por Ana Ortiz, 14 de Marzo de 2006 Análisis nº 96
Un mes y pico después de los graves acontecimientos acaecidos con motivo de la publicación de las caricaturas de Mahoma en Dinamarca, seguimos escribiendo ríos de tinta, analizando y tratando de buscar alguna solución al conflicto desencadenado desde Oriente hacia Occidente, situación que se viene repitiendo a partir de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York.
La inmigración musulmana no ha dado grandes problemas en los países en los que viven millones de musulmanes hasta ahora. Groso modo, se han ido integrando con sus costumbres en las sociedades de acogida. Han construido sus mezquitas, se han constituido en asociaciones de diferente índole para defender sus derechos, han llegado a acuerdos con los gobiernos de acogida, acuerdos bastante buenos para estos ciudadanos, como puede comprobarse en el caso de España y que no solo no dificulta su actividad en nuestro país, sino que han obtenido derechos que no tienen los cristianos en los países musulmanes.
Es claro que sin existir un motivo aparente a este despropósito que venimos padeciendo los occidentales, son los fundamentalistas de Oriente los que vienen empujando a sus gentes repartidas por todo el mundo para acabar con la civilización Occidental, aprovechando la juventud de la mayoría de ellos, que no tienen todavía criterio para apreciar las bondades de nuestro sistema, que aún con todos sus defectos, es el menos malo y muchas veces, el único que conocen y contra el que luchan, aconsejados por líderes decididos a que no disfruten del Estado del Bienestar que ellos niegan en sus propios países y que empujan a muchos de sus ciudadanos fuera de sus fronteras.
Se exponen a continuación dos ejemplos, Alemania y España, con el fin de señalar que es precisamente a través de las asociaciones y acuerdos adquiridos con los gobiernos, por donde sería deseable establecer un modelo de convivencia, en el que musulmanes y occidentales seamos capaces de convivir en paz con el respeto como única bandera.
La inmigración musulmana no ha dado grandes problemas en los países en los que viven millones de musulmanes hasta ahora. Groso modo, se han ido integrando con sus costumbres en las sociedades de acogida. Han construido sus mezquitas, se han constituido en asociaciones de diferente índole para defender sus derechos, han llegado a acuerdos con los gobiernos de acogida, acuerdos bastante buenos para estos ciudadanos, como puede comprobarse en el caso de España y que no solo no dificulta su actividad en nuestro país, sino que han obtenido derechos que no tienen los cristianos en los países musulmanes.
Es claro que sin existir un motivo aparente a este despropósito que venimos padeciendo los occidentales, son los fundamentalistas de Oriente los que vienen empujando a sus gentes repartidas por todo el mundo para acabar con la civilización Occidental, aprovechando la juventud de la mayoría de ellos, que no tienen todavía criterio para apreciar las bondades de nuestro sistema, que aún con todos sus defectos, es el menos malo y muchas veces, el único que conocen y contra el que luchan, aconsejados por líderes decididos a que no disfruten del Estado del Bienestar que ellos niegan en sus propios países y que empujan a muchos de sus ciudadanos fuera de sus fronteras.
Se exponen a continuación dos ejemplos, Alemania y España, con el fin de señalar que es precisamente a través de las asociaciones y acuerdos adquiridos con los gobiernos, por donde sería deseable establecer un modelo de convivencia, en el que musulmanes y occidentales seamos capaces de convivir en paz con el respeto como única bandera.
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