jueves, junio 28, 2007

Berlin y el individuo





TIEMPO RECOBRADO
 
Berlin y el individuo
 
PEDRO G. CUARTANGO

«Los filósofos son adultos que siguen planteándose problemas de niños», escribía Isaiah Berlin. El gran problema al que se enfrentó Berlin a lo largo de su vida era cómo preservar la libertad individual en un mundo dominado por los totalitarismos.
Berlin había nacido en Riga, que formaba parte de la Rusia zarista, y tuvo que emigrar a Londres con su familia en 1921. Estoy seguro de que evocaba sus tiempos de infancia y su dramática peripecia personal en los paseos por Santa Margherita a los que hacía referencia el pasado domingo Pedro J. Ramírez, que acaba de recibir el prestigioso premio que lleva el nombre del gran pensador liberal.

Berlin, como sus contemporáneos Karl Popper y Raymond Aron, defendieron algo que ahora nos parece obvio pero que en los años 40 y 50 era considerado una extravagancia: la primacía del individuo frente a los valores colectivos, su derecho a pensar y actuar libremente, a elegir su propia existencia contra las imposiciones del Estado.

Mientras Popper acuñaba el concepto de sociedad abierta, Berlin hablaba de libertad negativa, que es la que nos permite hacer lo que nos venga en gana siempre que no perjudiquemos a los demás. Frente a ella está la libertad positiva, esa idea de raíz hegeliana sobre la que se construyen los grandes sueños utópicos -o mejor pesadillas- como el comunismo, el nacionalsocialismo o la autodeterminación de los pueblos.

La degeneración del concepto de libertad positiva conduce a los totalitarismos, que son en última instancia la primacía de lo colectivo sobre lo individual. La libertad negativa nos permite, en cambio, realizarnos como personas. No sé si Berlin era zorro o erizo, por utilizar su terminología, pero sí creo que su visión del mundo estuvo siempre vinculada a esa libertad individual que vio pisotear por la Revolución de 1917 y, más tarde, por el ascenso del nazismo.

Algunos pensarán seguramente que Berlin es un pensador pasado de moda, cuya obra reflejó una Europa que ya no existe desde la desaparición del comunismo soviético y el triunfo de las democracias parlamentarias en Occidente. Pero las amenazas que denuncia Berlin en sus libros siguen muy vivas y están entre nosotros, aunque han tomado otro aspecto. Son el nacionalismo que narcotiza a un sector de la población, la hegemonía de lo políticamente correcto, esa sociedad del espectáculo en la que lo verdadero es indisociable de lo falso.

El drama de nuestro tiempo es que nos creemos libres pero no lo somos porque estamos asfixiados por la mediocridad general y por un consumismo ideológico que nos impide ser felices. El valor de cambio ha acabado por confundirse con el valor de uso, destruyendo cualquier posibilidad de elección personal. Individuo significa etimológicamente «indivisible». Hay que volver al origen, a ser indivisibles, a ser dolorosamente conscientes de nuestra singularidad. Ésa es la gran revolución del siglo que viene.


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