Madrid, 22 de enero de 2007.- La Asociación de Víctimas del Terrorismo presentará una querella contra el diario El País y Javier Marías Franco por información falsa y un presunto delito de injurias.
En la edición de ayer, domingo 21 de enero, Javier Marías calificaba en un artículo a las personas de la AVT como "energúmenos". Además, este señor acusa a las víctimas del terrorismo, gratuitamente y sin ningún tipo de prueba, de haber insultado a personas que se encontraban en los alrededores de las convocatorias que condenaron el brutal atentado de Barajas. Marías también se atreve a acusar, de manera indignante, a las víctimas del terrorismo y a la AVT de provocar "víctimas" en esas concentraciones.
Javier Marías mezcla la actitud cívica que siempre ha tenido y tiene la AVT con la de otras personas que nada tienen que ver con nuestra asociación. Mezcla los improperios de esas personas, absolutamente rechazables y no demostrados, con las exigencias de la AVT. Unas exigencias que siempre se han ceñido a defender la memoria, la dignidad y la justicia que reclaman las víctimas del terrorismo.
Para la AVT, este artículo de El País, absolutamente demagogo e injusto, falta a la verdad y expresa una serie de injurias contra las víctimas del terrorismo que no pueden ser consentidas. Es más, son tan graves que nuestro Estado de Derecho y la Justicia tienen que actuar de manera inmediata contra este diario y Javier Marías por dañar y provocar más sufrimiento a aquellas personas que llevan más de 30 años defendiendo la Libertad y la Democracia en nuestro país.
La AVT aprovecha este comunicado para expresar al diario El País y a Javier Marías que, en lugar de sembrar más dolor a las víctimas y dividir a los demócratas, ayuden desde los medios de comunicación afines al Gobierno para que el Estado de Derecho no se rinda ante los asesinos de ETA. Esto es lo realmente importante, porque cuando el Gobierno utilice todos los recursos que tiene a su alcance se comenzará a hacer justicia con las víctimas y con toda la sociedad española. Por lo tanto, la AVT exige que se esfuercen más en esto último y no en confundir la libertad de expresión con la difamación y la demagogia.
Por último, la AVT invita a este diario a que denuncie en sus páginas un hecho probado, injusto, lleno de odio, y que pudo ver toda España. En la manifestación celebrada en Madrid el 13 de enero se portaban pancartas con insultos a las víctimas del terrorismo y asociando a la AVT con ETA. Además, en una de ellas, se llamaba terrorista al presidente de nuestra asociación. Algunos aún no saben que los asesinos de ETA mataron a un hermano y dos sobrinas del señor Alcaraz. El que este diario no se halla hecho eco de esta tropelía demuestra, una vez más, la doble vara de medir que utiliza a la hora de informar a sus lectores.
Este es el articulo que ha motivado que la AVT se querelle contra eEl Pais y contra Javier Marias:
Un país demasiado anómalo
Javier Marías Franco 21/01/2007
En verdad este país es anómalo. ¿Qué ha pasado en él para que hasta el colectivo de personas que merecía –y tenía– toda nuestra compasión, nuestro respeto y nuestro apoyo se esté convirtiendo en uno de los grupos sociales más antipáticos, irrazonables, verbalmente agresivos y –lo que es peor– temibles? Desde que el señor Alcaraz se puso al frente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, ésta ha pasado a ser, para gran parte de la población, algo con lo que más vale no cruzarse ni encontrarse en la calle, y yo no sé hasta qué punto sus miembros más sensatos, menos manipulados y envenenados –aún habrá muchos, espero–, se dan cuenta del flaco favor, incluso del enorme daño, que ese dirigente les está haciendo al utilizarlos principalmente como “brazo manifestante” de la extrema derecha mediática, encabezada por la emisora radiofónica de los obispos siembracizañas.
El día del primer atentado mortal de ETA tras su larga tregua tácita o declarada, una buena amiga mía, que vive cerca de Sol, se acercó tranquilamente a uno de los quioscos de esa plaza para comprar el periódico. Se encontró allí con verdaderas masas, lo cual no tiene mucho de particular en las desaforadas y estiradísimas fechas navideñas (solían iniciarse el 22 de diciembre, ahora los comercios y los alcaldes las adelantan un mes, cosa demencial e insoportable, y más o menos equivalen al Ramadán, en lo que se refiere a paralización de la vida activa). Pero le llamó la atención la proliferación de banderas españolas, y se puso alerta. Al contármelo hizo hincapié en lo que todos los moderados de este país sabemos, con tristeza: ¿qué clase de lugar es este en el que todavía nos sobresalta y alarma la abundancia de enseñas del país nuestro? (No sé si quienes abusan de ellas para sus fines particulares son conscientes de cuánto las ensucian, a ojos de la mayoría.) Allí estaban congregados los miembros de la AVT, con pancartas llenas de insultos y de disparates, pidiendo, a estas alturas, “la verdad sobre el 11-M”, y acusando no tanto a ETA, que acababa de dinamitar Barajas, cuanto al Gobierno socialista. Mi amiga compró EL PAÍS, como suele, y el quiosquero le dijo: “Este sí me queda. Hoy aquí se ha agotado La Razón y se está agotando ya El Mundo, mira cómo está la plaza”. Ella no sólo miró, sino que oyó. Algunos manifestantes, muy cerca de ella, gritaban: “¡Hay que fusilar a Zapatero! ¡Hay que fusilarlos a todos con una Parabellum!” No pudo reprimirse y los miró, como diciendo: “Miren, aquí ya no se fusila a nadie”. Ni siquiera llegó a decirlo, no le dieron tiempo, así que los miró con reprobación tan sólo. Pero eso bastó, y que llevara EL PAÍS bajo el brazo, para que los energúmenos de la AVT (cuesta escribirlo: ¡energúmenos en la AVT, merecedora hasta hace no mucho de toda nuestra simpatía!) se pusieran a seguirla en su recorrido y a llenarla de improperios. Esos individuos eran guerracivilistas. No sólo por los insultos que escogieron (“¡Perra, roja, miliciana, guarra!”; en el 2007, parece increíble), sino por montar en cólera al ver el diario que ella leía. Mi amiga siguió adelante, sin ya volverse, pero al comprobar que la retahíla de injurias no era cosa momentánea y no amainaba, dio media vuelta y, como me dijo con gracia, entró a “pedir asilo político” en la Librería Méndez de la calle Mayor, cuyos dueños no se sorprendieron y le confesaron que no era la primera vez que tenían noticia de escenas parecidas. Tres días más tarde mi amiga fue a su banco, y allí le contó el cajero que, sólo por llevar este periódico –sin que en su caso mediara ni mirada–, miembros de la AVT, el mismo día del atentado, lo habían seguido llamándolo “¡Hijo de puta!” durante un buen trecho. Mi amiga, así pues, no fue la única víctima de las Víctimas, o de sus jaleadores.
Yo he oído contar muchas veces a mis padres que durante la Guerra Civil los motivos para sacar a alguien de su casa y darle el paseo eran a menudo proporcionados por los porteros o los vecinos: “El del segundo leía El Socialista”, se chivaba el portero a los falangistas sevillanos, y eso bastaba para que éstos subieran por él y se lo cargaran. “El del tercero iba a misa”, acusaba un vecino ante los milicianos madrileños, y éstos ya veían razón suficiente para borrarlo del mapa. Esto se parece demasiado a la actitud observada el 30 de diciembre por algunos miembros de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Hay que decirlo una vez más: a las víctimas de ETA hay que compadecerlas, alentarlas, ayudarlas, procurar que reciban justicia y resarcirlas en la medida de lo posible, porque han pagado y sufrido en nombre de todos. Pero ser víctima no da la razón, ni hace más sabio, ni convierte a nadie en santo, ni lo exime de su obligación de respeto hacia los demás ciudadanos. Si una víctima delinque, no por eso deja de ser víctima, pero pasa a ser también un delincuente. Y si una víctima persigue e insulta a quien le lanza una mirada o lee el diario que le apetece, tampoco dejará de ser víctima, pero además se habrá convertido en un energúmeno, un intolerante, un enemigo de la libertad y un miserable. Que el señor Alcaraz, de quien las Víctimas están siendo víctimas en los últimos tiempos, se pare a pensarlo un minuto, y se aplique el cuento.
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