Por Florentino Portero
(Publicado en ABC, 20 de julio de 2006)
Estados Unidos hizo examen de conciencia y reconoció haber cometido graves errores en su política en Oriente Medio. Rice lo sintetizó con su habitual brillantez oratoria en una conferencia en la Universidad Americana de El Cairo: “durante años sacrificamos la democracia por la estabilidad y al final ni tenemos democracia ni estabilidad”. Realistas conservadores como Kissinger o multilateralistas bienintencionados como Albright trataron de entenderse con todo tipo de regímenes y gobernantes, para mantener la paz a cualquier precio. Tanto Kissinger como Albright pactaban con el viejo Assad, reconociéndole el papel de actor relevante en la escena regional. De aquello polvos vienen estos lodos, como implícitamente admitió Rice.
La nueva estrategia norteamericana atribuye a regímenes como el sirio o el iraní la condición de fuente de fanatismo y terrorismo, lo que a todas luces resulta evidente. La estabilidad regional dependerá, por lo tanto, de su derrota así como de la paulatina transformación de sus sociedades –mediante la erradicación de la corrupción, la apertura de sus mercados, la mejora de sus sistemas educativo y sanitario, el respeto a la mujer...- hasta poder establecer gobiernos auténticamente democráticos.
La muerte de Arafat y el asesinato de Hariri dieron paso a importantes procesos democratizadores. En Palestina se convocaron elecciones presidenciales y parlamentarias, Hamás formó gobierno, perdió la ayuda internacional y se encontraba bajo amenaza de un referéndum dirigido a reconocer la existencia de Israel. Siria se vio obligada a retirarse del Líbano, sus dirigentes y cómplices libaneses se encuentran bajo investigación de Naciones Unidas y las fuerzas democráticas van ganando posiciones en el país del cedro. La retirada de Gaza y la anunciada de Cisjordania permitía a Israel mejorar su imagen internacional y colocar a los musulmanes radicales a la defensiva. La estrategia norteamericana estaba dando fruto, para horror de islamistas de distinta calaña.
La acción concertada de Hamás y Hizbolá sólo puede entenderse desde la lógica estratégica de sus promotores, en especial de los ayatolás iraníes. Para ellos el avance de los valores democráticos es inaceptable, tanto como la propia existencia de Israel. En su perspectiva, todo es reflejo de lo mismo: la influencia de Occidente sobre el Islam, contaminándolo y abocándolo a la decadencia. El armamento nuclear y los misiles, en el caso de los estados, y las acciones terroristas, en el de las formaciones islamistas, son los instrumentos para garantizar tanto la propia supervivencia como el agotamiento del adversario. No tienen duda de que su enemigo es un “tigre de papel”, gatito cuando la referencia es a Europa, y que la constancia en su actitud llevará a la cobarde y decadente sociedad occidental a claudicar.
La relación de Bush con el mundo judío ha sido tradicionalmente tormentosa. Sus comentarios han estado al límite del antisemitismo, cuando no lo han superado. Su apoyo a Israel sólo se puede entender desde la lógica de su estrategia nacional: Estados Unidos está en guerra contra el islamismo, no cabe negociación con estos grupos sino exigir su desarme o destrucción. La responsabilidad de sus actos corresponde a sus miembros, a los estados que los amparan y a los regímenes corruptos cuya escandalosa acción de gobierno empuja a las masas en esa dirección. El naserismo alimenta a los Hermanos Musulmanes tanto como la propia Fatah, por su corrupción e incompetencia. Desde esta perspectiva, Israel no debe ceder ante el chantaje de Hamás y Hizbolá, los rehenes tienen que ser liberados y ambos grupos terroristas liquidados.
Israel no puede quedarse de brazos cruzados ante la agresión que ha sufrido, debe tratar de localizar tanto los arsenales como los centros de mando y control de Hizbolá y Hamás para destruirlos. No es casual que se encuentren en el centro de las ciudades. Buscan protegerse y forzar a sus enemigos a provocar víctimas civiles. Lo primero no lo consiguen, pero sí lo segundo, más aún cuando medios de comunicación no sienten reparo en afirmar, a sabiendas de que es falso, que Israel dispara sobre la población de forma indiscriminada.
Europa se asusta ante las consecuencias de la acción israelí, preferiría que fuera más contenida, que no pusiera en peligro el proceso político libanés y que evitara la posible escalada hacia Siria e Irán. Esas preocupaciones son legítimas, aunque reflejan más sus propios intereses de seguridad que los de Israel. En cualquier caso tienen claro quién es el agresor y quién el agredido, condenan sin reservas el fanatismo islamista y el terrorismo al tiempo que solicitan a Israel autocontrol.
Hay excepciones. Zapatero dio un giro a la política española en Europa. Primero nos retiró del pelotón de cabeza para situarnos en un tercer plano. Hay que valorar que, a diferencia de González y de Aznar, Zapatero se siente incómodo en Bruselas por su ignorancia de los temas a negociar y sus evidentes limitaciones lingüísticas. A continuación nos desmarcó de la línea mayoritaria al promover una apertura hacia los distintos grupos terroristas, reconociéndoles como legítimos actores y aceptando negociar con ellos el estado de derecho. Da igual que hablemos de ETA, de Hamás o de Hizbolá. Para él no es aceptable usar la fuerza contra ellos y no hay más política posible que dialogar y ceder.
Europa se encuentra acobardada y dispuesta a realizar concesiones, pero todavía no ha llegado al grado de inmoralidad de la política defendida por nuestro Gobierno. Para Zapatero el ayatolá Jatamí es un legítimo compañero de viaje en la Alianza de Civilizaciones, de la misma manera que el islamista Tariq Ramadán es un sensato intelectual musulmán. Los merecidos elogios que recibe de ETA y de Hizbolá son prueba inequívoca de su compromiso en contra de los valores occidentales, de los fundamentos de la democracia liberal.
Israel tiene que actuar desde sus propias necesidades de seguridad. La estabilidad del Líbano es muy importante para su futuro, como lo son las relaciones con la Unión Europea. Pero ¿de qué les servirían si pierden la libertad? Lo ocurrido no es un hecho aislado sino una acción concertada y dirigida desde Teherán, que sólo tiene sentido en el marco de la Guerra contra el Terror. No estamos ante meras acciones antiterroristas, puesto que Hizbolá es una multinacional iraní al servicio de los intereses estratégicos de su régimen teocrático.
Irán ha incorporado un conflicto localizado, el israelo-palestino, a uno mucho más general y difícilmente podremos dar marcha atrás.
Por mucho que nos tapemos los oídos o cerremos los ojos, la declaración de guerra que el islamismo nos ha hecho es una realidad. Más nos valdría darnos pronto por enterados y adaptarnos al nuevo entorno estratégico, porque cuanto más tarde reaccionemos será peor. Nuestras fronteras son las de la libertad, representadas tanto por musulmanes moderados, como el difunto Hariri, como por la democracia israelí. Su causa es la nuestra y no podemos permitir que den un paso atrás. Más aún, no debemos animarles a cometer el error de ceder a cambio de espejismos.
Frente al terrorismo no cabe más que la firmeza. Cuando estas formaciones llegan al grado de desarrollo de Hizbolá, un auténtico ejército adiestrado por oficiales iraníes y dotado de misiles capaces de recorrer más de sesenta kilómetros, hay que actuar con toda la contundencia necesaria, por dramáticas que sean sus consecuencias. De no hacerlo así dentro de un tiempo la amenaza será aún mucho mayor. Este no es un problema de Israel. Aunque nos cueste entenderlo, para los islamistas somos lo mismo, hagamos lo que hagamos. Lo que está en juego es la democracia y la libertad de todos nosotros.
(Publicado en ABC, 20 de julio de 2006)
Estados Unidos hizo examen de conciencia y reconoció haber cometido graves errores en su política en Oriente Medio. Rice lo sintetizó con su habitual brillantez oratoria en una conferencia en la Universidad Americana de El Cairo: “durante años sacrificamos la democracia por la estabilidad y al final ni tenemos democracia ni estabilidad”. Realistas conservadores como Kissinger o multilateralistas bienintencionados como Albright trataron de entenderse con todo tipo de regímenes y gobernantes, para mantener la paz a cualquier precio. Tanto Kissinger como Albright pactaban con el viejo Assad, reconociéndole el papel de actor relevante en la escena regional. De aquello polvos vienen estos lodos, como implícitamente admitió Rice.
La nueva estrategia norteamericana atribuye a regímenes como el sirio o el iraní la condición de fuente de fanatismo y terrorismo, lo que a todas luces resulta evidente. La estabilidad regional dependerá, por lo tanto, de su derrota así como de la paulatina transformación de sus sociedades –mediante la erradicación de la corrupción, la apertura de sus mercados, la mejora de sus sistemas educativo y sanitario, el respeto a la mujer...- hasta poder establecer gobiernos auténticamente democráticos.
La muerte de Arafat y el asesinato de Hariri dieron paso a importantes procesos democratizadores. En Palestina se convocaron elecciones presidenciales y parlamentarias, Hamás formó gobierno, perdió la ayuda internacional y se encontraba bajo amenaza de un referéndum dirigido a reconocer la existencia de Israel. Siria se vio obligada a retirarse del Líbano, sus dirigentes y cómplices libaneses se encuentran bajo investigación de Naciones Unidas y las fuerzas democráticas van ganando posiciones en el país del cedro. La retirada de Gaza y la anunciada de Cisjordania permitía a Israel mejorar su imagen internacional y colocar a los musulmanes radicales a la defensiva. La estrategia norteamericana estaba dando fruto, para horror de islamistas de distinta calaña.
La acción concertada de Hamás y Hizbolá sólo puede entenderse desde la lógica estratégica de sus promotores, en especial de los ayatolás iraníes. Para ellos el avance de los valores democráticos es inaceptable, tanto como la propia existencia de Israel. En su perspectiva, todo es reflejo de lo mismo: la influencia de Occidente sobre el Islam, contaminándolo y abocándolo a la decadencia. El armamento nuclear y los misiles, en el caso de los estados, y las acciones terroristas, en el de las formaciones islamistas, son los instrumentos para garantizar tanto la propia supervivencia como el agotamiento del adversario. No tienen duda de que su enemigo es un “tigre de papel”, gatito cuando la referencia es a Europa, y que la constancia en su actitud llevará a la cobarde y decadente sociedad occidental a claudicar.
La relación de Bush con el mundo judío ha sido tradicionalmente tormentosa. Sus comentarios han estado al límite del antisemitismo, cuando no lo han superado. Su apoyo a Israel sólo se puede entender desde la lógica de su estrategia nacional: Estados Unidos está en guerra contra el islamismo, no cabe negociación con estos grupos sino exigir su desarme o destrucción. La responsabilidad de sus actos corresponde a sus miembros, a los estados que los amparan y a los regímenes corruptos cuya escandalosa acción de gobierno empuja a las masas en esa dirección. El naserismo alimenta a los Hermanos Musulmanes tanto como la propia Fatah, por su corrupción e incompetencia. Desde esta perspectiva, Israel no debe ceder ante el chantaje de Hamás y Hizbolá, los rehenes tienen que ser liberados y ambos grupos terroristas liquidados.
Israel no puede quedarse de brazos cruzados ante la agresión que ha sufrido, debe tratar de localizar tanto los arsenales como los centros de mando y control de Hizbolá y Hamás para destruirlos. No es casual que se encuentren en el centro de las ciudades. Buscan protegerse y forzar a sus enemigos a provocar víctimas civiles. Lo primero no lo consiguen, pero sí lo segundo, más aún cuando medios de comunicación no sienten reparo en afirmar, a sabiendas de que es falso, que Israel dispara sobre la población de forma indiscriminada.
Europa se asusta ante las consecuencias de la acción israelí, preferiría que fuera más contenida, que no pusiera en peligro el proceso político libanés y que evitara la posible escalada hacia Siria e Irán. Esas preocupaciones son legítimas, aunque reflejan más sus propios intereses de seguridad que los de Israel. En cualquier caso tienen claro quién es el agresor y quién el agredido, condenan sin reservas el fanatismo islamista y el terrorismo al tiempo que solicitan a Israel autocontrol.
Hay excepciones. Zapatero dio un giro a la política española en Europa. Primero nos retiró del pelotón de cabeza para situarnos en un tercer plano. Hay que valorar que, a diferencia de González y de Aznar, Zapatero se siente incómodo en Bruselas por su ignorancia de los temas a negociar y sus evidentes limitaciones lingüísticas. A continuación nos desmarcó de la línea mayoritaria al promover una apertura hacia los distintos grupos terroristas, reconociéndoles como legítimos actores y aceptando negociar con ellos el estado de derecho. Da igual que hablemos de ETA, de Hamás o de Hizbolá. Para él no es aceptable usar la fuerza contra ellos y no hay más política posible que dialogar y ceder.
Europa se encuentra acobardada y dispuesta a realizar concesiones, pero todavía no ha llegado al grado de inmoralidad de la política defendida por nuestro Gobierno. Para Zapatero el ayatolá Jatamí es un legítimo compañero de viaje en la Alianza de Civilizaciones, de la misma manera que el islamista Tariq Ramadán es un sensato intelectual musulmán. Los merecidos elogios que recibe de ETA y de Hizbolá son prueba inequívoca de su compromiso en contra de los valores occidentales, de los fundamentos de la democracia liberal.
Israel tiene que actuar desde sus propias necesidades de seguridad. La estabilidad del Líbano es muy importante para su futuro, como lo son las relaciones con la Unión Europea. Pero ¿de qué les servirían si pierden la libertad? Lo ocurrido no es un hecho aislado sino una acción concertada y dirigida desde Teherán, que sólo tiene sentido en el marco de la Guerra contra el Terror. No estamos ante meras acciones antiterroristas, puesto que Hizbolá es una multinacional iraní al servicio de los intereses estratégicos de su régimen teocrático.
Irán ha incorporado un conflicto localizado, el israelo-palestino, a uno mucho más general y difícilmente podremos dar marcha atrás.
Por mucho que nos tapemos los oídos o cerremos los ojos, la declaración de guerra que el islamismo nos ha hecho es una realidad. Más nos valdría darnos pronto por enterados y adaptarnos al nuevo entorno estratégico, porque cuanto más tarde reaccionemos será peor. Nuestras fronteras son las de la libertad, representadas tanto por musulmanes moderados, como el difunto Hariri, como por la democracia israelí. Su causa es la nuestra y no podemos permitir que den un paso atrás. Más aún, no debemos animarles a cometer el error de ceder a cambio de espejismos.
Frente al terrorismo no cabe más que la firmeza. Cuando estas formaciones llegan al grado de desarrollo de Hizbolá, un auténtico ejército adiestrado por oficiales iraníes y dotado de misiles capaces de recorrer más de sesenta kilómetros, hay que actuar con toda la contundencia necesaria, por dramáticas que sean sus consecuencias. De no hacerlo así dentro de un tiempo la amenaza será aún mucho mayor. Este no es un problema de Israel. Aunque nos cueste entenderlo, para los islamistas somos lo mismo, hagamos lo que hagamos. Lo que está en juego es la democracia y la libertad de todos nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario