Jorge Martí
Barcelona
Tenía una cierta curiosidad morbosa para ver el inicio de la final y me he sentado ante el televisor el tiempo justo para ver las indumentarias del F.C. Barcelona y constatar si en algún pliegue de su camiseta se apreciaba, por pequeña que fuera, una bandera española del mismo modo que, hace dos semanas, era perfectamente visible en las elásticas del Sevilla, dejando muy a las claras que disputaban la final de la UEFA por méritos a la clasificación obtenida en la liga española.
Indudablemente, he pecado de una candidez infantil pues, el único símbolo perceptible, era la cuatribarrada en la parte alta de la espalda, lo cual me ha provocado una tremenda duda existencial que me ha obligado a cerrar la conexión para reflexionar y hacer un esfuerzo de memoria.
Duda existencial y esfuerzo de memoria porqué tenía entendido que, a la final de la Champions, acudían los campeones de Liga de cada nación y como, ahora, el término nación es cuestionado, cuestionable y divisible, no recordaba si ese campeonato de Liga había sido en competición con cuatro equipos de Andalucía, tres de Madrid, tres de Vascongadas, dos de Galicia, dos de Valencia, uno de Aragón, uno de Cantabria, uno de Navarra, uno de Baleares y otro de Cataluña aparte del finalista o, por el contrario, había alcanzado la clasificación después de competir con tres del Barcelonés, tres del Tarraconés, dos de Gerona, dos del Segriá, uno del Pallars Llussá, uno de la Selva (nada que ver con Tarzán ni con el proyecto gran simio), uno del Baix Llobregat, uno del Anoia, otro de la Cataluña Nord del que es socio de honor Carod-Rovira por sus viajes a Perpiñán, otro de Osona, mas alguno mas que se me puede olvidar.
Y, para que negarlo, aparte de la duda existencial me ha provocado, como español nacido en Cataluña, el sentimiento de rabia lógico por el hecho de tener unos conciudadanos y unos dirigentes, los políticos y los deportivos, movidos por un fundamentalismo tan fanático, absolutista y totalitario que no sabe uno si atribuirlo a ceguera o a cortedad mental, para no entrar en aspectos mas punibles, especialmente cuando la euforia se desata
Cierro estas líneas sin conocer el resultado pero una cosa es cierta y es que mi barcelonismo de otrora - exjugador de balonmano en equipos inferiores, exsocio y excompromisario - se ha esfumado con el incremento exponencial del aldeanismo y la banalidad, al extremo que me inclino por el equipo de la “pérfida Albion”.
Barcelona
Tenía una cierta curiosidad morbosa para ver el inicio de la final y me he sentado ante el televisor el tiempo justo para ver las indumentarias del F.C. Barcelona y constatar si en algún pliegue de su camiseta se apreciaba, por pequeña que fuera, una bandera española del mismo modo que, hace dos semanas, era perfectamente visible en las elásticas del Sevilla, dejando muy a las claras que disputaban la final de la UEFA por méritos a la clasificación obtenida en la liga española.
Indudablemente, he pecado de una candidez infantil pues, el único símbolo perceptible, era la cuatribarrada en la parte alta de la espalda, lo cual me ha provocado una tremenda duda existencial que me ha obligado a cerrar la conexión para reflexionar y hacer un esfuerzo de memoria.
Duda existencial y esfuerzo de memoria porqué tenía entendido que, a la final de la Champions, acudían los campeones de Liga de cada nación y como, ahora, el término nación es cuestionado, cuestionable y divisible, no recordaba si ese campeonato de Liga había sido en competición con cuatro equipos de Andalucía, tres de Madrid, tres de Vascongadas, dos de Galicia, dos de Valencia, uno de Aragón, uno de Cantabria, uno de Navarra, uno de Baleares y otro de Cataluña aparte del finalista o, por el contrario, había alcanzado la clasificación después de competir con tres del Barcelonés, tres del Tarraconés, dos de Gerona, dos del Segriá, uno del Pallars Llussá, uno de la Selva (nada que ver con Tarzán ni con el proyecto gran simio), uno del Baix Llobregat, uno del Anoia, otro de la Cataluña Nord del que es socio de honor Carod-Rovira por sus viajes a Perpiñán, otro de Osona, mas alguno mas que se me puede olvidar.
Y, para que negarlo, aparte de la duda existencial me ha provocado, como español nacido en Cataluña, el sentimiento de rabia lógico por el hecho de tener unos conciudadanos y unos dirigentes, los políticos y los deportivos, movidos por un fundamentalismo tan fanático, absolutista y totalitario que no sabe uno si atribuirlo a ceguera o a cortedad mental, para no entrar en aspectos mas punibles, especialmente cuando la euforia se desata
Cierro estas líneas sin conocer el resultado pero una cosa es cierta y es que mi barcelonismo de otrora - exjugador de balonmano en equipos inferiores, exsocio y excompromisario - se ha esfumado con el incremento exponencial del aldeanismo y la banalidad, al extremo que me inclino por el equipo de la “pérfida Albion”.
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