaria no morirá nunca, porque está inscrita en el hombre. La única cosa que se pueda aprender, gracias a la filosofía política, no es evitar sentirla, sino la de no sucumbir a ella. Sin ella, cómo comprender la alucinación de tantos hombres eminentes, algunos de los cuales ni siquiera eran comunistas, y que vieron ‘dulces amaneceres’ en lo que no era desde un principio, desde las primeras notas, otra cosa que una lúgubre marcha fúnebre”. Le regain démocratique, 1992.

Es conocida la trayectoria intelectual de Revel. De formación filosófica, a través de la dura oposición de la Escuela Normal Superior, versión humanística del acceso a la función pública superior que es la Escuela Nacional de Administración, siente pronto un vivo interés por el pensamiento político. La experiencia de la Francia ocupada por el nacionalsocialismo y de la tentación del apaciguamiento a la que ha sucumbido el antiguo héroe Pétain y el régimen de Vichy, le sirven de escuela para poder entender a los otros totalitarismos del presente y del futuro. Después de escribir algunos textos filosóficos de desigual valor, su eclosión se produce en la Francia de los setenta, con el inmenso poder que había ido acumulando la izquierda radical y comunista, la más potente de todas las naciones occidentales. El siempre la vio como la amenaza totalitaria que era, tan vinculada entonces a la difunta Unión Soviética. Sus escritos de entonces suponen la contracorriente de un país fascinado por la solución comunista como alternativa de justicia social frente a una democracia liberal que se pinta como agotada. Muchos de sus trabajos corresponden a su colaboración en los dos semanarios franceses más prestigiosos, “L’Express” primero, y luego “Le Point”, que publicaba muy recientemente su última entrevista. Sus eternos caballos de batalla se manifiestan desde distintos puntos de vista en “La tentación totalitaria”, “Cómo terminan las democracias”, y “El conocimiento inútil”. De qué le sirve al hombre occidental la posibilidad de estar informado si no está dispuesto a sacar las consecuencias de lo que ve. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

En “Le regain démocratique” resume el resultado de la caída del Muro de Berlín y del derrumbamiento de la Unión Soviética y de los regímenes totalitarios de la Europa central y oriental. Relata la condescendencia y espíritu de distensión que en Occidente alargaron la agonía del comunismo soviético y manifiesta su convicción de que el hombre es una criatura hecha de tiempo. ¿De qué le sirve al oprimido saber que el comunismo está condenado por sus circunstancias intrínsecas si las potencias occidentales no se apresuran a derrotarlo? En todo caso, es el tiempo de la satisfacción, en donde según la clasificación de Freedom House, en esa década de los ochenta, marcada por la presencia de Reagan y Thatcher, avanza la democracia en todo el mundo, y, por fin, se toma conciencia de la superioridad intelectual y moral de la democracia liberal.

Pero el hombre siempre está en peligro de recaídas y Revel aprecia esta en Francia cuando se publica el monumental informe, tan relevante como escasamente comentado, “El libro negro del comunismo”. Escrito por personas procedentes de diversas familias de la nutrida izquierda gala, esta obra es una inmensa relación de los atroces crímenes del comunismo. En 1997 genera un descomunal rechazo por parte de los arcaísmos de la nación vecina. Desde el entonces jefe del partido comunista francés, Robert Hue, hasta las persecuciones que en el mundo universitario sufren algunos de sus autores, alguno de los cuales se ve obligado a formular una especie de retractación, Revel descubre aquí este renacimiento totalitario. La denuncia de los 100 millones de muertos del comunismo, la constatación de la destrucción de sociedades enteras y su incapacidad para incorporarse a la democracia sin una profunda transformación, generan la inquietante paradoja de que el culpable no es el espíritu totalitario, sino su rechazo.

De esta reflexión surge “La Gran Mascarada”. El hombre siempre dispuesto a dar razón a los aforismos latinos, video meliora proboque, deteriora sequor, ve con claridad los males del socialismo real, y, sin embargo, se apresta a designar como culpable a la democracia, y al liberalismo y a poner en el banco de los acusados el capitalismo, siempre apellidado de salvaje. Poco importa que haya resultado el vencedor frente a la reiterada acusación marxista de que su caída estaba prefigurada en su esencia. Lejos de ser así, ha sido lo contrario. Cayó el socialismo real, pero, ¿después de cuántos años? ¿a qué precio, en víctimas mortales, en destrucción social, en hambrunas y privaciones,… en polución y daño al medio ambiente? Siendo todo esto así se da la horrible paradoja que José Bové, el agricultor radical, se convierte en el héroe de un país que parece apreciar su desprecio por el liberalismo, el capitalismo, y que apenas denuncia los ataques terroristas a los “mac donald’s”.

Y se llega así al último libro de Revel, “La obsesión antiamericana”, en donde cataloga las razones por las cuales, los franceses, dignos representantes aquí de los europeos en general, culpan a los americanos de los males que ellos mismos se han generado. Sostiene Revel que es la propia decadencia e impotencia de Europa la que llevó a los Estados Unidos, tras las dos guerras mundiales, a hacerse con la posición hegemónica en Occidente. Sin embargo, no es posible perdonar a los americanos por haber llenado el vacío en la defensa de Occidente y, por ello, es menester su descalificación absoluta. No la crítica de buena fe a lo que se pueda considerar incorrecto, sino la generación de una leyenda negra – tema tratado con inigualable profundidad por Marías – que haga de los Estados Unidos, un país erróneo de la alfa a la omega. Y así, desde Reagan hasta Bush, sin olvidar a Carter ni a Clinton, son los Felipes II de hoy día. Para ello, se toma, por ejemplo, el macarthysmo – la Inquisición - y se lo extiende a la totalidad de la historia americana. Y así se consiguen aplausos en la ONU… y nada más.

Pero esas tentaciones francesas, o vistas desde la perspectiva de Francia debido al lugar de nacimiento de Revel, son las de toda Europa. Esa Europa tan necesitada de un ensimismamiento que valga la pena y le devuelva a la comprensión de sus raíces que son las que han construido Occidente: la filosofía griega, la idea de mando según Derecho introducida por Roma, y la tradición judeo cristiana, con independencia de su naturaleza y destino divinos, como decía Zubiri. Ese ensimismamiento que está en el origen del propio nacimiento de Europa como nos lo muestra Luis Suárez en “Los creadores de Europa”, en esa subida de San Benedicto al Monte Cassino para que su ora y labora generara el elemento espiritual necesario para la conversión de los germanos, de los bárbaros, y la separación del poder espiritual y temporal.

En el año 2004, el entonces Cardenal Ratzinger, publica en el diario progresista Frankfurter Allgemeine Zeitung, el artículo titulado “En busca de la libertad; contra la razón malentendida y la religión abusada”. Se trataba de la celebración del sexagésimo aniversario del desembarco de Normandía. Hablando de la Alemania nacional socialista, dice:

“El sistema legal en sí mismo, que continuaba, en algunos aspectos, funcionando en el contexto cotidiano, se había convertido, al mismo tiempo en una fuerza destructora del Derecho y lo bueno. Este Estado de mentiras servía a un sistema del miedo, en el que nadie podía confiar en nadie, puesto que cada persona tenía que esconderse de alguna manera detrás de una máscara de mentiras, que, por una parte, funcionaban como defensa propia, mientras, al mismo tiempo, servían para consolidar el poder del mal. Y así fue que todo el mundo tuvo que intervenir para forzar la apertura de este candado del crimen, para que la libertad, el Derecho y la justicia, pudieran restablecerse”.

Dice el Cardenal Ratzinger que quizá se podía hablar de Hitler como la irracionalidad misma; pero los propios defensores del marxismo se consideraron a sí mismos como los ingenieros sociales que iban a rediseñar el mundo de acuerdo con la razón. “Quizá la más dramática expresión de esta patología de la razón fue Pol Pot, en donde la barbarie de tal reconstrucción del mundo hizo su aparición más directa. Pero la evolución del intelecto en Occidente también se inclina cada vez más hacia las patologías destructoras de la razón.”(…) “Sólo lo que es verificable, o para ser más exactos, falsificable, cuenta como racional; la razón se reduce a lo que puede probarse empíricamente”. A esto respondía Marías, ¿y esa afirmación de que sólo es verdad lo que puede probarse empíricamente, es empíricamente demostrable? Concluye el entonces Cardenal: “La razón malentendida y la religión abusada, llevan al mismo resultado. Para una razón malentendida, todo reconocimiento de valores definitivamente válidos, todo lo que se interpone a la absoluta capacidad de la razón, aparece en último término como un fundamentalismo”. Y, sin embargo, le queda claro que hasta el Estado más secular, debe encontrar su fundamento en las raíces de las que proviene; debe asentarse en los valores fundadores sin los cuales no puede sobrevivir. Un Estado no puede subsistir sobre una razón abstracta, una razón que no sea vital, histórica.

Llegados a este punto, no sé si tenemos el lujo de dudar que el relativismo es esa otra cara, detrás de la cual no reconoceremos al totalitarismo, porque sostiene otro lenguaje, bajo el texto del cual no identificaremos su viejo soniquete. Sin embargo, instruidos en nuestro pasado de ceguera, debemos enseñar a nuestros descendientes a no dejarse engañar por sus reencarnaciones futuras y a reconocerlo bajo sus circunstancias y nuevos e imprevisibles disfraces.

Juan F. Carmona Choussat es Licenciado y Doctor en Derecho cum laude por la UCM, Diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, Administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Su libro más reciente es "Constituciones: interpretación histórica y sentimiento constitucional", Thomson-Civitas, 2005.

Libertad Digital



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