Por Alberto Acered
GEES
14 de Febrero de 2006
El mayor error de la civilización occidental es, a nuestro juicio, la negación de la ideología, o sea, la inacción para realizar un necesario debate de las ideas. Todos los totalitarismos de la historia de la humanidad, incluidos los del siglo XX y los que presenciamos ya a inicios de este siglo XXI, se han caracterizado precisamente por la negación a la sana batalla de las ideas. De igual modo, todas las tiranías de la historia y todos los grandes criminales y dictadores que en el mundo han sido, temieron el debate ideológico y lo cercenaron a fin de forzar su propio dictado a fuerza de machete.
Es por todo ello que el sostenimiento de la Libertad necesita forzosamente del debate ideológico. En la vida pública, los representantes políticos que en democracia niegan la importancia de la ideología traicionan no sólo a los ciudadanos que los votan, sino a la raíz y al concepto mismo de la función política. Aquí desarrollaremos esta idea en el marco transatlántico de España y EEUU a fin de mostrar algunos paralelismos comparativos que pueden ayudar a ilustrar el estado de la política actual en uno y otro país.
El error político de la negación ideológica
Al escribir sobre la necesidad de la ideología política pretendemos significar la importancia de establecer un debate de ideas como medio fundamental para el avance de toda sociedad humana. De forma general, ideología (del griego “idea”, y “–logía”) significa el estudio de las ideas, es decir, su origen, desarrollo y aplicación. Como definición amplia, por tanto, podemos entenderlo como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de un individuo, una sociedad, una época, un movimiento cultural, religioso o político.
Con todo, la palabra “ideología” referida al ámbito particular de la política ha venido adquiriendo incomprensiblemente implicaciones negativas. Tanto es así que aunque en lengua española un “ideólogo” hace referencia a la persona que profesa una ideología concreta o a un estudioso de ella, también “ideólogo” tiene en español la acepción de “persona que, entregada a una ideología, desatiende la realidad”, o bien “persona ilusa, soñadora, utópica”, acepciones ambas recogidas en el Diccionario de la Real Academia Española.
Vivimos, por tanto, en el error de la negación ideológica y el actual panorama político internacional que presenciamos en esta primera década del siglo XXI confirma la necesidad de perfilar y clarificar precisamente las ideas. En la confusión y mezcla ideológica que reina en buena parte de la ciudadanía a nivel internacional hace falta generar un sano debate en el terreno de las propuestas y proyectos, es decir, que falta plantear con nitidez en qué consiste la ideología que cada individuo o cada grupo político defiende. El espacio natural donde puede y debe tener lugar ese debate es el de las naciones donde existe auténtica Libertad bajo un sistema democrático que permita e impulse dicho debate.
La aceleración de la historia vivida desde el inicio del siglo XX y que prosigue en nuestros días corrobora una clara polarización de las ideas y de los modos de entender el mundo. La ideología de los totalitarismos del siglo XX –desde el comunismo al fascismo, incluidas todas su vertientes estalinistas y nacional-socialistas- fueron derrotadas por la ideología de las democracias liberales lideradas por EEUU. En términos simples, la caída del Muro de Berlín significó en parte la derrota de una ideología –la socialista-comunista- por parte de otra –la capitalista- que resultó mucho más propicia para el avance real del ser humano y de sus libertades individuales en el marco del respeto de los derechos humanos.
Con todo, la pervivencia de varias dictaduras en el mundo confirma que aquella derrota de los totalitarismos fue parcial y todavía falta culminar la tarea ideológica en pro de la Libertad. De hecho, lo que vino después, ya en la última década del siglo XX –desde la Guerra de Irak en 1991 hasta hoy- ha ido abonando el campo para la confirmación definitiva del “choque de civilizaciones” augurado por Samuel Huntington. El inicio de este siglo XXI es, por tanto, una encrucijada clave para la historia de la humanidad porque además de ese choque de civilizaciones, no sólo en lo ideológico-político sino también en lo religioso, es visible también una fragmentación interior en el seno de algunas naciones, incluida España y EEUU.
La creciente ola de violencia procedente del radicalismo islámico a raíz de unas caricaturas en un diario danés confirman una vez más la necesidad de hacer frente a quienes quieren cercenar la Libertad en el mundo y las bases democráticas sobre las que Occidente ha logrado los mayores avances para el bien de la humanidad. A nadie escapa ya que el asesinato de casi tres mil inocentes ciudadanos norteamericanos en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 significó el inicio oficial de una guerra sangrienta contemporánea contra los valores de la democracia y la Libertad en el mundo. Por eso hoy entendemos con más claridad los enormes peligros provenientes de los enemigos de la democracia y las libertades públicas e individuales en el mundo.
Hablamos de los verdaderos enemigos de la Libertad, desde los líderes del radicalismo islámico (los ayatolas en Irán, el régimen de Siria, el terrorismo de Hamas en Palestina…) hasta los sectores que añoran el totalitarismo comunista (Corea del Norte y también buena parte de la política china y rusa) pasando por el modelo castrista en Cuba y sus aliados Hugo Chávez y Evo Morales en Venezuela y Bolivia, respectivamente. Con sus lógicas diferencias y particularidades, los casos de España y EEUU son significativos al respecto para exponer los peligros a los que nos enfrentamos si seguimos agrandando el error de la negación ideológica.
Los casos de España y EEUU
En fechas recientes, y al referirse a la actual situación de la política norteamericana, Rafael L. Bardají escribió con acierto del “estado de la (des)unión” al hilo del último discurso sobre el Estado de la Unión del Presidente norteamericano George W. Bush. En su columna de opinión para el diario ABC de Madrid, Bardají destacó la visible confrontación de los miembros del Partido Demócrata en la cámara pese al tono conciliador del Presidente. Bardají señaló que el problema actual de los EEUU radica en la cada vez más obvia polarización social, aspecto que, a la larga, estaba perjudicando la vida política nacional, sobre todo en los tiempos actuales de guerra contra el terrorismo yihadista.
En esa misma línea está la visión del analista político norteamericano James Q.Wilson. Su colaboración “How Divided Are We?” para el último número (febrero de 2006) de la revista norteamericana Commentary resulta muy ilustrativa. La tesis de Wilson es que mientras otros países pueden permitirse el lujo de polarizarse y dividirse ideológicamente, EEUU –como primera potencia mundial- no debería hacerlo. Wilson recuerda las palabras del general Giap de Vietnam del Norte cuando afirmaba que aunque a EEUU no se le podía derrotar en la guerra bélica, sí era posible hacerlo en su propia casa dividiendo a sus políticos.
Aquella visión del general Giap fue cierta en el caso de la Guerra de Vietnam, perdida en Washington por culpa de unos políticos divididos y unos medios de comunicación que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Con la Guerra de Irak, la ideología antiliberal y anticonservadora ubicada en el seno del actual Partido Demócrata ha intentado hacer otra vez lo mismo, pero es precisamente la defensa de la ideología liberal-conservadora expuesta por parte de la derecha norteamericana alojada en el Partido Republicano lo que está impidiendo que eso ocurra.
Frente al permanente intento de desacreditar la ideología liberal-conservadora a nivel internacional, tanto en EEUU como en Europa y otras partes del mundo, nuestra opinión es precisamente que la polarización de la política nacional, como muestra el caso de la política norteamericana y –en mayor escala- de la política española, es la confirmación de la cada vez más clara necesidad de acudir a la ideología como termómetro real de las propuestas políticas. Una ideología, en fin, que verifique la importancia de poder defender pacíficamente las ideas. Hablando claro, sin ambages y sin medias tintas, el ciudadano puede entender cuáles son las propuestas de unos y de otros y así decidir cuál es la que más le interesa.
Cada vez que esto ha ocurrido, el ideario liberal-conservador ha ganado por goleada la batalla de las ideas, pese a la maquinaria propagandística de las izquierdas “progresistas”. Eso ha sido posible, desde luego, en un país plenamente democrático como EEUU. En España, lamentablemente, y guardando las distancias, presenciamos ahora la paulatina y “progresiva” liquidación y depuración de la Constitución de 1978 a manos de una ideología absolutista –la del socialismo y sus aliados nacional-socialistas- que cierra las puertas a cualquier debate ideológico. Ahí está el peligro y ante eso hace falta una rápida actuación dentro de la Constitución y la legalidad.
En fechas recientes, un artículo del catedrático de Ciencia Política de la Universidad de la Coruña, José Vilas Noguera, planteaba algunas de las cuestiones de la polarización política en el caso de la España actual. La división de España resulta hoy obvia entre los partidarios del Partido Socialista Obrero Español y sus aliados frente a quienes apoyan al Partido Popular. Aunque Vilas Noguera cuestionaba razonablemente los marbetes divisionales entre “izquierda” y “derecha” debido a la variabilidad histórica de su denotación, apuntaba también con acierto su preferencia por verbalizar la presente bipolarización de España mediante los términos “liberal-conservadores”, por una parte, y “progresistas”, por la otra.
En oposición directa a las tesis sostenidas por la falacia progresista del socialismo gobernante, Vilas Noguera se enfrentaba explícitamente también a los políticos y dirigentes que –como Josep Piqué- se ubicaban dentro del Partido Popular y su ideario liberal-conservador pero hacían guiños a la falsa progresía y a su ingrata maquinaria propagandística. En esos guiños, en esa falta de claridad de ideas y fundamentos políticos es donde las izquierdas “progresistas” han avanzado siempre y han demonizado a la derecha y al ideario liberal-conservador.
Es así como vemos estos días en España la trituración de la independencia judicial, la depuración desde el socialismo y sus aliados secesionistas de jueces y magistrados en clara estrategia política antidemocrática. Es por ello que en otra reciente y bien argumentada colaboración, José Antonio Zarzalejos señalaba cómo el progresismo político en España se siente ahora mismo legitimado para torpedear el poder judicial bajo la excusa de un sesgo “conservador” y “retrógrado” en la judicatura española. Efectivamente, y como ya hemos apuntado en otro lugar, la demonización del concepto “conservador” en España prueba la enorme confusión ideológica.
Sin alcanzar los mismos niveles de agresividad y guardando –como siempre- las distancias entre la democracia norteamericana y el intento de democracia a la española, la realidad es que la agresividad desde el socialismo gobernante contra los órganos e instancias del poder judicial en España corren paralelas a los intentos de boicot a la confirmación de los jueces que hemos presenciado en la política norteamericana. En el caso español ha habido una depuración directa, con falsificaciones incluidas por parte de la Fiscalía, propia de sus añorados usos estalinistas. En el otro caso, el norteamericano, ha habido un intento de bloquear esas confirmaciones judiciales para satisfacer las demandas de la “progresía” norteamericana antiliberal y anticonservadora.
En EEUU ha vencido la fuerza de la ideología liberal-conservadora. En España ha ganado la fuerza de la ideología “progresista”, la debilidad y falta de previsión de la derecha política, al margen de la carencia de unos verdaderos mecanismos democráticos para acabar con estos desmanes. En el fondo, y bien mirada, la ideología liberal-conservadora –la que debería apoyar, explicar y sostener la derecha española y el Partido Popular- es la que vela verdaderamente por la defensa de la independencia de los poderes del Estado y la que busca el necesario equilibrio e independencia entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Por eso acertaba Zarzalejos en el señalamiento de que intentar quebrar el carácter conservador o conservacionista de la función jurisdiccional –como ha hecho el socialismo al destituir a Eduardo Fungairiño- constituye una extralimitación gubernamental y un atentado a la democracia.
Lo que estos comentaristas y analistas políticos plantean es precisamente lo que desde aquí hemos venido defendiendo desde el inicio de nuestras colaboraciones para GEES: la importancia de la defensa de la Libertad sobre la base de un ideario claro y bien diseñado, sobre los fundamentos de una ideología bien perfilada, reflexionada y pensada. Entre las ideologías que conocemos, que hemos podido estudiar con detalle y que hemos experimentado personalmente, juzgamos la ideología liberal-conservadora la más adecuada. Veamos esto a la luz del debate político en España y EEUU.
La defensa sin ambages de la ideología liberal-conservadora
El espectáculo del permanente rechazo a George W. Bush en su último discurso por parte de los senadores del Partido Demócrata confirma ciertamente la polarización política de la que hablábamos antes, la “desunión” que comentamos líneas atrás en EEUU al hilo del artículo de Bardají. La depuración operada en el sistema judicial español y la liquidación de España y su Constitución por parte del socialismo y sus aliados separatistas también confirma la polarización política en España. Ambas situaciones, aunque distintas en su gravedad, envergadura y contexto, corroboran nuestra tesis en torno a la necesidad de una lucha ideológica.
Desde el progresismo –socialista en España, demócrata en EEUU- la ideología se demoniza. José María Aznar era la derecha casposa para la izquierda; Reagan era un vaquero o un actor malo y George W. Bush es ahora un inculto o un analfafabeto de derechas. Los “progresistas” prefieren hablarnos de “diálogo”, “talante”, “apaciguamiento”, “alianza de civilizaciones”, “pragmatismo”, “centrismo” y otras sandeces de similar pelaje que para nada benefician el avance y la prosperidad en el mundo. Bajo esos términos ese mismo progresismo desarrolla su propia ideología, que no es otra que liquidar y exterminar la ideología liberal-conservadora, razón única por la que nacieron las izquierdas.
En EEUU, sin embargo, la ciudadanía y los mismos políticos se han dado ya cuenta de esta situación. En año electoral y como adelanto a lo que vendrá en las presidenciales de 2008 la ideología y el debate político del ideario de cada partido está ya encima de la mesa. Por eso, el Partido Demócrata, cada vez más carente de su identidad pasada y del partido político que fue, se ha convertido en el partido de la progresía y en lugar de hablarle a la ciudadanía con una ideología clara, le habla a la base radical que la financia y que exige erróneamente un radicalismo político que no cuaja nada bien entre la inmensa mayoría de los ciudadanos norteamericanos.
Esa ideología que se propone es diametralmente opuesta a los valores de la ideología liberal-conservadora. Por eso John F. Kerry pedía hace unos días junto a Ted Kennedy en el Senado un bloqueo de la confirmación de Samuel Alito; por eso siguen hablando de “justicia progresista”; y por eso Al Gore y la izquierda norteamericana se atragantan hablando de “torturas” y atacando a Bush como pueden y donde pueden. En esa batalla de las ideas, el ideólogo del Partido Republicano, Karl Rove, ha liderado de forma ejemplar la ideología liberal-conservadora y lo ha hecho asegurando que la filosofía de gobierno del Partido Republicano sea el centro del debate. De ahí las llamadas de atención a temas claves como la inmigración y el excesivo incremento del gasto gubernamental.
De hecho, la reciente elección de John Boehner como líder de la mayoría republicana en el Congreso, sustituyendo a Tom DeLay y batiendo a su segundo Roy Blunt y al valiente John Shaddegg, ejemplifica la importancia de la ideología en el seno de la derecha norteamericana. El mismo Bush afirmó en su discurso que habíamos entrado ya en un gran “conflicto ideológico”. Tal es el debate de las ideas que juzgamos necesario también para España. Como hemos escrito ya, el liberalismo conservador español –si es que éste aparece verdaderamente algún día- debe entender la necesidad de plantear con claridad esa ideología bajo el ejemplo norteamericano.
Parece claro, a nuestro juicio, que la “progresía” de las izquierdas –tanto la norteamericana como la española- ya se ha encargado de borrar ese ficticio centro. En España, socialistas y nacional-socialistas no tienen ningún empacho a autoproclamarse como gentes “de izquierda” en tanto que el Partido Popular sigue predicando con ese vago centrismo, esa moderación ineficiente, o a lo sumo ese “centro-derecha” tan invisible como falaz. Por eso afirmamos que la necesidad de la ideología resulta ahora más obvia que nunca.
Con el horizonte electoral a la vista tanto en España como en EEUU, la derecha política debe avanzar su ideología liberal-conservadora sin más demora. Como hemos escrito varias veces, cada vez que eso se ha hecho la ciudadanía ha respondido positiva y abrumadoramente. La idea del centrismo como forma de adquirir votantes indecisos o independientes es uno de esos errores repetidos siempre por la derecha. De ahí que no quepa llamarse a engaño.
Aunque no existe una relación directa entre la política norteamericana y la española, no es difícil observar que la izquierda ideológica –el socialismo en España y el Partido Demócrata con su base más radical en EEUU- han mostrado ya su creencia en la ideología. La suya, sin embargo, no se basa en auténticas ideas, sino en una lucha propagandística permanente contra la derecha, se llame Partido Popular o se llame Partido Republicano.
Hablamos de una ideología llena de eufemismos y erróneamente llamada “progresista” porque nada hay de progreso en un ideario que, como el de las izquierdas antiliberales, fabrica pobreza y genera dependencia del ciudadano respecto al Gobierno. Hablamos de una ideología de izquierdas en la que el liberalismo conservador se presenta siempre negativamente como derecha caduca, capitalismo egoísta, negocios mentirosos... las mismas acusaciones, el mismo libreto con nombres distintos según el político de turno.
Escuchar a José Luis Rodríguez Zapatero afirmando que su partido es el de quienes “dan” al ciudadano lleva la misma música que las declaraciones de Howard Dean, Ted Kennedy o John F. Kerry alabando la generosidad de los demócratas o atacando a Bush, defendiendo el intervencionismo del Estado y la subida de impuestos. Escuchar a la progresía socialista en España atacar la Guerra de Irak recuerda la murga de varios senadores demócratas (John Murtha, Nancy Pelosi...) pidiendo la retirada de las tropas norteamericanas de Irak pese a que la inmensa mayoría de los estadounidenses apoyan la presencia militar en Irak.
Los paralelismos entre las ideologías de las izquierdas española y norteamericana resultan aún más cercanos cuando contemplamos el intento de manipular la independencia del poder judicial. Ahí está, como ejemplo, el caprichoso cese de Eduardo Fungairiño por orden directa del Partido Socialista a través del Fiscal General del Estado en España y ahí están también los permanentes esfuerzos de varios senadores demócratas por bloquear el proceso de confirmación al Tribunal Supremo de reputados jueces como John Roberts y Samuel Alito, tildados como “conservadores” por defender el espíritu y la letra de la Constitución de los EEUU.
Quien esto escribe está convencido de que el futuro presidente de EEUU no será un “centrista”, ni un “moderado”, sino alguien que defina con claridad su ideología. Bardají cerraba su mencionada columna apuntando con acierto precisamente la importancia de una buena elección del futuro presidente norteamericano. Aunque las candidaturas no se han hecho oficiales todavía, y no se harán hasta dentro de un tiempo, parece honesto ahora dar un nombre que desearíamos mucho ver en la Casa Blanca: el actual senador republicano por el estado de Virginia, George Allen, tanto por su claridad ideológica como por lo que pudimos conocer de primera mano cuando vivimos en Virginia siendo él gobernador de aquel estado.
El riesgo de toda predicción implica, desde luego, que podremos posiblemente equivocarnos en el nombre. Desde luego, de lo que estamos seguros es de no andar demasiado equivocados en la realidad de que el electorado norteamericano –y también el español- acabará votando a aquél partido y a aquél representante que mejor y con mayor sensatez y claridad exponga su ideología., y todo sin medias tintas ni disfraces. Haría bien tomando nota Mariano Rajoy y el Partido Popular de la importancia de la ideología. Porque la ciudadanía quiere conocer esa ideología, quiere ideas, quiere líderes que cumplan sus promesas y sirvan los deseos del votante. El momento histórico que se vive en España y también en EEUU empuja a un voto en función de la ideología, un voto alejado de imposibles centrismos de medio pelo.
Ronald Reagan fue un político ejemplar que se apoyó sin complejos en la ideología, la liberal-conservadora. Los grandes triunfos de esa ideología han venido siempre cuando sus representantes políticos, elegidos democráticamente, sirvieron a la ciudadanía siguiendo sin ambages el ideario por el que fueron elegidos. Cada vez que se abandonó ese ideario, por la razón que fuera, a veces por miedo a los medios de comunicación o bien otras por oscuras decisiones internas de partido, los votantes les dieron la espalda.
En España, la derecha debe aprender de los muchos aciertos y también de los otros tantos errores de José María Aznar –el mejor líder hasta hoy de la derecha española en la Democracia-. Sin embargo, en un nuevo ciclo político, lo más importante ahora es que el Partido Popular –si es que de verdad quiere ganar las próximas elecciones- entienda la necesidad de vivir de acuerdo con su ideología natural, la de un liberalismo conservador claro y directo, explicado a sus votantes abierta, honesta y apasionadamente, tanto en la teoría como en la práctica.
En el camino de esa explicación, y como primeros pasos falta exigir una inmediata reforma de la Ley Electoral en España, falta recomponer el partido en Cataluña devolviendo a Alejo Vidal-Quadras al liderazgo catalán del que nunca debió salir, así como otros particulares ligados a la comunicación y presentación de sus ideas. Andando el tiempo, faltará también acabar con las listas cerradas.
El avance de los medios de comunicación y el incremento de las nuevas tecnologías ha generado ya un público en el siglo XXI más informado y una ciudadanía mucho más atenta a la política como expresión ideológica. Los niveles de audiencia a programas y tertulias televisivas y radiofónicas sobre política tanto en España como en EEUU, así como el creciente aumento de portales internáuticos reflejan un interés de la ciudadanía a uno y otro lado del Atlántico por todas las cuestiones políticas.
Es ahí donde hallamos la necesidad de clarificar las ideologías y donde en la batalla de las ideas la derecha liberal-conservadora, sea la del Partido Republicano o sea la del Partido Popular en España, debe avanzar y hacer frente a la lacra de las fallidas ideologías de las izquierdas, desde sus extremismos a los centrismos falsamente llamados “moderados” o “progresistas”.
En último término, la exigencia de expresar una ideología implica tener que exponer los aciertos históricos de las respectivas agendas políticas. Las de las izquierdas en España son, por mucho que quieran disfrazarse, las historias fracasadas de un proyecto político llamado al desastre, sin ningún crédito y sin ningún futuro, se llame socialismo, comunismo, progresía, socialdemocracia o cualquiera de los eufemismos inventados.
España como nación y la democracia española como forma de gobierno conoce de primera mano los testimonio de los destrozos y abusos de la ideología socialista: desde el terrorismo de Estado y los GAL a la inmensa corrupción política del felipismo; desde la actual liquidación de España y su Constitución a manos del zapaterismo hasta los independentismos antiespañoles y el guiño al terrorismo y a los dictadores más criminales de Hispanoamérica.
En la necesidad de la ideología, la pregunta final se reduce a saber a qué espera la derecha española y en particular el Partido Popular para entender la necesidad de una acción directa y una exposición abierta y rápida a la ciudadanía de su ideología liberal-conservadora.
Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos.
GEES
14 de Febrero de 2006
El mayor error de la civilización occidental es, a nuestro juicio, la negación de la ideología, o sea, la inacción para realizar un necesario debate de las ideas. Todos los totalitarismos de la historia de la humanidad, incluidos los del siglo XX y los que presenciamos ya a inicios de este siglo XXI, se han caracterizado precisamente por la negación a la sana batalla de las ideas. De igual modo, todas las tiranías de la historia y todos los grandes criminales y dictadores que en el mundo han sido, temieron el debate ideológico y lo cercenaron a fin de forzar su propio dictado a fuerza de machete.
Es por todo ello que el sostenimiento de la Libertad necesita forzosamente del debate ideológico. En la vida pública, los representantes políticos que en democracia niegan la importancia de la ideología traicionan no sólo a los ciudadanos que los votan, sino a la raíz y al concepto mismo de la función política. Aquí desarrollaremos esta idea en el marco transatlántico de España y EEUU a fin de mostrar algunos paralelismos comparativos que pueden ayudar a ilustrar el estado de la política actual en uno y otro país.
El error político de la negación ideológica
Al escribir sobre la necesidad de la ideología política pretendemos significar la importancia de establecer un debate de ideas como medio fundamental para el avance de toda sociedad humana. De forma general, ideología (del griego “idea”, y “–logía”) significa el estudio de las ideas, es decir, su origen, desarrollo y aplicación. Como definición amplia, por tanto, podemos entenderlo como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de un individuo, una sociedad, una época, un movimiento cultural, religioso o político.
Con todo, la palabra “ideología” referida al ámbito particular de la política ha venido adquiriendo incomprensiblemente implicaciones negativas. Tanto es así que aunque en lengua española un “ideólogo” hace referencia a la persona que profesa una ideología concreta o a un estudioso de ella, también “ideólogo” tiene en español la acepción de “persona que, entregada a una ideología, desatiende la realidad”, o bien “persona ilusa, soñadora, utópica”, acepciones ambas recogidas en el Diccionario de la Real Academia Española.
Vivimos, por tanto, en el error de la negación ideológica y el actual panorama político internacional que presenciamos en esta primera década del siglo XXI confirma la necesidad de perfilar y clarificar precisamente las ideas. En la confusión y mezcla ideológica que reina en buena parte de la ciudadanía a nivel internacional hace falta generar un sano debate en el terreno de las propuestas y proyectos, es decir, que falta plantear con nitidez en qué consiste la ideología que cada individuo o cada grupo político defiende. El espacio natural donde puede y debe tener lugar ese debate es el de las naciones donde existe auténtica Libertad bajo un sistema democrático que permita e impulse dicho debate.
La aceleración de la historia vivida desde el inicio del siglo XX y que prosigue en nuestros días corrobora una clara polarización de las ideas y de los modos de entender el mundo. La ideología de los totalitarismos del siglo XX –desde el comunismo al fascismo, incluidas todas su vertientes estalinistas y nacional-socialistas- fueron derrotadas por la ideología de las democracias liberales lideradas por EEUU. En términos simples, la caída del Muro de Berlín significó en parte la derrota de una ideología –la socialista-comunista- por parte de otra –la capitalista- que resultó mucho más propicia para el avance real del ser humano y de sus libertades individuales en el marco del respeto de los derechos humanos.
Con todo, la pervivencia de varias dictaduras en el mundo confirma que aquella derrota de los totalitarismos fue parcial y todavía falta culminar la tarea ideológica en pro de la Libertad. De hecho, lo que vino después, ya en la última década del siglo XX –desde la Guerra de Irak en 1991 hasta hoy- ha ido abonando el campo para la confirmación definitiva del “choque de civilizaciones” augurado por Samuel Huntington. El inicio de este siglo XXI es, por tanto, una encrucijada clave para la historia de la humanidad porque además de ese choque de civilizaciones, no sólo en lo ideológico-político sino también en lo religioso, es visible también una fragmentación interior en el seno de algunas naciones, incluida España y EEUU.
La creciente ola de violencia procedente del radicalismo islámico a raíz de unas caricaturas en un diario danés confirman una vez más la necesidad de hacer frente a quienes quieren cercenar la Libertad en el mundo y las bases democráticas sobre las que Occidente ha logrado los mayores avances para el bien de la humanidad. A nadie escapa ya que el asesinato de casi tres mil inocentes ciudadanos norteamericanos en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 significó el inicio oficial de una guerra sangrienta contemporánea contra los valores de la democracia y la Libertad en el mundo. Por eso hoy entendemos con más claridad los enormes peligros provenientes de los enemigos de la democracia y las libertades públicas e individuales en el mundo.
Hablamos de los verdaderos enemigos de la Libertad, desde los líderes del radicalismo islámico (los ayatolas en Irán, el régimen de Siria, el terrorismo de Hamas en Palestina…) hasta los sectores que añoran el totalitarismo comunista (Corea del Norte y también buena parte de la política china y rusa) pasando por el modelo castrista en Cuba y sus aliados Hugo Chávez y Evo Morales en Venezuela y Bolivia, respectivamente. Con sus lógicas diferencias y particularidades, los casos de España y EEUU son significativos al respecto para exponer los peligros a los que nos enfrentamos si seguimos agrandando el error de la negación ideológica.
Los casos de España y EEUU
En fechas recientes, y al referirse a la actual situación de la política norteamericana, Rafael L. Bardají escribió con acierto del “estado de la (des)unión” al hilo del último discurso sobre el Estado de la Unión del Presidente norteamericano George W. Bush. En su columna de opinión para el diario ABC de Madrid, Bardají destacó la visible confrontación de los miembros del Partido Demócrata en la cámara pese al tono conciliador del Presidente. Bardají señaló que el problema actual de los EEUU radica en la cada vez más obvia polarización social, aspecto que, a la larga, estaba perjudicando la vida política nacional, sobre todo en los tiempos actuales de guerra contra el terrorismo yihadista.
En esa misma línea está la visión del analista político norteamericano James Q.Wilson. Su colaboración “How Divided Are We?” para el último número (febrero de 2006) de la revista norteamericana Commentary resulta muy ilustrativa. La tesis de Wilson es que mientras otros países pueden permitirse el lujo de polarizarse y dividirse ideológicamente, EEUU –como primera potencia mundial- no debería hacerlo. Wilson recuerda las palabras del general Giap de Vietnam del Norte cuando afirmaba que aunque a EEUU no se le podía derrotar en la guerra bélica, sí era posible hacerlo en su propia casa dividiendo a sus políticos.
Aquella visión del general Giap fue cierta en el caso de la Guerra de Vietnam, perdida en Washington por culpa de unos políticos divididos y unos medios de comunicación que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Con la Guerra de Irak, la ideología antiliberal y anticonservadora ubicada en el seno del actual Partido Demócrata ha intentado hacer otra vez lo mismo, pero es precisamente la defensa de la ideología liberal-conservadora expuesta por parte de la derecha norteamericana alojada en el Partido Republicano lo que está impidiendo que eso ocurra.
Frente al permanente intento de desacreditar la ideología liberal-conservadora a nivel internacional, tanto en EEUU como en Europa y otras partes del mundo, nuestra opinión es precisamente que la polarización de la política nacional, como muestra el caso de la política norteamericana y –en mayor escala- de la política española, es la confirmación de la cada vez más clara necesidad de acudir a la ideología como termómetro real de las propuestas políticas. Una ideología, en fin, que verifique la importancia de poder defender pacíficamente las ideas. Hablando claro, sin ambages y sin medias tintas, el ciudadano puede entender cuáles son las propuestas de unos y de otros y así decidir cuál es la que más le interesa.
Cada vez que esto ha ocurrido, el ideario liberal-conservador ha ganado por goleada la batalla de las ideas, pese a la maquinaria propagandística de las izquierdas “progresistas”. Eso ha sido posible, desde luego, en un país plenamente democrático como EEUU. En España, lamentablemente, y guardando las distancias, presenciamos ahora la paulatina y “progresiva” liquidación y depuración de la Constitución de 1978 a manos de una ideología absolutista –la del socialismo y sus aliados nacional-socialistas- que cierra las puertas a cualquier debate ideológico. Ahí está el peligro y ante eso hace falta una rápida actuación dentro de la Constitución y la legalidad.
En fechas recientes, un artículo del catedrático de Ciencia Política de la Universidad de la Coruña, José Vilas Noguera, planteaba algunas de las cuestiones de la polarización política en el caso de la España actual. La división de España resulta hoy obvia entre los partidarios del Partido Socialista Obrero Español y sus aliados frente a quienes apoyan al Partido Popular. Aunque Vilas Noguera cuestionaba razonablemente los marbetes divisionales entre “izquierda” y “derecha” debido a la variabilidad histórica de su denotación, apuntaba también con acierto su preferencia por verbalizar la presente bipolarización de España mediante los términos “liberal-conservadores”, por una parte, y “progresistas”, por la otra.
En oposición directa a las tesis sostenidas por la falacia progresista del socialismo gobernante, Vilas Noguera se enfrentaba explícitamente también a los políticos y dirigentes que –como Josep Piqué- se ubicaban dentro del Partido Popular y su ideario liberal-conservador pero hacían guiños a la falsa progresía y a su ingrata maquinaria propagandística. En esos guiños, en esa falta de claridad de ideas y fundamentos políticos es donde las izquierdas “progresistas” han avanzado siempre y han demonizado a la derecha y al ideario liberal-conservador.
Es así como vemos estos días en España la trituración de la independencia judicial, la depuración desde el socialismo y sus aliados secesionistas de jueces y magistrados en clara estrategia política antidemocrática. Es por ello que en otra reciente y bien argumentada colaboración, José Antonio Zarzalejos señalaba cómo el progresismo político en España se siente ahora mismo legitimado para torpedear el poder judicial bajo la excusa de un sesgo “conservador” y “retrógrado” en la judicatura española. Efectivamente, y como ya hemos apuntado en otro lugar, la demonización del concepto “conservador” en España prueba la enorme confusión ideológica.
Sin alcanzar los mismos niveles de agresividad y guardando –como siempre- las distancias entre la democracia norteamericana y el intento de democracia a la española, la realidad es que la agresividad desde el socialismo gobernante contra los órganos e instancias del poder judicial en España corren paralelas a los intentos de boicot a la confirmación de los jueces que hemos presenciado en la política norteamericana. En el caso español ha habido una depuración directa, con falsificaciones incluidas por parte de la Fiscalía, propia de sus añorados usos estalinistas. En el otro caso, el norteamericano, ha habido un intento de bloquear esas confirmaciones judiciales para satisfacer las demandas de la “progresía” norteamericana antiliberal y anticonservadora.
En EEUU ha vencido la fuerza de la ideología liberal-conservadora. En España ha ganado la fuerza de la ideología “progresista”, la debilidad y falta de previsión de la derecha política, al margen de la carencia de unos verdaderos mecanismos democráticos para acabar con estos desmanes. En el fondo, y bien mirada, la ideología liberal-conservadora –la que debería apoyar, explicar y sostener la derecha española y el Partido Popular- es la que vela verdaderamente por la defensa de la independencia de los poderes del Estado y la que busca el necesario equilibrio e independencia entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Por eso acertaba Zarzalejos en el señalamiento de que intentar quebrar el carácter conservador o conservacionista de la función jurisdiccional –como ha hecho el socialismo al destituir a Eduardo Fungairiño- constituye una extralimitación gubernamental y un atentado a la democracia.
Lo que estos comentaristas y analistas políticos plantean es precisamente lo que desde aquí hemos venido defendiendo desde el inicio de nuestras colaboraciones para GEES: la importancia de la defensa de la Libertad sobre la base de un ideario claro y bien diseñado, sobre los fundamentos de una ideología bien perfilada, reflexionada y pensada. Entre las ideologías que conocemos, que hemos podido estudiar con detalle y que hemos experimentado personalmente, juzgamos la ideología liberal-conservadora la más adecuada. Veamos esto a la luz del debate político en España y EEUU.
La defensa sin ambages de la ideología liberal-conservadora
El espectáculo del permanente rechazo a George W. Bush en su último discurso por parte de los senadores del Partido Demócrata confirma ciertamente la polarización política de la que hablábamos antes, la “desunión” que comentamos líneas atrás en EEUU al hilo del artículo de Bardají. La depuración operada en el sistema judicial español y la liquidación de España y su Constitución por parte del socialismo y sus aliados separatistas también confirma la polarización política en España. Ambas situaciones, aunque distintas en su gravedad, envergadura y contexto, corroboran nuestra tesis en torno a la necesidad de una lucha ideológica.
Desde el progresismo –socialista en España, demócrata en EEUU- la ideología se demoniza. José María Aznar era la derecha casposa para la izquierda; Reagan era un vaquero o un actor malo y George W. Bush es ahora un inculto o un analfafabeto de derechas. Los “progresistas” prefieren hablarnos de “diálogo”, “talante”, “apaciguamiento”, “alianza de civilizaciones”, “pragmatismo”, “centrismo” y otras sandeces de similar pelaje que para nada benefician el avance y la prosperidad en el mundo. Bajo esos términos ese mismo progresismo desarrolla su propia ideología, que no es otra que liquidar y exterminar la ideología liberal-conservadora, razón única por la que nacieron las izquierdas.
En EEUU, sin embargo, la ciudadanía y los mismos políticos se han dado ya cuenta de esta situación. En año electoral y como adelanto a lo que vendrá en las presidenciales de 2008 la ideología y el debate político del ideario de cada partido está ya encima de la mesa. Por eso, el Partido Demócrata, cada vez más carente de su identidad pasada y del partido político que fue, se ha convertido en el partido de la progresía y en lugar de hablarle a la ciudadanía con una ideología clara, le habla a la base radical que la financia y que exige erróneamente un radicalismo político que no cuaja nada bien entre la inmensa mayoría de los ciudadanos norteamericanos.
Esa ideología que se propone es diametralmente opuesta a los valores de la ideología liberal-conservadora. Por eso John F. Kerry pedía hace unos días junto a Ted Kennedy en el Senado un bloqueo de la confirmación de Samuel Alito; por eso siguen hablando de “justicia progresista”; y por eso Al Gore y la izquierda norteamericana se atragantan hablando de “torturas” y atacando a Bush como pueden y donde pueden. En esa batalla de las ideas, el ideólogo del Partido Republicano, Karl Rove, ha liderado de forma ejemplar la ideología liberal-conservadora y lo ha hecho asegurando que la filosofía de gobierno del Partido Republicano sea el centro del debate. De ahí las llamadas de atención a temas claves como la inmigración y el excesivo incremento del gasto gubernamental.
De hecho, la reciente elección de John Boehner como líder de la mayoría republicana en el Congreso, sustituyendo a Tom DeLay y batiendo a su segundo Roy Blunt y al valiente John Shaddegg, ejemplifica la importancia de la ideología en el seno de la derecha norteamericana. El mismo Bush afirmó en su discurso que habíamos entrado ya en un gran “conflicto ideológico”. Tal es el debate de las ideas que juzgamos necesario también para España. Como hemos escrito ya, el liberalismo conservador español –si es que éste aparece verdaderamente algún día- debe entender la necesidad de plantear con claridad esa ideología bajo el ejemplo norteamericano.
Parece claro, a nuestro juicio, que la “progresía” de las izquierdas –tanto la norteamericana como la española- ya se ha encargado de borrar ese ficticio centro. En España, socialistas y nacional-socialistas no tienen ningún empacho a autoproclamarse como gentes “de izquierda” en tanto que el Partido Popular sigue predicando con ese vago centrismo, esa moderación ineficiente, o a lo sumo ese “centro-derecha” tan invisible como falaz. Por eso afirmamos que la necesidad de la ideología resulta ahora más obvia que nunca.
Con el horizonte electoral a la vista tanto en España como en EEUU, la derecha política debe avanzar su ideología liberal-conservadora sin más demora. Como hemos escrito varias veces, cada vez que eso se ha hecho la ciudadanía ha respondido positiva y abrumadoramente. La idea del centrismo como forma de adquirir votantes indecisos o independientes es uno de esos errores repetidos siempre por la derecha. De ahí que no quepa llamarse a engaño.
Aunque no existe una relación directa entre la política norteamericana y la española, no es difícil observar que la izquierda ideológica –el socialismo en España y el Partido Demócrata con su base más radical en EEUU- han mostrado ya su creencia en la ideología. La suya, sin embargo, no se basa en auténticas ideas, sino en una lucha propagandística permanente contra la derecha, se llame Partido Popular o se llame Partido Republicano.
Hablamos de una ideología llena de eufemismos y erróneamente llamada “progresista” porque nada hay de progreso en un ideario que, como el de las izquierdas antiliberales, fabrica pobreza y genera dependencia del ciudadano respecto al Gobierno. Hablamos de una ideología de izquierdas en la que el liberalismo conservador se presenta siempre negativamente como derecha caduca, capitalismo egoísta, negocios mentirosos... las mismas acusaciones, el mismo libreto con nombres distintos según el político de turno.
Escuchar a José Luis Rodríguez Zapatero afirmando que su partido es el de quienes “dan” al ciudadano lleva la misma música que las declaraciones de Howard Dean, Ted Kennedy o John F. Kerry alabando la generosidad de los demócratas o atacando a Bush, defendiendo el intervencionismo del Estado y la subida de impuestos. Escuchar a la progresía socialista en España atacar la Guerra de Irak recuerda la murga de varios senadores demócratas (John Murtha, Nancy Pelosi...) pidiendo la retirada de las tropas norteamericanas de Irak pese a que la inmensa mayoría de los estadounidenses apoyan la presencia militar en Irak.
Los paralelismos entre las ideologías de las izquierdas española y norteamericana resultan aún más cercanos cuando contemplamos el intento de manipular la independencia del poder judicial. Ahí está, como ejemplo, el caprichoso cese de Eduardo Fungairiño por orden directa del Partido Socialista a través del Fiscal General del Estado en España y ahí están también los permanentes esfuerzos de varios senadores demócratas por bloquear el proceso de confirmación al Tribunal Supremo de reputados jueces como John Roberts y Samuel Alito, tildados como “conservadores” por defender el espíritu y la letra de la Constitución de los EEUU.
Quien esto escribe está convencido de que el futuro presidente de EEUU no será un “centrista”, ni un “moderado”, sino alguien que defina con claridad su ideología. Bardají cerraba su mencionada columna apuntando con acierto precisamente la importancia de una buena elección del futuro presidente norteamericano. Aunque las candidaturas no se han hecho oficiales todavía, y no se harán hasta dentro de un tiempo, parece honesto ahora dar un nombre que desearíamos mucho ver en la Casa Blanca: el actual senador republicano por el estado de Virginia, George Allen, tanto por su claridad ideológica como por lo que pudimos conocer de primera mano cuando vivimos en Virginia siendo él gobernador de aquel estado.
El riesgo de toda predicción implica, desde luego, que podremos posiblemente equivocarnos en el nombre. Desde luego, de lo que estamos seguros es de no andar demasiado equivocados en la realidad de que el electorado norteamericano –y también el español- acabará votando a aquél partido y a aquél representante que mejor y con mayor sensatez y claridad exponga su ideología., y todo sin medias tintas ni disfraces. Haría bien tomando nota Mariano Rajoy y el Partido Popular de la importancia de la ideología. Porque la ciudadanía quiere conocer esa ideología, quiere ideas, quiere líderes que cumplan sus promesas y sirvan los deseos del votante. El momento histórico que se vive en España y también en EEUU empuja a un voto en función de la ideología, un voto alejado de imposibles centrismos de medio pelo.
Ronald Reagan fue un político ejemplar que se apoyó sin complejos en la ideología, la liberal-conservadora. Los grandes triunfos de esa ideología han venido siempre cuando sus representantes políticos, elegidos democráticamente, sirvieron a la ciudadanía siguiendo sin ambages el ideario por el que fueron elegidos. Cada vez que se abandonó ese ideario, por la razón que fuera, a veces por miedo a los medios de comunicación o bien otras por oscuras decisiones internas de partido, los votantes les dieron la espalda.
En España, la derecha debe aprender de los muchos aciertos y también de los otros tantos errores de José María Aznar –el mejor líder hasta hoy de la derecha española en la Democracia-. Sin embargo, en un nuevo ciclo político, lo más importante ahora es que el Partido Popular –si es que de verdad quiere ganar las próximas elecciones- entienda la necesidad de vivir de acuerdo con su ideología natural, la de un liberalismo conservador claro y directo, explicado a sus votantes abierta, honesta y apasionadamente, tanto en la teoría como en la práctica.
En el camino de esa explicación, y como primeros pasos falta exigir una inmediata reforma de la Ley Electoral en España, falta recomponer el partido en Cataluña devolviendo a Alejo Vidal-Quadras al liderazgo catalán del que nunca debió salir, así como otros particulares ligados a la comunicación y presentación de sus ideas. Andando el tiempo, faltará también acabar con las listas cerradas.
El avance de los medios de comunicación y el incremento de las nuevas tecnologías ha generado ya un público en el siglo XXI más informado y una ciudadanía mucho más atenta a la política como expresión ideológica. Los niveles de audiencia a programas y tertulias televisivas y radiofónicas sobre política tanto en España como en EEUU, así como el creciente aumento de portales internáuticos reflejan un interés de la ciudadanía a uno y otro lado del Atlántico por todas las cuestiones políticas.
Es ahí donde hallamos la necesidad de clarificar las ideologías y donde en la batalla de las ideas la derecha liberal-conservadora, sea la del Partido Republicano o sea la del Partido Popular en España, debe avanzar y hacer frente a la lacra de las fallidas ideologías de las izquierdas, desde sus extremismos a los centrismos falsamente llamados “moderados” o “progresistas”.
En último término, la exigencia de expresar una ideología implica tener que exponer los aciertos históricos de las respectivas agendas políticas. Las de las izquierdas en España son, por mucho que quieran disfrazarse, las historias fracasadas de un proyecto político llamado al desastre, sin ningún crédito y sin ningún futuro, se llame socialismo, comunismo, progresía, socialdemocracia o cualquiera de los eufemismos inventados.
España como nación y la democracia española como forma de gobierno conoce de primera mano los testimonio de los destrozos y abusos de la ideología socialista: desde el terrorismo de Estado y los GAL a la inmensa corrupción política del felipismo; desde la actual liquidación de España y su Constitución a manos del zapaterismo hasta los independentismos antiespañoles y el guiño al terrorismo y a los dictadores más criminales de Hispanoamérica.
En la necesidad de la ideología, la pregunta final se reduce a saber a qué espera la derecha española y en particular el Partido Popular para entender la necesidad de una acción directa y una exposición abierta y rápida a la ciudadanía de su ideología liberal-conservadora.
Alberto Acereda es catedrático universitario, escritor y analista político, especialista en temas culturales transatlánticos.
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