jueves, marzo 23, 2006

Una idea


Xavier Pericay*


El ejercicio de mirar hacia atrás, aunque sea sin ira, encierra siempre algún peligro. Y más si uno forma parte de lo que intenta describir. Aun así, voy a tratar de explicar por qué Ciutadans de Catalunya ha sido y está siendo un éxito. Yo creo que todo se debe a la feliz concurrencia de una idea y de un estado de ánimo. Empezaré por lo segundo. Quienes a lo largo de un año nos fuimos reuniendo una vez al mes alrededor de una mesa para cenar y, sobre todo, para hablar de lo que se podía hacer en Cataluña -es decir, para hablar de lo que se podía hacer para que Cataluña dejara de ser lo que había sido hasta entonces-, éramos, antes que nada, ciudadanos cansados. En esta coyuntura, tan importante era el sustantivo como el adjetivo. Quiero decir que nuestra desafección se debía por igual a la imposibilidad de ejercer con normalidad nuestros derechos ciudadanos como al cansancio acumulado tras fracasar repetidamente en el empeño.

Pero nada o bien poco habríamos sacado de nuestras cenas, aparte de la oportunidad de reunirnos con los amigos, de no haber mediado una idea. Una idea tan simple como insólita. La de constituir un partido —mejor dicho, la de llamar a la sociedad catalana a constituirlo—. No fue fácil convencernos a nosotros mismos de que aquello tenía sentido. De que era, al cabo, lo único que tenía sentido. Entre los quince, había quien seguía creyendo que lo que había que hacer era influir en los partidos ya existentes. O sea, en el PSC y en el PPC. O sea, lo de siempre, lo que llevábamos años haciendo o tratando de hacer sin resultado ninguno. Yo diría que lo que inclinó definitivamente la balanza fueron, una vez más, los hechos, la tozudez de los hechos. El ir constatando, mes a mes, con inaudito asombro, en qué ocupaban sus horas nuestros políticos. Por un lado estaba la interminable gestación del Estatuto; por otro, el Carmelo, el 3% y la delación del vecino por razones de lengua. De ahí que acabáramos dando el paso. A ver qué.

Y lo que vimos nos dejó boquiabiertos. Nadie esperaba una respuesta semejante. Ni los más optimistas. De golpe, pareció que en Cataluña todos los descontentos, todos los hastiados, todos los marginados de la cosa pública, andaban buscando lo mismo: un partido, un nuevo partido, al que poder votar. En este sentido, nuestra aparición como plataforma cívica certificó dos cosas fundamentales: por un lado, que no estábamos solos, ni mucho menos; por otro, que la clase política catalana ya no daba más de sí. Desde entonces -y han transcurrido cerca de diez meses-, la apreciación inaugural no ha hecho sino fortalecerse. Son muchos los ciudadanos de Cataluña que reclaman la existencia de un nuevo partido «que contribuya -como rezaba nuestro primer manifiesto- al restablecimiento de la realidad». De un partido, pues, posnacionalista, interclasista, laico, moderno, centrado -o sea, sensato-, superador en alguna medida de todo lo existente en Cataluña y en España, y de forma especial de la vieja división entre derecha e izquierda. ¿Un partido liberal? ¿Un partido radical? Tal vez, pero no necesariamente. Es curioso, pero la mejor definición sigue siendo sin duda la inicial: un partido de ciudadanos, cuyo principal cometido sea, precisamente y por encima de todo, construir una Cataluña de los ciudadanos.

Con todo, la experiencia también nos ha demostrado que esa carencia, esa falta de representatividad, no sólo afecta al Principado. En otras palabras: que hay otras partes de España donde también suspiran por la existencia de una nueva formación política, con un perfil muy parecido al del partido que nos proponemos crear. Si esas partes fueran los territorios donde el nacionalismo ha sido siempre hegemónico -el País Vasco- o donde posee, desde hace poco, la llave del gobierno -Galicia-, nadie se sorprendería demasiado; al fin y al cabo nuestro proyecto se postula como un proyecto "posnacionalista". Ocurre, sin embargo, que esa demanda es mucho más amplia. Y se da lo mismo en Cantabria, que en la Comunidad Valenciana, en Aragón o en la propia Comunidad de Madrid. Como si el nacionalismo no estuviera únicamente allí donde se le reconoce, sino esparcido por toda la Península, ya en forma de regionalismo, ya en forma de simple peaje que todo Gobierno del Estado deberá pagar un día u otro si no dispone de mayoría absoluta en las Cortes.

Pero hay más. Esa necesidad tan extendida de ampliar la oferta política española obedece asimismo a una grave crisis de los dos grandes partidos mayoritarios. Su incapacidad para renovarse es notoria. Su ideario sigue fuertemente varado. Sus propuestas responden demasiado a menudo a falsos equilibrios, a trueques entre sectores. Por no hablar de sus estructuras, tan anquilosadas. Seguramente hay otras formas de hacer política. Más ágiles, más próximas a la gente, más vinculadas a los medios de que disponen los ciudadanos a estas alturas del siglo XXI y a las necesidades que estas nuevas realidades conllevan. La aparición de Ciutadans tiene que ver también con todo esto. Pongamos que se trata de la misma idea.

* Xavier Pericay es escritor, y uno de los promotores de Ciutadans de Catalunya

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