Sr. Marías:
Supongo que conoce usted más o menos algo de la vida de un ciudadano de los Estados Unidos de América llamado Peter Fonda. Hace mucho que no sé nada de él, pero desde luego su existencia no ha sido sino un contínuo arrastrarse intentando sobrevivir al peso aplastante de la sombra de su padre Henry. No es un caso aislado. Suele ocurrir con cierta frecuencia que algunos hijos de personajes muy destacados por las razones que sean experimentan como una losa frustrante para su propio devenir existencial esa “grandeza” paterna. En los casos más graves este proceso puede generar una espiral autodestructiva, como es el caso de Peter. En otros, parece darse una especie de resentimiento general hacia todo, que suele buscar víctimas propiciatorias sobre las cuales descargarse.
No tengo tiempo ni ganas de pasarle a usted por la lupa analítica de Max Scheler ni por la psicoanalítica de, por ejemplo, Lacan. No me interesa su caso. Los hay incluso mucho más graves, pues responden a traumas generados en torno a figuras semilegendarias y mitificadas de algún abuelo, al que se sienten obligados a otorgar reparación no se sabe muy bién porqué. Pero cuando se trata de personas que tienen una repercusión importante en el espacio público, entonces los traumas personales revierten sobre ese espacio, generando un daño social que debe evitarse por razón de salud pública. Y usted forma parte de ese grupo de personajes públicos generadores de opinión. Por eso lo menos que cabe exigirle, en base a esa responsabilidad contraída con la comunidad política en la que vive, es que intente no contaminarla con expresiones que proceden de sus hipotéticas frustraciones personales que a ninguno nos incumben.
Y en ese marco hay que situar su artículo del pasado domingo en una publicación impresa. Denuncia usted con mucha razón ciertas actitudes agresivas de algunos individuos anónimos que tuvieron lugar el pasado 31 de Diciembre en una concentración convocada por la AVT en la Puerta del Sol. Individuos que estaban muy irritados, pues el día anterior se había perpetrado un atentado. Quiero recordarle que ese ”estado de irritación” ha sido esgrimido judicialmente y ha sentado, por tanto, jurisprudencia, cuando los acusados de asaltar, insultar y agredir a miembros y sedes del Partido Popular durante el 13 de Marzo de 2004 fueron absueltos con el argumento de que “los ánimos estaban muy calientes”. ¡Ja!.
Ahora bien, lo que usted se saca tranquilamente de la manga es que esos individuos fueran miembros de la AVT o fueran víctimas del terrorismo. Y todo su artículo es una larga letanía de acusaciones y descalificaciones tanto a las víctimas como a esa Asociación. Y esta muestra de resentimiento traducido en manipulación es lo que no se puede arrojar sobre el espacio público. Con esta actitud, su hipotética frustración personal se convierte en arma contra un colectivo al que se pretende criminalizar institucionalmente. Conozco personalmente al Sr. Alcaraz, y he visto en su rostro el sufrimiento tan inmenso que le produce toda la campaña que tipos de su calaña han emprendido contra su persona y su colectivo. El daño personal que se les está infringiendo es tan inmenso que si usted tuvera el más mínimo atisbo de él no dudaría en publicar una rectificación a su anterior artículo. Pero no caerá esa breva. Forma usted parte de un engranaje que le supera, y que ya vimos en acción en la Alemania de los años treinta del pasado siglo.
Forma usted parte del equipo de opinión del actual Volkischer Beobacher, antaño máximo órgano de difusión de las doctrinas antisemitas, lugar donde se realizaba de un modo privilegiado esa operación de ingeniería social consistente en proporcionar a las masas un chivo expiatorio de la agresividad generada, precisamentre, por una frustración colectiva. Y vea que aún le sitúo entre la élite de esa herramienta modificadora de la opinión pública. Leyendo su artículo, lo que he sentido ha sido el deseo de homologarle con el difunto Julius Streicher y su periódico Der Strummer. Quizás sea ese el lugar que realmente le corresponde. Hágaselo mirar, Sr. Marías.
Alejandro Campoy
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