jueves, abril 27, 2006

La Europa de la estabilidad y el crecimiento


Por José María Aznar
(Discurso en la Facultad de Economía de Rotterdam, abril de 2006)

Lo primero que quiero hacer es agradecer a la Facultad de Rotterdam de forma profunda y sincera su amabilidad por haberme concedido el prestigioso galardón que anualmente otorga. Me siento muy honrado, y recibo este premio con gran orgullo. Sinceramente, muchísimas gracias. Los jóvenes que participáis en estas jornadas universitarias representáis el futuro de Europa. Hoy quiero hablaros de Europa.

Me considero profundamente español, y al mismo tiempo creo firmemente en el proyecto europeo. Durante los ocho años en que tuve la responsabilidad de presidir el gobierno de mi Nación, apoyé con todas mis fuerzas la puesta en marcha de la Unión Monetaria Europea. Hice todo lo posible por contribuir a alcanzar acuerdos europeos estables, creíbles y equilibrados, como el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, las Perspectivas Financieras 2000-2006 o el Tratado de Niza. Velé por el cumplimiento de los Tratados, luchando contra el cancerígeno neoproteccionismo nacionalista. E impulsé, junto con Tony Blair, el lanzamiento de la Agenda Lisboa en el año 2000.

Hoy Europa vive momentos difíciles. Todos ustedes lo saben. No se trata solamente de que la Unión Europea sea la zona económica que menos crece del planeta, apenas un 1,5% en 2005, frente al 5% mundial, el 3,5% de los Estados Unidos, el 5% de Latinoamérica o entre el 8 y el 10% en Asia. O de que Europa albergue casi 20 millones de parados. La crisis europea es más profunda. Es también, como veremos, una crisis demográfica, lo que algunos han llamado el suicidio demográfico europeo, y, lo más preocupante, una crisis de identidad, de valores, de raíces, de principios.

Por todo ello, me propongo hacer unas consideraciones en torno a mi visión sobre Europa. Hace ya medio siglo, en Milán, se celebró un congreso por la libertad de la cultura. Fue un congreso en el que participaron dos grandes intelectuales europeos: Raymond Aron y Friedrich Hayek. Se pretendió entonces expresar el rechazo a los totalitarismos, entonces encarnados esencialmente en la Unión Soviética, y respaldar los valores democráticos expresados en la relación atlántica, el vínculo entre los Estados Unidos de Norteamérica y Europa.

Hoy, 50 años después, los valores que entonces defendían Friedrich Hayek y Raymond Aron no sólo son asumibles, sino que requieren un refrendo rotundo y expreso. Más aún. La comunidad de valores y principios aunados en torno a las ideas de libertad y democracia, y de rechazo al totalitarismo, no solamente debe reforzarse y extenderse. Europa debe, además, pasar de ser una comunidad de valores y principios a ser también una comunidad de acciones, una comunidad que intervenga decisivamente en los problemas del mundo para intentar resolverlos.

La primera reflexión que quiero trasladarles es que creo profundamente en Occidente y en lo que conocemos por mundo occidental. Ya sé que muchos considerarán que esto no es políticamente correcto, pero afirmo que nuestra civilización occidental, nuestra civilización de libertad, de democracia, de respeto a los derechos humanos, de igualdad entre hombres y mujeres y de respeto al estado de derecho, es la que yo prefiero. Me gusta haber recibido la herencia de la civilización occidental, y de formar parte de ella, y no deseo cambiarla por ninguna otra. Esto no sólo no me avergüenzo de decirlo, sino que lo digo con profundo orgullo. Y creo, además, que si este mundo occidental está amenazado, como lo ha estado en el pasado, es esencial defenderlo con determinación.

En segundo lugar, y como les anticipaba, creo en el proyecto de la Unión Europea, que ha sido el marco de la libertad, la estabilidad democrática y la prosperidad de nuestros países en los últimos 50 años. Al mismo tiempo, creo que Europa debe seguir funcionando con respeto a los Estados nacionales que la integran. No concibo otra Europa que una que sea profundamente respetuosa de su pluralidad nacional. Intentar construir Europa al margen o en contra de los Estados nacionales me parece un grave error.

Y, en tercer lugar, creo en la relación atlántica y en la Europa atlántica. Es más, no creo en ninguna otra Europa que no sea la Europa atlántica, entre otras cosas, porque la Unión Europea fue concebida con naturaleza atlántica. Algunos quieren ahora desnaturalizar esa relación, y enmarcarla en teorías como la de los “contrapesos” o la de “Europa contra América”. Debe quedar claro que esas concepciones se apartan del auténtico proyecto europeo y que estaremos hablando en ese caso de un proyecto diferente al de los fundadores de la Unión. Un proyecto desnaturalizado que, en mi opinión, está condenado al fracaso más absoluto.

La conclusión a la que quiero llegar es que los debates de la Unión Europea de cara al futuro tienen que orientarse sobre la concepción de una Europa atlántica. Partiendo de estas tres consideraciones generales, me centraré ahora en los factores que, a mi entender, están condicionando la Europa del presente. En mi opinión, las sociedades europeas están condicionadas por cuatro factores: la amenaza del terrorismo, el declive demográfico y sus consecuencias, la extensión del pensamiento débil, y la falta de liderazgo.

En primer lugar, la gran amenaza es el terrorismo. El terrorismo pretende aniquilar nuestras sociedades y destruirlas. Si alguien piensa que Europa está al margen de ese riesgo, se equivoca. Todos los países están bajo esa amenaza. Holanda lo sabe bien. En esta tierra fue asesinado Theo Van Gogh, y desde hace dos años digo siempre que el crimen del cineasta holandés es uno de los acontecimientos más graves y más profundos de la historia contemporánea europea, porque fue un aviso claro a todos los artistas, creadores e intelectuales: el aviso de lo que les espera si denuncian el fanatismo.

Puede haber terrorismos de carácter nacionalista o independentista, como el que desgraciadamente sufrimos en España desde hace muchos años. O puede haber un terrorismo de carácter general, que amenaza a todas nuestras sociedades democráticas occidentales y que ha declarado una guerra al mundo occidental. Pero, al final, el terrorismo siempre es terrorismo. En Europa, algunos hablan del “terrorismo que nos amenaza” y utilizan la expresión “terrorismo internacional”. Es ridículo no querer ver la realidad. La amenaza para nuestras sociedades se llama terrorismo islamista. Si los europeos somos incapaces de definir ese “terrorismo que nos amenaza” estaremos perdiendo esta batalla, porque ni siquiera seremos capaces de identificar quién es el enemigo y, por tanto, de quién tenemos que defendernos.

El segundo factor de preocupación es el riesgo del declive demográfico. Se equivoca quien piensa que la Europa del mañana va a ser igual que la de ahora, sólo que en vez de contar con un 10% de inmigrantes tendremos un 40%. O que nada será distinto si en Europa, por ejemplo, las confesiones cristianas pasan a ser minoritarias en los principales países. Este es el inevitable futuro que el declive demográfico abre para Europa. Creo que debemos reflexionar sobre estas cuestiones, que a su vez son muy difíciles de afrontar si no hay una vigorosa política de defensa de nuestros principios y valores.

Pero la defensa de estos principios y valores ha sido abandonada por aquellos que prefieren el pensamiento débil. Vivimos momentos de pensamiento débil, de relativismo completo, momentos en que hablar de valores y creencias es muy difícil. Cuando alguien habla de ello, da igual si lo hace desde posiciones políticas de izquierda, de derecha o de centro, enseguida es ridiculizado por los “políticamente correctos”. Europa no debe olvidar sus raíces históricas, sino que debe defender con convicción los valores y principios que hacen de nuestra civilización una civilización en la cual merece la pena seguir viviendo y que merece la pena defender. Me refiero a valores como la libertad personal, la responsabilidad individual, el imperio de la Ley, la libertad de opinión, o la separación entre los preceptos religiosos y las normas jurídicas.

Estos factores están presentes en una Europa en la que hay una crisis de liderazgo. La falta de liderazgo lleva al inmovilismo y al exceso de dirigentes políticos cautivos de las encuestas de opinión. En mi opinión la suma de estos factores provoca una triple debilidad europea. En primer término, una debilidad política: Europa es más débil políticamente. En segundo lugar, una debilidad económica: Europa pierde oportunidades de prosperar en su bienestar. Y, finalmente, una debilidad defensiva: Europa pierde oportunidades en materia de seguridad.

En su conjunto, nos resignamos a contemplar una Europa declinante, una Europa en declive, en vez de trabajar por una Europa ascendente, una Europa pujante. En consecuencia, me parece esencial recuperar el liderazgo, recuperar la confianza ciudadana y corregir las malas políticas. De lo contrario, la triple debilidad europea se traducirá en una desconfianza creciente en lo institucional, hacia el mercado y hacia los Estados Unidos. La desconfianza institucional se manifestó con claridad con el rechazo al Tratado constitucional de la Unión Europea, que algunos quieren ahora resucitar ignorando la voz del pueblo. La desconfianza en la economía de mercado, de una enorme gravedad, es consecuencia de la actitud de muchos políticos, que trasladan continuamente a los ciudadanos mensajes contrarios a las privatizaciones, a la liberalización, a la competencia, al libre comercio, a la reducción de impuestos, al equilibrio presupuestario.

Hace algo más de un año se produjo la voladura parcial del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Los países que violaban esas reglas, que eran justamente los que las habían impuesto originariamente, lograron cambiar las reglas del juego a mitad del partido, estableciendo además reglas no sólo menos sólidas sino también más manipulables y arbitrarias.

Durante meses hemos estado asistiendo a algo inaceptable, la existencia de continuas presiones políticas a los dirigentes del Banco Central Europeo para que fijaran determinados tipos de interés. Actualmente, surgen por todas partes medidas proteccionistas e intervencionistas, leyes absurdas de “protección” contra la inversión extranjera, argumentos ridículos sobre los “campeones nacionales” o declaraciones que afirman que cualquier cosa es un sector estratégico, incluso la fabricación de “yogures”.

Otras veces se aprueban normas nacionales ad hoc que violan de forma flagrante la normativa comunitaria, como en el sector de la energía, para evitar la entrada de otras empresas europeas en los mercados nacionales. Y, por si fuera poco, se decide desactivar por completo la Directiva de Servicios, la Directiva Bolkestein, impidiendo de esta forma hacer realidad un mercado único de servicios.

Todas estas medidas trasladan un mensaje muy negativo a las sociedades europeas. Porque lo que necesita Europa es exactamente lo contrario: más apertura, más liberalización, menos temor a la globalización, más apertura al comercio, más flexibilidad.

En tercer lugar, está la desconfianza hacia la relación atlántica. Algunos irresponsables políticos no han dudado en sumarse al juego del antiamericanismo. Más aún, ha llegado a ocurrir algo que no había sucedido hasta el momento: la existencia de gobiernos europeos activamente comprometidos en actitudes abiertamente antiamericanas. Esto es ciertamente preocupante. Sembrar discordias en la relación atlántica es estar apostando por políticas alternativas que estratégicamente son absolutamente desconocidas, pero que solamente pueden conducir o al aislamiento europeo, o a dudosas alianzas con otros países, y con seguridad conducen a una Europa más indefensa.

Efectuado el diagnóstico, ¿qué es lo que Europa necesita? En primer lugar, Europa necesita una política decidida de recuperación de valores basada en los valores esenciales de nuestra civilización occidental, incluido el carácter cristiano de nuestras raíces y de nuestros orígenes, el cual es perfectamente compatible con la no confesionalidad de los Estados y con la necesaria separación entre las iglesias y los Estados. Una Europa basada también en la necesidad de transmitir a los ciudadanos que cuando nuestra civilización esté amenazada hay que estar dispuestos a defenderla.

En segundo lugar, creo esencial reflexionar sobre la influencia de Europa en el mundo. Mi conclusión es que una mayor influencia europea en el mundo sólo puede proceder del aumento del poder económico europeo. Sólo si Europa es más fuerte económicamente tendrá más capacidad de influencia en el mundo. El aumento de la influencia de Europa no vendrá ni por la pugna con Estados Unidos, ni por la destrucción del vínculo atlántico.

La tercera línea de acción debe venir dada por la conveniencia de no construir Europa como un contrapoder a los Estados Unidos. En mi opinión, hay que hacer lo contrario: fortalecer el vínculo atlántico. Para ello, desde la Fundación que presido hemos lanzado dos iniciativas de largo alcance. La primera es una reforma de la Alianza atlántica que permita reforzar e incrementar nuestra seguridad común, incorporando a la Alianza a terceros países, Israel, Australia y Japón, con los que compartimos principios y valores.

La segunda consiste en un Área Atlántica de Prosperidad abierta, una propuesta que permitiría eliminar las barreras económicas, comerciales y financieras existentes entre ambas orillas del Atlántico, creando un club del tipo “OMC plus” abierto al resto del mundo. Esta gran área no sólo tendría ventajas económicas por sí misma, ya que podría elevar el PIB per cápita europeo un 3,5%, según la OCDE, sino que fortalecería nuestra capacidad de influencia en el mundo.

Finalmente, ¿qué podría hacer en estas circunstancias la Unión Europea? Primero, definir sus límites geográficos, porque la ampliación no puede proseguir indefinidamente. Hay que debatir sobre este asunto y definir con claridad dónde termina la Unión Europea. Es necesario construir una Unión Europea viable, no algo que no se sepa dónde acaba, ni adónde va, ni cuál es el proyecto.

En segundo lugar, creo que no es conveniente reformar el modelo institucional por la puerta de atrás. Aquí conviene aclarar algunas cosas. Se ha hablado mucho del Tratado de Niza, de su supuesta insuficiencia, de la anunciada “parálisis europea” si no se aprobaba la Constitución. Lo cierto es que el único consenso europeo ha sido aquél que dio lugar al actual Tratado de Niza.

El Tratado de Niza sirvió para hacer un consenso, sirvió para reunificar Europa, ha servido para hacer la ampliación de la Unión Europea, y nadie ha demostrado que no sirva para gobernar. Porque hoy la Unión Europea sigue funcionando con ese Tratado sin ningún problema institucional. Eso significa que algunos teníamos razón y que otros, que con voces apocalípticas anunciaban el colapso europeo si no salía adelante la Constitución, mentían a la opinión pública. Ahora se demuestra con claridad que sólo querían aprobar por la puerta de atrás una reforma institucional que cambiaba el reparto de poder negociado en Niza.

La Unión Europea necesita, en tercer lugar, un programa muy profundo de reformas económicas. Europa necesita más flexibilidad, más libertad económica, más liberalización, menos sector público y más privatizaciones. Los datos son contundentes. Muchos de ustedes son jóvenes y no lo han vivido de cerca, pero lo cierto es que hace sólo veinte años Europa crecía más que los Estados Unidos. En los 20 últimos años los Estados Unidos han crecido más que Europa, con la excepción de un solo año.

No se engañen. No se trata de un problema coyuntural. No es un problema del precio del petróleo. Es un problema estructural. Eso significa que hay que poner en marcha de verdad las reformas que definimos en Lisboa. Eso exige un cambio de rumbo en muchas economías europeas, dejando de lado el intervencionismo, la oposición a la apertura comercial o el rechazo a la liberalización.

El camino debe ser el de las reformas estructurales, presididas por el principio de la flexibilidad. Europa necesita reformas profundas en sus mercados de trabajo, que incorporen flexibilidad laboral, mayores incentivos a aceptar empleos, eliminación de las jubilaciones anticipadas, alargamiento de la vida laboral.

Europa necesita reformas en sus sistemas de pensiones, muchos de los cuales, basados en sistemas de reparto (Pay-as-you-go), no están en condiciones de asegurar su propio futuro a largo plazo, provocando un colosal fraude a toda una generación de europeos que hoy cotizan y esperan cobrar una pensión. Europa necesita reformas en sus sistemas sanitarios, que hagan sostenible su gasto, y que avancen en la dirección de la corresponsabilidad del paciente en el gasto. Europa necesita privatizaciones en muchos sectores y muchos países. Privatizaciones que vengan acompañada de medidas de liberalización y competencia de amplio calado, en los sectores privatizados y en todos los demás.

Finalmente, a Europa le conviene mayor estabilidad presupuestaria, porque el déficit presupuestario no sólo es un falso atajo para el crecimiento, sino que es más bien un indicador de que se crece poco porque no se ponen en marcha las políticas estructurales de oferta convenientes. En este ámbito, creo que a Europa le vendría bien un restablecimiento del verdadero Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

En cuarto lugar, Europa necesita definir su política de seguridad, lo que implica reforzar sus compromisos en dos políticas: inmigración y terrorismo. El terrorismo es nuestra principal amenaza. En estos momentos en los que uno de los líderes islámicos, abiertamente antioccidental, no oculta su deseo de borrar a Israel del mapa y amenaza a Occidente con el arma nuclear, yo invito a los líderes europeos a que definan de una vez por todas y con claridad quién amenaza nuestro sistema de convivencia, si estamos realmente dispuestos a defenderlo, y en tal caso frente a quién tenemos que defenderlo, con quién estamos dispuestos a defenderlo y cómo estamos dispuestos a defenderlo.

La segunda invitación a los líderes europeos se centra en la política de inmigración. Los actuales gobernantes deben revisar con urgencia la política de inmigración hacia Europa, porque la vinculación de la inmigración con la demografía cambiará nuestras sociedades, y porque los europeos tienen derecho a que se les garantice que las personas que llegan a Europa están dispuestas a aceptar el marco jurídico y de valores comunes de Europa.

Adicionalmente, los requisitos de entrada y permanencia en Europa deben establecer mecanismos que impidan la fanatización e, incluso, la captación de terroristas. Por supuesto que esos casos son muy minoritarios, pero las sociedades occidentales no tienen por qué aceptar ese riesgo sin establecer mecanismos de seguridad.

El quinto reto europeo es el del refuerzo del vínculo atlántico, al que ya me he referido. Aprovecho simplemente para recordar la importancia de las dos iniciativas que promuevo, el Área Atlántica de Prosperidad abierta y la reforma de la OTAN. Europa necesita retomar el rumbo y evitar seguir a la deriva. Europa necesita una inyección de credibilidad, de reformas económicas, de restablecimiento de buenas relaciones con nuestros amigos y de defensa de nuestras ideas y valores. De lo contrario, Europa sólo conseguirá ahondar su declive. Muchas gracias a todos por su atención y, de nuevo, muchas gracias a las autoridades de la Facultad de Rotterdam por su amabilidad al haberme concedido este premio, que recibo con orgullo.

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