Arrepentidos y desencantados
por GERMÁN YANKE
«Soy el hombre más derrotado del mundo», responde Mikel Azurmendi cuando se le pide una impresión personal sobre el proceso de diálogo con ETA. Y luego desgrana la historia de su abandono de la banda, que comienza con un hecho pavoroso, «cuando en el invierno de 1966 se reunió Julen Madariaga con los que formábamos el “comando” de Guipúzcoa y nos propuso que votásemos si íbamos a matar al que era entonces jefe de ETA, Patxi Iturrioz. Madariaga, además, se reservó dos votos. Salió que no, pero yo ya no me podía quitar de encima el horror moral de haber participado en aquella votación. Más tarde pude pedirle perdón a Iturrioz».
El año siguiente se exilió en Francia, dejando los estudios de Economía iniciados en Bilbao y matriculándose en Filosofía. Ahí comienza, además, su abandono paulatino del nacionalismo y su utópica vuelta para tratar inutilmente de desarticular ETA desde dentro en la asamblea celebrada en 1970. «Soy el hombre más derrotado del mundo —insiste el actual profesor de universidad, que tuvo que abandonar amenazado el País Vasco— y lo tremendo es que ahora veo a ETA en el poder, logrando sus objetivos, en un Gobierno de coalición con los socialistas».
Javier Elorrieta y Eduardo Uriarte coincidieron en la cárcel de Basauri en 1969. El primero, que abandonó la banda varios años antes que su amigo, piensa que el Gobierno, después de lo anunciado y hecho hasta ahora, «seguirá dando pedaladas para no caerse de la bicicleta». Uriarte coincide con él: «Se han metido tan dentro de este asunto que hay visos de que llegarán a algún tipo de acuerdo y, mientras, se está proporcionando una inmensa propaganda a una Batasuna colocada en una posición dominante».
Cuando se le pregunta a Elorrieta —un escritor antiguo parlamentario vasco independiente en las listas socialistas, que ha publicado hace poco su «Poesía reunida»— por los intentos de diálogo de gobiernos anteriores, del PSOE o del PP, constesta como si hubiera meditado largamente sobre ello: «Fracasaron, si se puede hablar así, porque, en realidad, no querían negociar. Sólo querían buscar el modo de acabar con ETA. Ahora se quiere negociar».
Iñaki Viar, psicoanalista y profesor de la Universidad del País Vasco, tampoco tiene nostalgia alguna de su pasado. En los anales de la resistencia al nacionalismo está el artículo que en 1989 firmó en «El País» con Jon Juaristi —«Proezas melancólicas»— y en el que se desmontaba la añoranza nacionalista de un país que en realidad no había existido nunca. Habla de su militancia en ETA como una «errancia breve», que «afortunadamente no fue a más», de la que no puede hacer responsable —añade— ni al franquismo ni al ambiente familiar dominado por el nacionalismo y el recuerdo de la Guerra Civil.
«No puedo encarar este llamado “proceso de paz” —apunta— sino desde la radical rectificación de los métodos violentos. Yo soy responsable, en mi propio contexto, de un inmenso error y ahora sólo reivindico mis rectificaciones». Javier Elorrieta, en la reseña de su obra literaria y periodística, recuerda precisamente un artículo titulado «Yo sí me arrepiento», escrito tras el asesinato de Yoyes, cuando se debatía si la antigua militante se había realmente arrepentido o solamente lo había dejado. «No éramos demócratas, no perseguíamos la libertad. Ser antifranquista y de ETA no era defender lo que desde hace ya mucho defiendo».
Por eso le parece a Elorrieta que sólo los que no se han arrepentido verdaderamente pueden pensar ahora con cierto pesar, cuando se especula sobre el éxito de una negociación con la banda, que quizá se consiga lo que entonces se buscaba. «La causa de abandonar no era que los objetivos fuesen imposibles, sino que eran y son aberrantes. Así que yo no puedo pensar ahora que me equivoqué al marcharme, o que los que se quedaron terminan teniendo razón, sino, por el contrario, debo contemplarlo con desazón. Porque el terrorismo y su objetivo, o lo que de él puedan lograr en la negociación, es lo indigno».
No olvidarse de las víctimas
Iñaki Viar, desde la doble perspectiva personal y profesional, considera que, entre los aspectos más graves del «proceso», no debe olvidarse a las víctimas. «Ha sido tremendo que, durante tantos años, se haya matado doblemente, como en el mito de Antígona. Una vez, con los asesinatos; otra, con la muerte simbólica de la ausencia de honra y del olvido». Rememora a continuación la reacción cívica que se inicia tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco —él mismo participó en la fundación del Foro de Ermua— y recuerda que «hay tanta más paz cuanto más honor a las víctimas, como ocurre en los países libres y no, por ejemplo, en Rusia con respecto a las del stalinismo». «Lo de ahora —continúa— me preocupa en muchos aspectos, pero de forma muy especial porque es una suerte de inversión de ese proceso de desagravio y honor, es decir, el de dar un sentido positivo al duelo. Nada peor que engañar a las víctimas, dejarlas a un lado, convertirlas en un obstáculo porque se trata de dar alguna razón a los terroristas».
«Y es que no la tienen —apunta Eduardo Uriarte, condenado a muerte en el famoso proceso de Burgos— aunque se lo crean ellos, se lo digan sus familiares o el mismísimo Gobierno. Cuando yo tuve razón de verdad fue cuando hace algo más de treinta años abandoné ETA». Uriarte, quizá el más próximo amigo y colaborador de Mario Onaindía, se refiere también con ironía a esa hipotética «depresión» al ver que ahora, con el argumento de que la banda lleva tres años sin matar, se pueda conseguir «una nueva situación, un cambio en la Constitución, algo como el inicio de un proceso constituyente». Gesticula con las manos, se ajusta las gafas, se incorpora en el sillón y, con un gesto duro, concluye: «Lo verdaderamente deprimente sería pensar que, para cualquier cambio político, lo único que vale es la amenaza, la extorsión, la posibilidad de matar…».
¿Pero ETA puede volver a matar? Quizá en la recámara del Gobierno, al menos desde luego en su retórica, late la idea de que ya no es posible, y que por ello saldrá adelante la negociación. Según Eduardo Uriarte, hay que tener en cuenta dos cosas. La primera, que una reforma del modelo autonómico «y de los pactos constitucionales del 77 hecha como se viene haciendo con formulaciones ambiguas no es fácil de colar a ETA». Y, en segundo término, que, aunque los grandes atentados islamistas hayan desacreditado el terrorismo como nunca antes había ocurrido, «el riego de violencia política no desaparece en nuestras sociedades y, en la vasca, se ha cultivado el odio de modo más que lamentable. Así que no es imposible».
Uriarte, que milita en el PSOE y fue candidato a la alcaldía de Bilbao, apunta la posibilidad de que su partido piense que con la actual Batasuna se pueden llegar a acuerdos como los que en el pasado se suscribieron con Euskadiko Ezkerra, un partido que terminó integrándose en el socialismo vasco de la mano de Mario Onaindía. No se trataría ahora, naturalmente, de un proceso similar, pero sí de «un acuerdo para establecer las bases de una nueva relación de Euskadi con el ordenamiento general de España». Lo considera un error, una posibilidad que puede dar al traste con el principio de ciudadanía y el reconocimiento de los valores democráticos que había hecho ya Euskadiko Ezkerra pero no Batasuna. Elorrieta añade: «Si he dicho que los anteriores Gobiernos no querían negociar y éste sí, debo añadir también que da la impresión de que muchos sectores del socialismo vasco muestran, más allá del afán negociador, un compadreo con Batasuna que resulta alarmante».
Mikel Azurmendi ve con espanto esa posibilidad «porque ETA es un cuerpo político para matar». Pero va un paso más allá. «Esto del diálogo y el pacto con la banda es sólo una pieza en un tablero más complejo, en los móviles de un Gobierno que ha pactado con todos los que han estado en contra de la más eficaz legislación antiterrorista y con todos los que han estado de un modo u otro en contra del Estado de Derecho. ¿Estamos ante un nacional-socialismo de nuevo cuño? ¿Y estamos, además, ante la dejadez y la pasividad de una sociedad para la que todo vale, que no reflexiona sobre el futuro político y social?»
Se suele quemar a los herejes, no a los paganos, y ellos, junto a otros, resultan estar, por su pasado y su arrepentimiento, entre los más odiados por los nacionalistas vascos. Parecen considerarlo parte de un pasado ya amortizado y no quieren renunciar ni a sus ideas ni a vivir en el País Vasco. Pero se rebelan con una mezcla de dolor y rabia en contra de que algunos consideren que quieren poner obstáculos a la paz. «Cuando se oye decir a una alta autoridad del Estado —dice Azurmendi— que quienes se oponen al proceso quieren más muertos se me desgarra el alma. ¡Qué vergüenza!». «Si lo que deseamos es defender la libertad, opinar razonablemente y te dicen que estás crispando, lo que realmente quieren es apartarte sin más», concluye Javier Elorrieta.
por GERMÁN YANKE
«Soy el hombre más derrotado del mundo», responde Mikel Azurmendi cuando se le pide una impresión personal sobre el proceso de diálogo con ETA. Y luego desgrana la historia de su abandono de la banda, que comienza con un hecho pavoroso, «cuando en el invierno de 1966 se reunió Julen Madariaga con los que formábamos el “comando” de Guipúzcoa y nos propuso que votásemos si íbamos a matar al que era entonces jefe de ETA, Patxi Iturrioz. Madariaga, además, se reservó dos votos. Salió que no, pero yo ya no me podía quitar de encima el horror moral de haber participado en aquella votación. Más tarde pude pedirle perdón a Iturrioz».
El año siguiente se exilió en Francia, dejando los estudios de Economía iniciados en Bilbao y matriculándose en Filosofía. Ahí comienza, además, su abandono paulatino del nacionalismo y su utópica vuelta para tratar inutilmente de desarticular ETA desde dentro en la asamblea celebrada en 1970. «Soy el hombre más derrotado del mundo —insiste el actual profesor de universidad, que tuvo que abandonar amenazado el País Vasco— y lo tremendo es que ahora veo a ETA en el poder, logrando sus objetivos, en un Gobierno de coalición con los socialistas».
Javier Elorrieta y Eduardo Uriarte coincidieron en la cárcel de Basauri en 1969. El primero, que abandonó la banda varios años antes que su amigo, piensa que el Gobierno, después de lo anunciado y hecho hasta ahora, «seguirá dando pedaladas para no caerse de la bicicleta». Uriarte coincide con él: «Se han metido tan dentro de este asunto que hay visos de que llegarán a algún tipo de acuerdo y, mientras, se está proporcionando una inmensa propaganda a una Batasuna colocada en una posición dominante».
Cuando se le pregunta a Elorrieta —un escritor antiguo parlamentario vasco independiente en las listas socialistas, que ha publicado hace poco su «Poesía reunida»— por los intentos de diálogo de gobiernos anteriores, del PSOE o del PP, constesta como si hubiera meditado largamente sobre ello: «Fracasaron, si se puede hablar así, porque, en realidad, no querían negociar. Sólo querían buscar el modo de acabar con ETA. Ahora se quiere negociar».
Iñaki Viar, psicoanalista y profesor de la Universidad del País Vasco, tampoco tiene nostalgia alguna de su pasado. En los anales de la resistencia al nacionalismo está el artículo que en 1989 firmó en «El País» con Jon Juaristi —«Proezas melancólicas»— y en el que se desmontaba la añoranza nacionalista de un país que en realidad no había existido nunca. Habla de su militancia en ETA como una «errancia breve», que «afortunadamente no fue a más», de la que no puede hacer responsable —añade— ni al franquismo ni al ambiente familiar dominado por el nacionalismo y el recuerdo de la Guerra Civil.
«No puedo encarar este llamado “proceso de paz” —apunta— sino desde la radical rectificación de los métodos violentos. Yo soy responsable, en mi propio contexto, de un inmenso error y ahora sólo reivindico mis rectificaciones». Javier Elorrieta, en la reseña de su obra literaria y periodística, recuerda precisamente un artículo titulado «Yo sí me arrepiento», escrito tras el asesinato de Yoyes, cuando se debatía si la antigua militante se había realmente arrepentido o solamente lo había dejado. «No éramos demócratas, no perseguíamos la libertad. Ser antifranquista y de ETA no era defender lo que desde hace ya mucho defiendo».
Por eso le parece a Elorrieta que sólo los que no se han arrepentido verdaderamente pueden pensar ahora con cierto pesar, cuando se especula sobre el éxito de una negociación con la banda, que quizá se consiga lo que entonces se buscaba. «La causa de abandonar no era que los objetivos fuesen imposibles, sino que eran y son aberrantes. Así que yo no puedo pensar ahora que me equivoqué al marcharme, o que los que se quedaron terminan teniendo razón, sino, por el contrario, debo contemplarlo con desazón. Porque el terrorismo y su objetivo, o lo que de él puedan lograr en la negociación, es lo indigno».
No olvidarse de las víctimas
Iñaki Viar, desde la doble perspectiva personal y profesional, considera que, entre los aspectos más graves del «proceso», no debe olvidarse a las víctimas. «Ha sido tremendo que, durante tantos años, se haya matado doblemente, como en el mito de Antígona. Una vez, con los asesinatos; otra, con la muerte simbólica de la ausencia de honra y del olvido». Rememora a continuación la reacción cívica que se inicia tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco —él mismo participó en la fundación del Foro de Ermua— y recuerda que «hay tanta más paz cuanto más honor a las víctimas, como ocurre en los países libres y no, por ejemplo, en Rusia con respecto a las del stalinismo». «Lo de ahora —continúa— me preocupa en muchos aspectos, pero de forma muy especial porque es una suerte de inversión de ese proceso de desagravio y honor, es decir, el de dar un sentido positivo al duelo. Nada peor que engañar a las víctimas, dejarlas a un lado, convertirlas en un obstáculo porque se trata de dar alguna razón a los terroristas».
«Y es que no la tienen —apunta Eduardo Uriarte, condenado a muerte en el famoso proceso de Burgos— aunque se lo crean ellos, se lo digan sus familiares o el mismísimo Gobierno. Cuando yo tuve razón de verdad fue cuando hace algo más de treinta años abandoné ETA». Uriarte, quizá el más próximo amigo y colaborador de Mario Onaindía, se refiere también con ironía a esa hipotética «depresión» al ver que ahora, con el argumento de que la banda lleva tres años sin matar, se pueda conseguir «una nueva situación, un cambio en la Constitución, algo como el inicio de un proceso constituyente». Gesticula con las manos, se ajusta las gafas, se incorpora en el sillón y, con un gesto duro, concluye: «Lo verdaderamente deprimente sería pensar que, para cualquier cambio político, lo único que vale es la amenaza, la extorsión, la posibilidad de matar…».
¿Pero ETA puede volver a matar? Quizá en la recámara del Gobierno, al menos desde luego en su retórica, late la idea de que ya no es posible, y que por ello saldrá adelante la negociación. Según Eduardo Uriarte, hay que tener en cuenta dos cosas. La primera, que una reforma del modelo autonómico «y de los pactos constitucionales del 77 hecha como se viene haciendo con formulaciones ambiguas no es fácil de colar a ETA». Y, en segundo término, que, aunque los grandes atentados islamistas hayan desacreditado el terrorismo como nunca antes había ocurrido, «el riego de violencia política no desaparece en nuestras sociedades y, en la vasca, se ha cultivado el odio de modo más que lamentable. Así que no es imposible».
Uriarte, que milita en el PSOE y fue candidato a la alcaldía de Bilbao, apunta la posibilidad de que su partido piense que con la actual Batasuna se pueden llegar a acuerdos como los que en el pasado se suscribieron con Euskadiko Ezkerra, un partido que terminó integrándose en el socialismo vasco de la mano de Mario Onaindía. No se trataría ahora, naturalmente, de un proceso similar, pero sí de «un acuerdo para establecer las bases de una nueva relación de Euskadi con el ordenamiento general de España». Lo considera un error, una posibilidad que puede dar al traste con el principio de ciudadanía y el reconocimiento de los valores democráticos que había hecho ya Euskadiko Ezkerra pero no Batasuna. Elorrieta añade: «Si he dicho que los anteriores Gobiernos no querían negociar y éste sí, debo añadir también que da la impresión de que muchos sectores del socialismo vasco muestran, más allá del afán negociador, un compadreo con Batasuna que resulta alarmante».
Mikel Azurmendi ve con espanto esa posibilidad «porque ETA es un cuerpo político para matar». Pero va un paso más allá. «Esto del diálogo y el pacto con la banda es sólo una pieza en un tablero más complejo, en los móviles de un Gobierno que ha pactado con todos los que han estado en contra de la más eficaz legislación antiterrorista y con todos los que han estado de un modo u otro en contra del Estado de Derecho. ¿Estamos ante un nacional-socialismo de nuevo cuño? ¿Y estamos, además, ante la dejadez y la pasividad de una sociedad para la que todo vale, que no reflexiona sobre el futuro político y social?»
Se suele quemar a los herejes, no a los paganos, y ellos, junto a otros, resultan estar, por su pasado y su arrepentimiento, entre los más odiados por los nacionalistas vascos. Parecen considerarlo parte de un pasado ya amortizado y no quieren renunciar ni a sus ideas ni a vivir en el País Vasco. Pero se rebelan con una mezcla de dolor y rabia en contra de que algunos consideren que quieren poner obstáculos a la paz. «Cuando se oye decir a una alta autoridad del Estado —dice Azurmendi— que quienes se oponen al proceso quieren más muertos se me desgarra el alma. ¡Qué vergüenza!». «Si lo que deseamos es defender la libertad, opinar razonablemente y te dicen que estás crispando, lo que realmente quieren es apartarte sin más», concluye Javier Elorrieta.
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