sábado, mayo 20, 2006

AZNAR EN EL SEMINARIO INTERNACIONAL DE AEI Y FAES (discurso íntegro)




Queridos amigos,     

Estoy verdaderamente contento de estar hoy aquí, sentado junto a Chris deMuth, quien, dicho sea de paso, nos visita por segunda vez en menos de un año, en un acto conjunto entre el American Enterprise Institute y FAES. Y estoy contento porque lo que estamos haciendo ahora, aquí, es la parte pública de una reflexión que expertos de ambas instituciones vienen desarrollando a puerta cerrada durante el día de ayer y todo el día de hoy. Este es el primer encuentro anual entre el AEI y FAES, producto de un acuerdo al que llegamos ya hace tiempo y que ahora hemos podido materializarlo. Muchas gracias desde aquí a todos quienes han hecho posible este primer encuentro.

Pero estoy más contento si cabe por ser el interlocutor de FAES en esta ocasión el AEI, un instituto de pensamiento no sólo influyente –y mucho- en los Estados Unidos sino con una repercusión en el pensamiento liberal-conservador de todo el mundo.

Permítanme que les diga algo más. Estoy contento por lo siguiente: es probable que ustedes hayan oído hablar de Ayaan Hirsi Ali, la diputada holandesa amenazada de muerte por islamista fanáticos por haber escrito el guión de Sumisión, una película que aborda la opresión de las mujeres bajo el Islam. Es posible que recuerden mejor el nombre del director del film, Theo Van Gogh, asesinado a finales de 2004 a manos de un terrorista islámico.

Pues bien, Ayaan Hirsi Ali acaba de ser conminada a abandonar su hogar porque un juez holandés ha entendido más conveniente garantizar la seguridad de sus vecinos, temerosos de convivir con una víctima del terror. El miedo a sufrir daños colaterales en un atentado contra Hirsi Ali acaba con ésta en el exilio. Es una triste historia que deja a Europa en muy mal lugar. Afortunadamente para Hirsi Ali, ha habido una institución, americana para más señas, que se ha prestado a acogerla. Esa institución, me complace decirlo, no es ni más ni menos que el AEI. Aprovecho la ocasión para agradecer a su presidente, Chris DeMuth la lección que eso debe enseñarnos a muchos en este lado del Atlántico. Norteamérica ha venido a Europa dos veces en el último siglo para salvarnos de nuestros propios demonios. De verdad confío en que nos ayude una vez más a superar los retos a los que todos, nos guste o no, nos enfrentamos.

Queridos amigos,

Yo soy un atlantista convencido. No es ningún secreto a estas alturas. Y lo soy porque soy español y a la vez un firme partidario y creyente en una Europa fuerte. Mi propia Historia, la Historia de mi nación, al igual que la de Europa, no puede explicarse si no se tiene presente la dimensión atlántica. Lo atlántico, las Américas, han dejado una huella indeleble en lo que somos.

Pero soy atlantista no sólo por razones históricas. Compartimos los mismos principios de libertad y democracia, de respeto al libre mercado y a la dignidad de las personas. Después de muchas décadas de aislamiento y marginalidad, España y Estados Unidos estaban en la misma onda.

Mientras fui presidente del Gobierno trabajé duro para que España y Norteamérica se convirtieran en unos aliados especiales. Trabajé por ello con un presidente demócrata, como Bill Clinton, y con uno republicano, como George W. Bush.

Y déjenme que lo diga con claridad, en esos años de gobierno siempre sentí la amistad, la cercanía y el apoyo de Norteamérica. No puedo hablar por otras personas y mucho menos por el gobierno –o desgobierno- actual. Pero mi experiencia personal es que nuestros amigos americanos siempre respondieron a nuestras llamadas con generosidad y coraje. En situaciones buenas y en las más delicadas.

Eso explica en parte mi empeño en que ambos países se beneficiaran mutuamente de nuestra relación bilateral y de lo que juntos podíamos hacer en el mundo.

Soy atlantista porque creo que España, y en verdad toda Europa, y con ambas nuestras libertades, nuestra prosperidad y nuestras democracias, están mejor protegidas, cuando las relaciones con los Estados Unidos de América son sinceras y de futuro, no cuando sólo se busca la fricción y el enfrentamiento;

Soy atlantista porque España y los Estados Unidos comparten un enemigo común, el terrorismo, y un objetivo común, prevalecer sobre el terror. Y el terrorismo puede ser derrotado de manera más rápida si se trabaja juntos. Nuestra relación especial fue una mala noticia para los terroristas, los de aquí y los de todas partes, pero fue una excelente noticia para todos quienes aspiran a vivir en libertad, aquí, en el País Vasco o en Nueva York.

Soy atlantista porque a pesar de que la Historia de nuestras dos naciones es diferente, compartimos muchos intereses. En Iberoamérica, nuestra preocupación compartida es la libertad, el fortalecimiento institucional y el imperio de la Ley. Y en mis ocho años de gobierno, tomamos muchas iniciativas juntos para enraizar la democracia en el continente.

Soy atlantista porque creo que nuestra alianza sirve para crear oportunidades económicas y empleo que beneficie a nuestras empresas y a nuestros trabajadores igualmente.

Soy atlantista porque estoy firmemente convencido de que cuando Europa y Estados Unidos van de la mano, el resultado es un mundo mejor. Lo contrario, cuando ambas orillas del Atlántico marchan por caminos separados, la Historia nos enseña que las cosas no van particularmente bien.

Soy atlantista porque creo en el futuro basado en la expansión de la libertad, la democracia y el respeto a la dignidad del ser humano.

Soy atlantista porque quiero lo mejor para España y porque ahí está lo que convenía y conviene verdaderamente a nuestros intereses nacionales.

Por todo eso, como digo, trabajé porque la relación entre España y América fuera algo especial. Desde mi posición actual debo decir que me parece que los resultados merecieron la pena. En abril de 2004 las relaciones bilaterales eran excelentes y prometedoras. España influía en el mundo, y las empresas y los emprendedores españoles tenían oportunidades extraordinarias en los Estados Unidos y en otros países, empezando por los países europeos. Y todo ello, a pesar de que la relación atlántica en general sufría fuertes tensiones en Europa. El gobierno actual tendrá que explicar en algún momento por qué ha alimentado esas tensiones en lugar de rebajarlas y por qué ha puesto los prejuicios y las consignas por delante de los intereses nacionales.

Yo siempre llevé la contraria a quienes pretendían aumentar la distancia entre ambos lados del Atlántico y no puedo entender a quienes, con la responsabilidad de dirigir una nación europea y occidental, como es la nuestra, se empeñan en ahondar las diferencias.

Queridos amigos,

La agenda atlántica es muy compleja y se enfrenta a numerosos problemas. Desde la estabilización de Irak, a la proliferación nuclear, pasando por la defensa frente al populismo y el indigenismo que asola a Iberoamérica. Por no mencionar el terrorismo islamista o la pobreza. Pero la búsqueda de una solución a cada uno de esos problemas puede aliviarse si se persigue con un espíritu constructivo o puede volverse imposible si todo se entiende en términos de rivalidad.

Nadie cuenta con una solución mágica para los problemas del mundo; pero algunos tienen la capacidad de volver las cosas mucho peor, incluyendo la relación entre Estados Unidos y Europa, entre Estados Unidos y España. A veces el poder del gobierno estriba en el poder de sus malas ideas.

Yo estoy con quienes intentan fortalecer el vínculo atlántico y creo que se equivocan –y mucho- quienes día tras día hacen lo posible por socavarlo;

Yo estoy con aquellos que aspiran a una Europa fuerte, a una Europa Atlántica. Y creo que los que buscan una Europa contrapeso a los Estados Unidos, se equivocan;

Yo estoy con quienes creen que los valores occidentales tienen validez universal y que cualquiera puede disfrutarlos. Y me parece que quienes no tienen valores y muestran actitudes derrotistas, están equivocados;

Yo estoy con quienes luchan activamente para derrotar al terrorismo, ayudando a sus aliados, mostrando solidaridad cuando es necesario. Y creo que quienes buscan el apaciguamiento, el acomodo o la retirada de esta lucha, se equivocan y peligrosamente.

Queridos amigos,

Una de las cosas más extraordinarias durante mis ocho años al frente del gobierno fue sentir la irrupción de una nueva ambición nacional en España, así como un nuevo sentimiento acerca del papel que nuestro país podía jugar en la arena internacional. Tras años de consumirnos mirando hacia dentro, ser capaz de estar y contar entre las democracias más importantes del planeta, era una enorme oportunidad histórica.

En estos años España llegó a su cita con la Historia. A la hora correcta, en el lugar correcto y con los debidos amigos, asumiendo sus responsabilidades. Orgullosa como nación libre de extraños complejos.

Ahora la situación es distinta. Peor, en mi opinión. En Europa hemos perdido poder, dinero e influencia. En los Estados Unidos se nos ve como un país voluntariamente aislado. En Iberoamérica se nos ha colocado del lado del populismo antiliberal. En estos días, en los que se expropia no a las empresas, sino a sus accionistas –a las familias que han puesto sus ahorros en esas compañías- es cuando se notan más las consecuencias de una mala política exterior, y se nota más que España se ha quedado sin aliados dispuestos a ayudarle, ni en Europa ni en América.

Cuando los dirigentes de un país dedican sus energías a debilitar internamente la nación no se puede cosechar sino disgregación dentro y fracasos fuera.

Con todo, yo soy optimista. España es una nación fuerte y de una vitalidad sorprendente. A mi me gustaría ver a mi país caminando en la buena dirección. Y aunque yo ya no estoy en la política activa, sí lo estoy plenamente en el campo de las ideas. Y desde esta posición haré cuanto esté en mi mano para que España vuelva a ser un país respetado y con prestigio, y se beneficie de una relación especial con los Estados Unidos y todas aquellas democracias que están en la lucha para derrotar al terror y difundir la libertad y la democracia.

Muchas gracias

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