El principio de toda sabiduría respecto a Chávez es que ama el poder con locura, lo quiere todo para él, lo quiere para siempre, lo quiere lo más largo, ancho y profundo que posible sea y le tiene sin cuidado el método por el que pueda conseguirlo. Todo lo demás es secundario, empezando por si es de izquierdas, de derechas, de centro o de todo a la vez. Simplemente es de aquello que le proporcione el poder. Su vocación de dictador es irrefrenable y no tiene límites. Como su intento de golpe de estado militar falló, prueba, hace ya ocho años, con la democracia. Su retórica populista contra una oligarquía notablemente corrupta arrastra a un país cuyo largo chapoteo en la corrupción no se puede decir que lo haya conducido a elevadas cimas de madurez política.
Una vez instalado en el poder se dedica afanosamente a transformarlo a su medida y llenarlo de paniaguados más corruptos si cabe que los anteriores, porque les queda mucho camino por recorrer para alcanzar a los instalados desde hace varias generaciones. Las demagógicas promesas son siempre incumplibles y en todo caso afianzarse en el poder a toda costa es mucho más importante y urgente. A ese proceso de subvertir instituciones al menos formalmente democráticas y atiborrarlas de partidarios firmemente decididos a sacarles partido se llama revolución, a la que le encuentra un espléndido adjetivo de gran prestigio local que sirve para todo y todo lo encubre: bolivariana.
Pero como predicar no es lo mismo que dar trigo la decepción de muchos esperanzados e ingenuos votantes comienza pronto y evoluciona rápidamente hacia el susto. El país cuenta con amplias huestes de desheredados cuyo comprensible resentimiento social sabe hábilmente manejar el coronel y la vaca lechera del petróleo venezolano proporciona el maná con el que sustentarlos. Pobreza y corrupción han dado lugar en Venezuela a un altísimo nivel de delincuencia, duplicada bajo la égida de Chávez, y muchos malhechores son bienvenidos a las tropas revolucionarios a las que les sirven de fuerza de choque.
En el 2002 un intento de golpe antichavista sirve para mostrar la incompetencia de las elites desplazadas del poder y es una oportunidad más para que Chávez consolide el suyo, cuando su apoyo en las últimas elecciones libres ya había bajado al 30%. A partir de entonces su capacidad de manipulación es ya suficiente como para arrojar el resultado que le convenga en cualquier consulta popular. Así un intento de referéndum revocatorio en el 2004 le sirve para hacerse, firma a firma, con la nómina completa de sus enemigos, para los que ya nunca habrá ni pan ni agua. Pone en marcha un sistema de votación electrónica que debería haber sido la madre de todas las sospechas. Todavía hace menos de un mes, en las pasadas elecciones americanas, sistemas análogos con muchísimas más garantías y en el país tecnológicamente más avanzado del mundo estuvieron rodeados de múltiples aprensiones. Pero la comunidad internacional aceptó los resultados venezolanos, como ahora da por buenas las encuestas pagadas por el gobierno, que le dan al presidente entre 20 y 30 puntos de ventaja, lo que equivale a proclamar los resultados que realmente desea.
Pero lo importante en Venezuela no es cuantos votos realmente reciba, sino que tenga los que tenga siempre va a ganar y su firme propósito es no salir del palacio presidencial más que con los pies por delante.
Libertad Digital
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