Federico Quevedo
Aquella mañana, en las horas siguientes a los terribles atentados del 11 de marzo de 2004, una persona de figura oronda, pelo blanco y hablar entrecortado se dirigió a la sede del Centro Nacional de Inteligencia para ofrecer sus servicios como experto en asuntos islámicos. Aquella persona de figura oronda, pelo blanco y hablar entrecortado no era ningún cualquiera, por supuesto, pero nada tenía que ver con quienes en aquel momento ostentaban el Gobierno de la Nación. Y, sin embargo, ni el presidente, ni el ministro de Defensa, ni ninguno de los que integraban el Gabinete de Crisis creado para hacer frente la situación supieron nunca de la llegada al CNI de aquel personaje, dispuesto a ofrecer su ayuda para esclarecer los hechos. Según parece, según me cuentan mis fuentes, Miguel Ángel Moratinos tenía mucho interés en colaborar en la tarea de desentrañar la trama islamista del 11-M desde los primeros instantes posteriores a los atentados. A nadie se le oculta que Miguel Ángel Moratinos guarda una estrecha amistad con quien entonces dirigía el CNI, Jorge Dezcallar. La pregunta es, sin embargo, ¿por qué ese interés de Moratinos por conducir la investigación hacia la pista islamista desde el primer momento, cuando en las primeras horas y siguientes los servicios de información apuntaban a ETA de manera indudable? Es más, ¿por qué se ocultó aquella visita al CNI al Gobierno de la Nación? ¿Quién la ocultó? ¿Quién la permitió? ¿Por qué Moratinos estaba tan seguro de que era un atentado islamista? ¿Por la misma razón que lo sabía Rubalcaba?
Yo tengo la convicción moral de que los atentados del 11 de marzo de 2004 fueron el producto de una conspiración para echar al PP del poder. A quienes me preguntan, y son muchos los que lo hacen, si creo a la izquierda española capaz de semejante barbaridad les contesto, sin dudarlo, que sí, lo cual no quiere decir que señale a nadie como culpable. Pero es un hecho que hoy algunos de los que en su día mataron, secuestraron y enterraron en cal viva en nombre del Estado campan a sus anchas e, incluso, se les trata como personas respetables. Siempre he creído que quien ha matado una vez en nombre de una determinada e interesada causa política puede volver a hacerlo sin importarle las consecuencias. Tengo derecho a dudar. Es más, por mi profesión, estoy obligado a dudar, y con más motivo si quienes se empeñan en hacerme creer una única verdad son los mismos que negaban entonces la existencia de los GAL y del crimen de Estado. Si lo hicieron una vez, ¿por qué no van a volver a hacerlo? Ayer, en un artículo que pasó algo más desapercibido por la avalancha de informaciones y opiniones sobre la famosa tarjeta del Grupo Mondragón y el lío que se ha montado en torno a ella, afirmaba sin dudarlo que creo a la izquierda capaz de todo para lograr el poder, y capaz de todo para no perderlo. Incluso, aliarse con quienes llevan décadas matando, poniendo bombas y provocando masacres como la de Hipercor: solo les recuerdo que alguna vez esos mismos fueron considerados héroes por esa izquierda.
Tengo derecho a dudar. Es más, estoy obligado a hacerlo, les decía. Lo primero que me enseñó mi jefe de estudios en la carrera de Periodismo, casi diría que el primer día, fue eso: “Duda –me dijo-, porque solo de la duda obtendrás la verdad”. Y más de una vez les he dicho a ustedes que solo la verdad nos hará libres. Pero, fíjense, a mí me da igual si existía o no esa tarjeta de visita en la furgoneta. A lo largo de estos dos años hemos conocido numerosas informaciones que se han demostrado auténticas y que en cualquier otro país del mundo hubieran significado, por sí mismas, la apertura de una investigación seria y rigurosa. Yo me he leído el sumario del juez Del Olmo, en el cual puede uno toparse con lagunas como océanos, pero no he encontrado ninguna referencia –creo- al militante socialista asturiano Fernando Huarte y sus contactos con los supuestos terroristas, ni tampoco al hecho sorprendente de que uno de los implicados en la masacre estuviera afiliado al PSOE. Nunca hemos sabido quién le avaló, y sin aval es imposible hacerse militante socialista. Les invito a intentarlo. Qué curioso, Huarte trabajaba para el CNI que dirigía Dezcallar, el hombre en el que Felipe González confiaba casi a ciegas, y también aquellos que formaron parte de una de las páginas más oscuras de nuestra reciente historia. Desde el pasado 3 de abril, y gracias a una denuncia de Manos Limpias, se han abierto diligencias previas contra Huarte y otros 19 policías por el 11-M y por haber, supuestamente, ocultado información. Les diré algo: el PSOE heredó del franquismo una infraestructura de inteligencia e información que la UCD no depuró y que los socialistas aprovecharon en toda su extensión. Aquellos hombres estaban acostumbrados a la represión y al crimen en nombre del Estado. Por desgracia, Aznar no tuvo la valentía suficiente para deshacer esa infraestructura, y aquel 11 de marzo de 2004 se volvió contra él a favor de aquellos con los que habían compartido un mismo modo de entender la política.
Tengo derecho a dudar y a creer, como creo, que el 11-M fue el fruto de una conspiración. Y no caben posiciones intermedias en algo como esto. La simple duda sobre la verdad oficial conduce directamente a la sospecha de que algo se nos está ocultando, algo grave y probablemente horrible. Pero, fíjense, ¿nunca han pensado que si realmente el Gobierno socialista pudiera hundir, en toda la extensión del término, al PP con lo que pasó el 11-M, ya lo habría hecho? La izquierda no ha escatimado oportunidad alguna para machacar al Partido Popular con todo aquello que consideraba podía herirlo y anular sus expectativas electorales. Entonces, ¿por qué da la callada por respuesta a todo lo que sobre el 11-M vamos conociendo? La nota de la Policía sobre la tarjeta no hace sino confirmar que la política del Gobierno es callar y no aclarar la verdad, porque si el Ejecutivo quisiera responder a todas las veces que se ha cuestionado la investigación, la respuesta no vendría de la mano de una nota de la Policía: hubiera salido Rubalcaba atacando al PP y ridiculizando hasta la carcajada su posición sobre este tema. Y, sin embargo, calla. No solo eso: está inmerso en una ceremonia de ocultación y destrucción de la verdad. Lo dije una vez y lo reitero hoy, porque creo que merece la pena recordárselo a aquellos que tratan como ‘irresponsables’ a quienes no nos da la gana de agachar la cabeza y asentir como monos a las tesis del Gobierno y, sobre todo, a quienes se esfuerzan desde su atalaya mediática por esclarecer la verdad: sin ellos nunca hubiéramos sabido que existía el crimen de Estado, ni la corrupción. Perdónenme los baluartes periodísticos del pensamiento único: yo respeto que ustedes no me crean, respeten mi derecho a no creerles.
Esta es una cuestión, como escribía ayer uno de los periodistas que más me han enseñado en esta profesión que ejerzo lo mejor que puedo -mi director, Jesús Cacho-, de principios. Y yo tengo los míos, y la libertad consiste en que pueda defenderlos y expresarlos sin que nadie me lo impida. Y yo amo la libertad. Amo la libertad de Oscar López Fonseca para creer que todo lo que publican los medios que tratan de demostrar que detrás del 11-M hubo algo distinto de lo que nos han dicho que hubo, es falso. Y además defenderé ante quien sea su libertad y su profesionalidad, que respeto y admiro. Igual que respeto y amo la libertad de Antonio Casado para afirmar que todo esto es el fruto del subconsciente de unos malos perdedores. Pero no es así, y además él lo sabe. Porque lo que no puede negarme nadie es que en aquellos días desde la sede del PSOE se orquestó una campaña brutal y antidemocrática –porque antidemocrático es el uso de la jornada de reflexión para lanzar mensajes que en ese momento eran vitales en la estrategia política socialista- contra el Partido Popular. El 11-M fue el fruto de una conspiración de la que participó la izquierda española para echar al PP del poder. Tengo derecho a creerlo y, por lo tanto, a decirlo. La manera de participar puede ser muy diversa, incluso involuntaria, pero lo cierto es que esos atentados se utilizaron de modo que quienes ahora nos gobiernan obtuvieron el beneficio de la victoria electoral. Y lo cierto también es que, después de haberme leído el sumario del juez Del Olmo, si hay algo que me queda claro, es que seguimos sin saber quien o quienes fueron los autores intelectuales del atentado, y yo creo, y así lo digo, que siguen estando cerca de nosotros, tan cerca que casi podríamos hablar con ellos.
Es una cuestión de principios, y de mi libertad, y de la libertad de los miles de españoles que después de dos años siguen queriendo saber la verdad de lo que pasó aquel 11 de marzo de 2004. Hay quienes prefieren pasar página, superar el dolor, olvidarlo todo... Yo no. No estoy dispuesto a hacerlo. Voy a seguir luchando desde mi pequeña trinchera contra la verdad oficial y la sumisión inevitable. Es mi obligación hacerlo. Me da igual lo que me llamen, que me insulten, que se rían de mí, pero se lo debemos a la Libertad y a la Democracia que tantas vidas ha costado conseguir. Habrá quien proponga silenciarme –sé que ya lo han hecho- y silenciar a quienes siguen investigando porque han aprendido a dudar y que de la duda surge la verdad, pero nada hará que deje de creer en la libertad y en la necesidad de la verdad para lograrla. El 11 de marzo de 2004 es una fecha para la afrenta, una fecha que este país no puede ni debe olvidar nunca, una fecha que nos obliga a llegar hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga, le pese a quien le pese, y me da igual si del conocimiento final resulta que hay que exigirle responsabilidades al anterior Gobierno o hay que exigírselas a este: lo que pasó causó tanto dolor y tuvo tan brutales consecuencias que nuestra obligación es levantar todas las piedras que algunos se han empeñado en poner encima de la investigación para ocultarla. Quiero saber la verdad, tenemos derecho a saberla, y la obligación moral de descubrirla si queremos que este país sea la gran nación que pudo ser.
Aquella mañana, en las horas siguientes a los terribles atentados del 11 de marzo de 2004, una persona de figura oronda, pelo blanco y hablar entrecortado se dirigió a la sede del Centro Nacional de Inteligencia para ofrecer sus servicios como experto en asuntos islámicos. Aquella persona de figura oronda, pelo blanco y hablar entrecortado no era ningún cualquiera, por supuesto, pero nada tenía que ver con quienes en aquel momento ostentaban el Gobierno de la Nación. Y, sin embargo, ni el presidente, ni el ministro de Defensa, ni ninguno de los que integraban el Gabinete de Crisis creado para hacer frente la situación supieron nunca de la llegada al CNI de aquel personaje, dispuesto a ofrecer su ayuda para esclarecer los hechos. Según parece, según me cuentan mis fuentes, Miguel Ángel Moratinos tenía mucho interés en colaborar en la tarea de desentrañar la trama islamista del 11-M desde los primeros instantes posteriores a los atentados. A nadie se le oculta que Miguel Ángel Moratinos guarda una estrecha amistad con quien entonces dirigía el CNI, Jorge Dezcallar. La pregunta es, sin embargo, ¿por qué ese interés de Moratinos por conducir la investigación hacia la pista islamista desde el primer momento, cuando en las primeras horas y siguientes los servicios de información apuntaban a ETA de manera indudable? Es más, ¿por qué se ocultó aquella visita al CNI al Gobierno de la Nación? ¿Quién la ocultó? ¿Quién la permitió? ¿Por qué Moratinos estaba tan seguro de que era un atentado islamista? ¿Por la misma razón que lo sabía Rubalcaba?
Yo tengo la convicción moral de que los atentados del 11 de marzo de 2004 fueron el producto de una conspiración para echar al PP del poder. A quienes me preguntan, y son muchos los que lo hacen, si creo a la izquierda española capaz de semejante barbaridad les contesto, sin dudarlo, que sí, lo cual no quiere decir que señale a nadie como culpable. Pero es un hecho que hoy algunos de los que en su día mataron, secuestraron y enterraron en cal viva en nombre del Estado campan a sus anchas e, incluso, se les trata como personas respetables. Siempre he creído que quien ha matado una vez en nombre de una determinada e interesada causa política puede volver a hacerlo sin importarle las consecuencias. Tengo derecho a dudar. Es más, por mi profesión, estoy obligado a dudar, y con más motivo si quienes se empeñan en hacerme creer una única verdad son los mismos que negaban entonces la existencia de los GAL y del crimen de Estado. Si lo hicieron una vez, ¿por qué no van a volver a hacerlo? Ayer, en un artículo que pasó algo más desapercibido por la avalancha de informaciones y opiniones sobre la famosa tarjeta del Grupo Mondragón y el lío que se ha montado en torno a ella, afirmaba sin dudarlo que creo a la izquierda capaz de todo para lograr el poder, y capaz de todo para no perderlo. Incluso, aliarse con quienes llevan décadas matando, poniendo bombas y provocando masacres como la de Hipercor: solo les recuerdo que alguna vez esos mismos fueron considerados héroes por esa izquierda.
Tengo derecho a dudar. Es más, estoy obligado a hacerlo, les decía. Lo primero que me enseñó mi jefe de estudios en la carrera de Periodismo, casi diría que el primer día, fue eso: “Duda –me dijo-, porque solo de la duda obtendrás la verdad”. Y más de una vez les he dicho a ustedes que solo la verdad nos hará libres. Pero, fíjense, a mí me da igual si existía o no esa tarjeta de visita en la furgoneta. A lo largo de estos dos años hemos conocido numerosas informaciones que se han demostrado auténticas y que en cualquier otro país del mundo hubieran significado, por sí mismas, la apertura de una investigación seria y rigurosa. Yo me he leído el sumario del juez Del Olmo, en el cual puede uno toparse con lagunas como océanos, pero no he encontrado ninguna referencia –creo- al militante socialista asturiano Fernando Huarte y sus contactos con los supuestos terroristas, ni tampoco al hecho sorprendente de que uno de los implicados en la masacre estuviera afiliado al PSOE. Nunca hemos sabido quién le avaló, y sin aval es imposible hacerse militante socialista. Les invito a intentarlo. Qué curioso, Huarte trabajaba para el CNI que dirigía Dezcallar, el hombre en el que Felipe González confiaba casi a ciegas, y también aquellos que formaron parte de una de las páginas más oscuras de nuestra reciente historia. Desde el pasado 3 de abril, y gracias a una denuncia de Manos Limpias, se han abierto diligencias previas contra Huarte y otros 19 policías por el 11-M y por haber, supuestamente, ocultado información. Les diré algo: el PSOE heredó del franquismo una infraestructura de inteligencia e información que la UCD no depuró y que los socialistas aprovecharon en toda su extensión. Aquellos hombres estaban acostumbrados a la represión y al crimen en nombre del Estado. Por desgracia, Aznar no tuvo la valentía suficiente para deshacer esa infraestructura, y aquel 11 de marzo de 2004 se volvió contra él a favor de aquellos con los que habían compartido un mismo modo de entender la política.
Tengo derecho a dudar y a creer, como creo, que el 11-M fue el fruto de una conspiración. Y no caben posiciones intermedias en algo como esto. La simple duda sobre la verdad oficial conduce directamente a la sospecha de que algo se nos está ocultando, algo grave y probablemente horrible. Pero, fíjense, ¿nunca han pensado que si realmente el Gobierno socialista pudiera hundir, en toda la extensión del término, al PP con lo que pasó el 11-M, ya lo habría hecho? La izquierda no ha escatimado oportunidad alguna para machacar al Partido Popular con todo aquello que consideraba podía herirlo y anular sus expectativas electorales. Entonces, ¿por qué da la callada por respuesta a todo lo que sobre el 11-M vamos conociendo? La nota de la Policía sobre la tarjeta no hace sino confirmar que la política del Gobierno es callar y no aclarar la verdad, porque si el Ejecutivo quisiera responder a todas las veces que se ha cuestionado la investigación, la respuesta no vendría de la mano de una nota de la Policía: hubiera salido Rubalcaba atacando al PP y ridiculizando hasta la carcajada su posición sobre este tema. Y, sin embargo, calla. No solo eso: está inmerso en una ceremonia de ocultación y destrucción de la verdad. Lo dije una vez y lo reitero hoy, porque creo que merece la pena recordárselo a aquellos que tratan como ‘irresponsables’ a quienes no nos da la gana de agachar la cabeza y asentir como monos a las tesis del Gobierno y, sobre todo, a quienes se esfuerzan desde su atalaya mediática por esclarecer la verdad: sin ellos nunca hubiéramos sabido que existía el crimen de Estado, ni la corrupción. Perdónenme los baluartes periodísticos del pensamiento único: yo respeto que ustedes no me crean, respeten mi derecho a no creerles.
Esta es una cuestión, como escribía ayer uno de los periodistas que más me han enseñado en esta profesión que ejerzo lo mejor que puedo -mi director, Jesús Cacho-, de principios. Y yo tengo los míos, y la libertad consiste en que pueda defenderlos y expresarlos sin que nadie me lo impida. Y yo amo la libertad. Amo la libertad de Oscar López Fonseca para creer que todo lo que publican los medios que tratan de demostrar que detrás del 11-M hubo algo distinto de lo que nos han dicho que hubo, es falso. Y además defenderé ante quien sea su libertad y su profesionalidad, que respeto y admiro. Igual que respeto y amo la libertad de Antonio Casado para afirmar que todo esto es el fruto del subconsciente de unos malos perdedores. Pero no es así, y además él lo sabe. Porque lo que no puede negarme nadie es que en aquellos días desde la sede del PSOE se orquestó una campaña brutal y antidemocrática –porque antidemocrático es el uso de la jornada de reflexión para lanzar mensajes que en ese momento eran vitales en la estrategia política socialista- contra el Partido Popular. El 11-M fue el fruto de una conspiración de la que participó la izquierda española para echar al PP del poder. Tengo derecho a creerlo y, por lo tanto, a decirlo. La manera de participar puede ser muy diversa, incluso involuntaria, pero lo cierto es que esos atentados se utilizaron de modo que quienes ahora nos gobiernan obtuvieron el beneficio de la victoria electoral. Y lo cierto también es que, después de haberme leído el sumario del juez Del Olmo, si hay algo que me queda claro, es que seguimos sin saber quien o quienes fueron los autores intelectuales del atentado, y yo creo, y así lo digo, que siguen estando cerca de nosotros, tan cerca que casi podríamos hablar con ellos.
Es una cuestión de principios, y de mi libertad, y de la libertad de los miles de españoles que después de dos años siguen queriendo saber la verdad de lo que pasó aquel 11 de marzo de 2004. Hay quienes prefieren pasar página, superar el dolor, olvidarlo todo... Yo no. No estoy dispuesto a hacerlo. Voy a seguir luchando desde mi pequeña trinchera contra la verdad oficial y la sumisión inevitable. Es mi obligación hacerlo. Me da igual lo que me llamen, que me insulten, que se rían de mí, pero se lo debemos a la Libertad y a la Democracia que tantas vidas ha costado conseguir. Habrá quien proponga silenciarme –sé que ya lo han hecho- y silenciar a quienes siguen investigando porque han aprendido a dudar y que de la duda surge la verdad, pero nada hará que deje de creer en la libertad y en la necesidad de la verdad para lograrla. El 11 de marzo de 2004 es una fecha para la afrenta, una fecha que este país no puede ni debe olvidar nunca, una fecha que nos obliga a llegar hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga, le pese a quien le pese, y me da igual si del conocimiento final resulta que hay que exigirle responsabilidades al anterior Gobierno o hay que exigírselas a este: lo que pasó causó tanto dolor y tuvo tan brutales consecuencias que nuestra obligación es levantar todas las piedras que algunos se han empeñado en poner encima de la investigación para ocultarla. Quiero saber la verdad, tenemos derecho a saberla, y la obligación moral de descubrirla si queremos que este país sea la gran nación que pudo ser.
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