miércoles, julio 05, 2006

Negociación


PABLO MÉNDEZ GALLO     
SOCIÓLOGO, DOCTOR EN FILOSOFÍA     
EL CORREO 5 JUNIO 2006
     

Sabemos desde Hannah Arendt, y parafraseando a Von Clausewitz, que la negociación supone la continuación de la guerra, por otros medios: un toma y daca. Es más, cualitativamente, y en ciertos aspectos, guerra y negociación es lo mismo: negación. Puesto que negocio es la negación del ocio (neg-otium), esto es, de lo contemplativo y lo virtuoso -en su sentido más clásico-, negociar implica una negación de la palabra (diálogo) en pos de una ética de lo utilitario y, en última instancia, una negación del otro (reducción a objeto de cambio), de la diferencia, generando víctimas al igual que en el proceso bélico. En suma, una negociación abunda en la revictimización de las heridas ya producidas durante la batalla.

Sobre esta base, la inclinación del Estado a negociar con un grupo terrorista (por ejemplo, ETA) supone la aceptación de un error propio, de una falla democrática paralela al conflicto mismo. Implica aceptar el derecho a satisfacer un interés mutuo, la reparación de una situación previa de desigualdad entre las partes. Para eso, ETA tiene que renunciar al derecho a matar, o tal vez a no matar sin derecho que lo ampare. A cambio, el Estado puede hacer concesiones que posibiliten un hipotético futuro alumbramiento estatal. Todo Estado parece fundarse en un asesinato original, pero hasta que esa constitución pueda darse, ETA no debe cuestionar el monopolio legítimo de la violencia que compete a los Estados ya constituidos.

Que el Estado, el español para el caso que aquí se trata, acepte negociar con ETA, supone un punto de confluencia moral con el oponente terrorista, teatralizado por la idea del 'mal menor', propio del pragmatismo utilitarista, el eterno dilema entre medios y fines, sin acordarse de que el medio conforma, configura e incluso representa el propio fin. A la manera de Luhman, el medio es el mensaje, principio de comunicación que cualquier grupo terrorista conoce a la perfección: ¿Se imaginan una sociedad vasca gobernada por los principios (pat)éticos de ETA? No hagan mucho esfuerzo, pues de alguna manera ya la tenemos, aunque siempre podría ser peor (Murphy dixit). Decía un juez israelí, en alusión al asesino de Isaac Rabin, que cuando una ideología justifica la violencia, esa violencia se convierte en la ideología misma.

Pero el verdadero problema de la negociación no es en sí el Estado, ni tan siquiera ETA -más que como síntoma-, sino la propia sociedad vasca y todos los que, de alguna manera, la conformamos. Especialmente, y por recurrir a expresión del semidesaparecido Xabier Arzalluz, de quienes recogían las nueces del árbol agitado (por parte de ETA, se supone). Pues tampoco es justo ni realista repartir responsabilidades a todos por igual. Pero sí podemos decir que, en conjunto, la negociación para el fin del terrorismo representa una pérdida para todos, para la sociedad vasca en su conjunto, el triunfo del utilitarismo más atroz, el principio de que todos somos prescindibles, la rendición o entrega de nuestras potencialidades como actores de cambio a quienes políticamente nos representan y a los que no, a todos aquellos que han sido fuente y motor del desastre y que ahora nos brindan soluciones. ¿Como si éstas existieran!

Sin embargo, no sólo no puede decirse que la negociación sea el fracaso de la política (moderna) en general, ni de los políticos en particular, sino que además la 'gestión economicista' es su medio natural, su hábitat, y lo pueden cumplir más o menos bien, según la posición de quien lo valore: negociar es lo suyo. Pero sí representa el desastre de una sociedad, la vasca en este caso, ante la imposibilidad de trascender la ofuscación nacional. Representa el espíritu de una sociedad inanimada (sin alma) y desanimada (deprimida) que, por miedo al qué dirán, prefirió negarse a sí misma la palabra, bajo el prisma de un pueril pensamiento mágico de que el tiempo todo lo arregla. En el último momento nos acordamos de Bertolt Brecht: 'Ahora me llevan a mí; pero ya es demasiado tarde'.

La negociación no es la paz, sino tan sólo un sucedáneo que pretende evocar el sabor de lo original: lo que la gula a la angula. Por eso no podemos hablar, en justicia, de un proceso de paz en el País Vasco. Es posible que una negociación siente las bases para un posterior proceso de paz, pero en absoluto se pueden confundir o mezclar los términos. Negociar es establecer los límites máximos de violencia que las partes en contienda están dispuestas a asumir, es hacer balance entre costes y beneficios, es racionalizar la dosis de riesgo (social), es construir la realidad a partir de una retórica ambigua que dé cabida a lo real y a lo sucedáneo, es la sustitución del nombre por el pronombre, a partir de lo cual todos -aunque unos más que otros, claro- somos prescindibles y sustituibles. La negociación, como decía antes, es trasladar la guerra y toda su lógica al ámbito de una mesa.

A partir de ahí, y a pesar de lo que quieran que creamos, sólo cabe decir que la paz de los cementerios no es paz, como tampoco lo es la 'pax romana'; la gula no es una angula ni el pronombre puede sustituir a un nombre. Como advierten en las películas, 'cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia'. Y, sin embargo, nos quieren imponer la coincidencia. En nuestras manos está darlo por bueno, o no.

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