domingo, septiembre 09, 2007

LA VERDADERA HISTORIA DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1714

 


LA VERDADERA HISTORIA DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1714
Cómo se construye una gran mentira.

El 11 de septiembre de cada año se celebra la Diada, la fiesta de Cataluña desde que el Parlamento de Cataluña la declaró Fiesta de la Comunidad en 1980. Con ella se recuerda la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas al mando del Duque de Berwick durante la Guerra de Sucesión española en 1714.

Pero ya antes, a finales del siglo XIX, esta fecha era conmemorada por el incipiente nacionalismo político catalán, que le daba una lectura que se alejaba de la realidad histórica, y en su lugar la utilizaba para justificar su nuevo proyecto político. Así, de lo histórico pasaron a lo místico, y de la realidad a la ficción: llegan a realizar una ofrenda floral conmemorativa al conseller en cap Rafael Casanova, presentándolo como mártir, cuando en realidad había muerto veintinueve años más tarde (en 1743) en su domicilio, tras recibir el perdón real. Esta manipulación del hecho histórico como coartada política se ha prolongado hasta nuestros días, convirtiéndose en una descarnada mentira histórica al servicio de la "construcción nacional".

El nacionalismo trajo la desgracia a Europa alentando el fascismo y el nazismo de la primera mitad del siglo XX y hoy, cuando en Europa es rechazado de forma contundente, nuevamente se configura en nuestro país como una herramienta demagógica de enfrentamiento entre personas y territorios al servicio de los nacionalismos de nuestro tiempo.

Ciudadanos no acepta esa mentira.

Por ello en Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía no celebramos la Diada del 11 de septiembre, puesto que no queremos ayudar, con nuestra participación, a perpetuar una mentira histórica que además sea un referente simbólico común a todos los catalanes. La manipulación que han llevado a cabo los independentistas del significado histórico del 11 de septiembre de 1714 convierte la conmemoración de este día en la diada nacionalista de Cataluña y no en lo que debería ser: la fiesta cívica de todos los ciudadanos catalanes.

No aceptamos que la manipulación nacionalista del pasado sea jaleada y apoyada por una ciudadanía democrática y libre.

No al silencio: pasemos a la acción.

La mayoría de los catalanes no se siente identificada con esa celebración nacionalista y decide libremente celebrarlo a su manera. Es un día festivo, ideal para disfrutar de la familia y de los últimos días del verano. Sin embargo, en Ciudadanos creemos que la pasividad silenciosa de buena parte de la sociedad catalana da alas a las ambiciones y manipulaciones nacionalistas. Su mentira no puede convertirse en verdad por el mero hecho de que sea repetida como un mantra irrefutable por sus iluminados habituales, abrigados al amparo de la indiferencia o incluso el hastío que provoca en la ciudadanía esta celebración.

Digámoslo en voz alta: las reiteradas querellas del pasado sólo sirven a quienes las utilizan como coartada para reclamar beneficios políticos en el presente, desviando la atención de los problemas reales de los ciudadanos. Para los nacionalistas, la historia sirve únicamente como instrumento político de adoctrinamiento y manipulación.

Decía Pío Baroja que la historia es siempre una fantasía sin base científica y que cuando se pretende levantar sobre ella un tinglado y sobre éste una consecuencia, se corre el peligro de que un dato cambie y se venga abajo toda la armazón histórica. En Ciudadanos queremos, con algunos apuntes sobre los acontecimientos de la Guerra de Sucesión y sobre el 11 de septiembre de 1714, ayudar a desmontar y refutar las mentiras históricas sobre las que se sustenta argumentalmente el independentismo catalán.


11 de septiembre de 1714: ¿sabías que…?

1)  El 11 de septiembre se conmemora la rendición de la ciudad de Barcelona en 1714, tras la declaración de guerra de las Cortes Catalanas el 10 de julio del mismo año al no reconocer éstas el Tratado de Utrecht que ponía fin a la Guerra de Sucesión Española. La guerra no fue de secesión, como los nacionalistas venden, sino de sucesión. En dicho Tratado el pretendiente a la Corona Española, el Archiduque Carlos de Habsburgo renuncia al trono, reconociendo la soberanía de Felipe D'Anjou, contra el que se la disputó en la llamada Guerra de Sucesión Española, tras la muerte sin descendencia del Rey de España Carlos II. Es decir, fue una guerra civil entre partidarios de dos pretendientes a suceder en la corona de España al rey muerto sin descendencia.

2)  Madrid, Alcalá y Toledo lucharon en el mismo bando que Barcelona. La Guerra de Sucesión española, al contrario de lo que argumentan los nacionalistas, no supuso el enfrentamiento entre Cataluña- Austria y España (o Castilla) - Francia. Ciudades y comarcas pertenecientes al antiguo reino de Aragón como Castellón, Alicante, Calatayud o Tarazona, así como el valle de Arán, y ciudades del interior de Cataluña como Vic y Cervera, fueron partidarias de Felipe V, el rey Borbón. Y lugares como Madrid, Alcalá o Toledo se declararon fieles al aspirante austriaco, el archiduque Carlos. El enfrentamiento entre territorios españoles de 1714 es otra falsedad esgrimida por el nacionalismo para negar el carácter de guerra civil que tuvo aquella sucesión al trono. En realidad ésta fue una contienda internacional en la que se dirimía la hegemonía entre las diferentes potencias europeas.

3)  Los catalanes no perdieron sus libertades civiles, sino que los poderosos perdieron sus privilegios exclusivos. Las Cortes Catalanas, lejos de tener las características de una democracia, tal y como la entendemos ahora, representaban a los tres estamentos (clero, nobleza y burguesía urbana) a los que, dentro del patrón feudal del Antiguo Régimen, el Rey les había concedido tal privilegio, relegando totalmente a la inmensa mayoría de la población. Del Rey emanaban todas las instituciones.

4)  La facción en Cataluña favorable al pretendiente Carlos no partió de una rebelión espontánea ni popular. En realidad, expresaba los intereses políticos de la clase dirigente barcelonesa que quería potenciar su presencia comercial en América, de tal forma que sus privilegios forales no estaban en juego, ya que el pretendiente Borbón en ningún momento los cuestionó.

5)  El Rey Borbón reinó sin oposición interna entre 1700 y 1705 hasta el punto que en 1701 había celebrado Cortes en Barcelona, donde no sólo confirmó los fueros, sino que recibió numerosas donaciones.

6)  Los seguidores de Carlos de Habsburgo en Cataluña defendían la unidad de España. Trataban de imponer su candidato al conjunto de todo el país, apelando a la libertad de toda España, recelosos de la influencia francesa; lejos, pues, de cualquier aspiración secesionista o desmembradora. Los soldados que fueron derrotados el 11 de septiembre de 1714 frente a las tropas de Felipe V estaban mandados por el general Antonio de Villarroel, que en su última arenga les recordó: "estáis luchando por nosotros y por toda la nación española".

7)  El denominado decreto de Nueva Planta, llamada en realidad Cédula Real de Nueva Planta de la Real Audiencia del Principado de Cataluña, organizaba las instituciones judiciales en Cataluña, respetando las Constituciones y prácticas previas, estableciendo que los letrados fuesen expertos en legislación y lengua catalana. Fijaba el castellano meramente como lengua jurídica y eliminaba los privilegios por nacimiento en un territorio determinado.

8)  El final de la guerra supuso el final de tres siglos de decadencia de Cataluña y el inicio de su resurgimiento económico. El siglo XVIII, lejos de ser un periodo de declive en Cataluña, resultó ser una etapa de particular esplendor y auge demográfico, agrícola, comercial e industrial, que más que fundamentarse en el comercio internacional, centrado en productos agrícolas, se benefició del proteccionismo de la Corona.

9)  Rafael Casanova no fue un mártir. El día del asalto final de las tropas borbónicas, Casanova estaba durmiendo y, avisado, se presentó en la muralla con el estandarte de Santa Eulalia para dar ánimos a los defensores. Herido de poca gravedad por una bala en el muslo. Casanova fue trasladado al colegio de la Merced, donde se le practicó una primera cura. Tras caer la ciudad en manos de las fuerzas borbónicas, quemó los archivos, se hizo pasar por muerto, y delegó la rendición en otro consejero. Huyó de la ciudad disfrazado de fraile y se escondió en una finca de su hijo en Sant Boi de Llobregat. En 1719 fue amnistiado y volvió a ejercer como abogado sin ningún problema hasta retirarse en 1737. Murió en Sant Boi de Llobregat en 1743. Un verdadero "héroe".


FUENTES: John Lynch: "La España del siglo XVIII". Ed.Crítica. Pere Anguera: "El 11 de septiembre. Orígenes y consolidación de la Diada". Revista "Los días de España", núm. 51, 2003. Núria Sales: "Els segles de la decadència: segles XVI-XVIII". Edicions 62. "Nueva planta de la Real Audiencia del Principado de Cataluña establecida por su Majestad por Decreto de 16/09/1716", imprenta de Joseph Teixidó.


sábado, septiembre 01, 2007

Profesores «cómplices» publican, cara al nuevo curso, manuales de Educación para la Ciudadanía

 




Dos editoriales católicas y dos editoriales laicas han publicado manuales siguiendo las directrices del gobierno socialista, aunque en algún caso sus contenidos se aparten del pensamiento Alicia sin que pueda saberse muy bien qué rumbos proponen

Cara al próximo comienzo del curso 2007-2008, en el que se pone en marcha en el sistema educativo español la nueva asignatura «Educación para la Ciudadanía», que ha asumido directrices emanadas de la Unión Europa (consideramos útil para el lector recordarle algunos de los artículos que sobre este asunto han sido publicados en esta revista: Demetrio Pérez, «Sobre la denominada 'Educación para la Ciudadanía'», nº 33, noviembre 2004; Joaquín Robles, «Educación para la ciudadanía: Protágoras y Gorgias», nº 36, febrero 2005; Gustavo Bueno, «Sobre la educación para la ciudadanía democrática», nº 62, abril 2007; Antonio Romero Ysern, «Educación para la feligresía» nº 62, abril 2007) dos editoriales católicas (Ediciones Don Bosco, de los padres salesianos, y SM, de los padres marianistas) y dos editoriales laicas (Santillana, del grupo PRISA; y Akal, editorial bien conocida) han publicado manuales siguiendo las directrices del gobierno socialista, aunque en algún caso sus contenidos se aparten del pensamiento Alicia sin que pueda saberse muy bien qué rumbos proponen.






EL CATOBLEPAS - Número 66

 




Ya está disponible el número 66 (agosto 2007) de EL CATOBLEPAS, revista crítica del presente:






miércoles, julio 18, 2007

El desplome ficticio de la Sagrada Familia




VÍDEO DE LA PLATAFORMA
El desplome ficticio de la Sagrada Familia

http://www.youtube.com/watch?v=Y9j0_NivFj4


MADRID.- "La Sagrada Familia de Barcelona se desploma". Con este alarmante mensaje la plataforma L'AVE pel litoral, que se opone al paso del túnel del AVE bajo la fachada del edificio de Gaudí, ha elaborado un vídeo en el que aparece la caída ficticia del templo.

El vídeo simula un informativo de televisión que ofrece la noticia acompañada de las imágenes del desplome grabadas por un supuesto vídeoficionado.

De esta manera, la plataforma trata de llamar la atención sobre el peligro que, a su entender, conlleva el trazado del túnel que previsto.

Por su parte, Adif ha asegurado que la construcción del túnel del AVE no le hará "ni cosquillas" a la Sagrada Familia y que no se necesitaría tomar ninguna medida de seguridad, además de señalar que la construcción del propio templo provoca deformaciones en el terreno "muchísimo mayores" que las del túnel.

Adif ha explicado que se inspeccionarán a fondo unas 2.500 viviendas en Barcelona y que, si algún vecino de las 10.000 viviendas que están en el entorno del túnel del AVE lo solicita, también será inspeccionada su vivienda.

Los técnicos puntualizaron que no existe "garantía total" de que no haya grietas en los edificios.

Además han explicado que el trazado del AVE por Barcelona, cuya obra autorizó licitar el Gobierno el pasado viernes y que pasa por la calle Provenza hasta la Diagonal y sigue por la calle Mallorca hasta Sagrera, es el "más seguro" y viable de todos los que se han estudiado, ya que no pasa por debajo de ningún edificio.

martes, julio 17, 2007

Cuadernos de Ermua 22




Queridos amigos,

Os comunicamos que podéis acceder a Cuadernos de Ermua 22 – “El Foro Ermua ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco: historia de una agresión nacionalista”

 

-     Con toda su dignidad a cuestas ¡Respeto al hombre!

-     De la manipulación informativa al atestado del Foro Ermua por supuesta provocación e insultos

-     La realidad del revés: el Gobierno vasco se querella contra el Foro Ermua

Estamos preparando Papeles de Ermua Nº 9.

Os enviaremos el enlace en los próximos días.

Recibid un cordial saludo.

 

lunes, julio 02, 2007

MADRID: CAMPUS FAES 2007: Navacerrada (Madrid), del 2 al 15 de julio de 2007








El Campus FAES cumple su cuarta edición. Como en años anteriores, el Campus FAES ‘2007 será el punto de referencia principal del debate de ideas y argumentos durante el verano, por encima de otros cursos de verano de más antigüedad.

Durante quince días varias decenas de expertos de primer nivel, españoles y extranjeros, aportarán enfoques nuevos e ideas a tener en cuenta sobre cuestiones que interesan al presente y futuro de nuestro país y del mundo occidental. Las sesiones, abiertas a los medios de comunicación, contarán con varios centenares de participantes, en su mayor parte jóvenes dedicados a tareas académicas, políticas o profesionales.


jueves, junio 28, 2007

Berlin y el individuo





TIEMPO RECOBRADO
 
Berlin y el individuo
 
PEDRO G. CUARTANGO

«Los filósofos son adultos que siguen planteándose problemas de niños», escribía Isaiah Berlin. El gran problema al que se enfrentó Berlin a lo largo de su vida era cómo preservar la libertad individual en un mundo dominado por los totalitarismos.
Berlin había nacido en Riga, que formaba parte de la Rusia zarista, y tuvo que emigrar a Londres con su familia en 1921. Estoy seguro de que evocaba sus tiempos de infancia y su dramática peripecia personal en los paseos por Santa Margherita a los que hacía referencia el pasado domingo Pedro J. Ramírez, que acaba de recibir el prestigioso premio que lleva el nombre del gran pensador liberal.

Berlin, como sus contemporáneos Karl Popper y Raymond Aron, defendieron algo que ahora nos parece obvio pero que en los años 40 y 50 era considerado una extravagancia: la primacía del individuo frente a los valores colectivos, su derecho a pensar y actuar libremente, a elegir su propia existencia contra las imposiciones del Estado.

Mientras Popper acuñaba el concepto de sociedad abierta, Berlin hablaba de libertad negativa, que es la que nos permite hacer lo que nos venga en gana siempre que no perjudiquemos a los demás. Frente a ella está la libertad positiva, esa idea de raíz hegeliana sobre la que se construyen los grandes sueños utópicos -o mejor pesadillas- como el comunismo, el nacionalsocialismo o la autodeterminación de los pueblos.

La degeneración del concepto de libertad positiva conduce a los totalitarismos, que son en última instancia la primacía de lo colectivo sobre lo individual. La libertad negativa nos permite, en cambio, realizarnos como personas. No sé si Berlin era zorro o erizo, por utilizar su terminología, pero sí creo que su visión del mundo estuvo siempre vinculada a esa libertad individual que vio pisotear por la Revolución de 1917 y, más tarde, por el ascenso del nazismo.

Algunos pensarán seguramente que Berlin es un pensador pasado de moda, cuya obra reflejó una Europa que ya no existe desde la desaparición del comunismo soviético y el triunfo de las democracias parlamentarias en Occidente. Pero las amenazas que denuncia Berlin en sus libros siguen muy vivas y están entre nosotros, aunque han tomado otro aspecto. Son el nacionalismo que narcotiza a un sector de la población, la hegemonía de lo políticamente correcto, esa sociedad del espectáculo en la que lo verdadero es indisociable de lo falso.

El drama de nuestro tiempo es que nos creemos libres pero no lo somos porque estamos asfixiados por la mediocridad general y por un consumismo ideológico que nos impide ser felices. El valor de cambio ha acabado por confundirse con el valor de uso, destruyendo cualquier posibilidad de elección personal. Individuo significa etimológicamente «indivisible». Hay que volver al origen, a ser indivisibles, a ser dolorosamente conscientes de nuestra singularidad. Ésa es la gran revolución del siglo que viene.


Culto a la singularidad





TRIBUNA LIBRE

Culto a la singularidad


EUGENIO TRIAS

Nuestra sociedad, la que corresponde a la actual hora global, no queda suficientemente descrita si se la caracteriza como sociedad de masas. Tampoco la cultura en que nos hallamos integrados. Este concepto -las masas- debe ser repensado y criticado en profundidad. Lo masivo sería el sustrato inerte, emocional e intelectual, sobre el que se sustentan infinidad de figuras minoritarias.

El viejo paradigma jerárquico de élites gobernantes frente a masas en rebelión pertenece a otra época histórica. La nuestra nada tiene que ver ya con la que compartieron, antes de la II Guerra Mundial, Freud y Ortega y Gasset, o en los años treinta Walter Benjamin y T. W. Adorno. Tampoco con la que describieron los filósofos y sociólogos americanos, o afincados en Norteamérica, de la última posguerra (Vance Packard, David Riesman, Herbert Marcuse).

Lo masivo constituye hoy un sustrato inerte y regresivo del comportamiento y del pensamiento, o del sentimiento y la erótica. Sobre ese cimiento espeso brotan pequeñas y diferenciadas singularidades.

Hoy todo lo relevante y valioso, o lo que posee sesgo de innovación y creatividad, lo constituye una infinidad de pequeños ecosistemas en los que florecen y se expanden formas de vida minoritarias.

El universo global asiste, con admiración, a la irreversible expansión de toda suerte de micromundos. Lo singular tiene ancho campo de aventura y de conquista. Pero es imprescindible comprender, ante un fenómeno tan novedoso, que nunca será ya posible resolver esa abigarrada pluralidad en una Unidad Suprema Superior, o en una Totalidad Unificada y Sistemática.

Al policentrismo político de la era global corresponde esa pululación de miríadas de minisistemas que se alzan sobre un sustrato neutro -obtuso y carente de matiz- de naturaleza masificada.

No son, quizás, cifras mayoritarias las que componen el pequeño mundo de quienes aman apasionadamente la música de Josquin Desprez o de Guillaume Du Fay. Constituyen, con toda seguridad, algo marginal e irrelevante frente a la ley de grandes números: la que rige cada convocatoria de los principales espectáculos de música rockera. Pero si se suman los aficionados a la polifonía del Primer Renacimiento -pongamos, por ejemplo, treinta en Madrid, ciento cincuenta en Nueva York, veinticinco en Budapest, doce en Burdeos, cincuenta en Praga, nueve en Nueva Orleáns, once en Sao Paulo, cuatro en Novosivirsk y seis en Seúl- comienzan ya a componer un colectivo respetable. Tanto más si logran hallarse en contacto, y si consiguen formar una suerte de pequeña comunidad proyectada a escala universal, mundial. El ejemplo que doy es azaroso. Está basado en mi propia introspección. Podrían darse miles o millones de ejemplos alternativos.

Llevemos este razonamiento al universo infinito de las aficiones, los deseos, los estados de opinión, las curiosidades intelectuales y morales, las inclinaciones artesanales y tecnológicas, más toda la inmensa y diversificada cartografía de las artes y de las ciencias, de la economía, de la vida institucional o política, y tendremos quizás el más relevante tapiz de lo que está sucediendo, últimamente, en nuestro mundo global.

Amo la palabra singularidad. Siempre la he preferido a individualidad. Tiene la connotación de lo que se sale de la norma común pautada. Señala algo que se destaca sobre toda media indiferenciada, o respecto a una colectividad unánime en sentimientos y en opiniones. Incluso tiene el sabor de lo extravagante y asombroso.

Los físicos hablan de singularidades del espacio-tiempo para referirse a los agujeros negros o al Big Bang. Quizás en nuestro mundo comienzan a circundar, cual orla de distinción sobrepuesta al sustrato común indiferenciado, una infinidad de pequeños agujeros negros, como los que tanto gustan ciertos astrofísicos: universos minoritarios regidos por la ley de lo excepcional y sorprendente. Hoy las excepciones comienzan a ser, en las sociedades más avanzadas, la regla. No confirman ésta. Sencillamente toman distancia respecto a todo lo que parece ser regular y legal, o estadísticamente mayoritario.

Creo que nos dirigimos, con lentitud pero de forma quizás irreversible, hacia una cultura y una sociedad tentada por la singularidad. Pero esa tendencia avanzada se contrapone a un fondo espeso anclado en hábitos petrificados.

En ese subsuelo rige e impera el principio de inercia. Para Leibniz, el filósofo de las infinitas constelaciones monádicas, la vis inertiae constituía el estigma que el pecado original había dejado en la naturaleza.

Quizás el litigio futuro se produzca entre ese fondo opaco y esa cultura de pequeñas comunidades -de afición, de erotismo, de curiosidad- siempre minoritarias y singulares. Ésas ya comienzan a mostrar su hegemonía entre las capas sociales más despiertas del primer mundo.

El mejor patrón que hoy disponemos para evaluar el adelanto o el atraso de una determinada sociedad se halla en el predominio de uno u otro principio: el minoritario, proyectado hasta el infinito del universo global, o el masivo y masificado que subyace siempre como zócalo resistente y obtuso.

Hoy lo corriente y común, lo más vulgar y tópico, consiste en profesar agnosticismo, incredulidad o indiferencia respecto a las grandes cuestiones religiosas. O en seguir de forma gregaria lo que dicta el Vaticano, el Dalai Lama, o la Sinagoga, o las principales comunidades religiosas del planeta. Pero cabe una fe cristiana que no asume ni acepta esas directrices colectivas. Y es posible descubrir, aquí y allá, personas que participan de estas ideas y sentimientos, por muy minoritarias que sean. Por poner números posibles: doscientas en Barcelona, cuatrocientas en Madrid, trescientas en Valencia, tres mil en Nueva York, cien en Roma, cincuenta en Budapest. Se va sumando, y al final se compone un colectivo singular que se destaca sobre el fondo de irreflexión alentado por la cultura oficial (religiosa o laicista).

Una minoría relevante la constituye la de aquellas personas que aman los toros en Barcelona. Nunca me he sentido seducido por ese espectáculo, pero respeto a personas que aman la fiesta nacional, y que saben vibrar con sus innegables valores estéticos, vitales y morales. Frente a la unanimidad masificada de quienes, con argumentos de ínfima calidad, se atracan con un confuso mejunje de nacionalismo sin exigencias y de vulgata ecologista -con el agravante de un amor desmedido por nuestros hermanos los animales que esconde un secreto odio a nuestra vulnerable condición- ese colectivo antitaurino parece arrasar en los índices de audiencia. Ese mismo triunfo les delata en su indigencia intelectual y moral.

El sustrato masivo siempre se rige por la tiranía de los Grandes Números, o por un culto exacerbado a la estadística. Cree con fe ciega que la vox populi es, siempre, incondicionalmente, vox Dei.

Incluso en ámbitos que son el sancta sanctorum de la sociedad y de la cultura de masas se advierte esta diferenciación: también en el deporte; incluso en el mismísimo fútbol. Lo masivo e inerte consiste en rendir culto y pleitesía a los equipos futbolísticos triunfadores: los que despiertan sentimientos ciegos de adhesión unánime. El Barcelona Fútbol Club, por ejemplo, por circunscribirme a ambientes catalanes.

Recuerdo en mi infancia el disgusto moral y estético que me provocaba el espectáculo de unanimidad -gobernada siempre por la vieja ley de Lynch- que pude descubrir en el estadio barcelonista. Por esa razón quizás, por sentir como agresión el sentir común, me fui decantando, a pesar del propio ambiente familiar en que me hallaba, hacia la simpatía por un club minoritario: el Real Club Deportivo Español.

Gracias a esa peculiar decisión aprendí lo que era la complicidad. Éramos pocos los españolistas en el pequeño mundo de amigos de colegio. Pero poseíamos en esa comunidad de sentimiento un pequeño inventario de personajes y gestas. Aún hoy me paro por la calle al encontrarme con amigos de infancia con quienes fundaba una fidelidad contraria a los hábitos unánimes.

Al verme con ellos recordamos con nostalgia y ternura las alineaciones de entonces: Arcas, Piquín, Mauri, Marcet y Egea; Argilés, Parra, Catá, Faura; los mediovolantes (que así se llamaban entonces) Bolinches, Artigas, Casamitjana. ¿Quién, si no esa pequeña tribu construida y mantenida a base de sobreentendidos, podría recordar aún hoy al medio centro brasileño Racamán, a los hispanoamericanos Benavídez y Coll, a Sastre que corría siempre por la banda derecha, o más tarde a los brillantes cinco delfines: a José María, a Re, a Marcial, a Torres, al gran Marañón?

Ese Real Club Deportivo Español ha sido este año protagonista: a él le debe (unido a un esfuerzo agónico de naturaleza titánica) el Real Madrid el campeonato de la Liga de fútbol. El Club de Fútbol Barcelona se verá obligado, después de esta temporada, a no despreciar a este club tan singular.

En él puede mostrarse, también en fútbol, una suerte de diferenciación y distinción en el ámbito catalán: un territorio donde parece a veces predominar -en fútbol, en política, en cultura- el sentimiento y el estado de opinión propio de la sociedad y de la cultura de masas (unánime, uniforme, siempre unido en los mismos sentimientos, y enfrentado eternamente a la misma y recurrente bête noire).

Pero en todas partes de Cataluña hay gente del Español: en Girona, en Lleida, en Tarragona, en Sabadell, en Terrassa, en Vich, en Manresa, en Figueres, en Barcelona. Son pocos quizás; pero componen un número suficiente para formar una minoría futbolística relevante.

Lo más regresivo y atávico en el sentimiento y en la opinión pública lo protagonizan las grandes entidades -deportivas, musicales o culturales- que movilizan los sentimientos más intensos (pero también los más previsibles). Y los coeficientes intelectuales más deprimentes.

Frente a la tiranía de los índices de audiencia y de las grandes superficies, de la ávida persecución del beneficio rápido y del best seller, o del culto indiscriminado a la cantidad por encima de la cualidad, se va propagando de modo espontáneo una onda expansiva de pequeños universos de afición, de erotismo, de curiosidad y aventura. Son inicios -e indicios- esperanzadores de una cultura y de una sociedad que comienza a regirse por el culto a la singularidad.

Eugenio Trías es filósofo y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.


martes, junio 26, 2007

Líbano







Una lección práctica de Educación para la Ciudadanía





TRIBUNA LIBRE
 
Una lección práctica de Educación para la Ciudadanía
 
JOSÉ ANTONIO MARINA

En este momento, hay planteado en España un debate ético de gran importancia. Y no deberíamos dejar que posturas descalificadoras, con frecuencia basadas en meros juicios de intención, lo detuviera. Debemos prolongar la discusión el tiempo necesario, pero con la mayor lucidez posible, y con el afán de progresar en nuestro conocimiento.

Aunque el desencadenante ha sido la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, en realidad versa sobre asuntos de enorme transcendencia personal y social. Por ejemplo, sobre el derecho de los padres a educar, o el derecho del sistema público de enseñanza a transmitir valores éticos, o la formación de la conciencia moral, o la discusión sobre si podemos ponernos de acuerdo en estos temas, o acerca del fundamento de la moralidad. He de reconocer a la Conferencia Episcopal, al Foro de la Familia y al grupo de Profesionales para la Ética, la tenacidad y el apasionamiento con que están fomentando el debate. No estoy de acuerdo con muchas de sus opiniones -y desde luego no merecen que se les identifique con los vocingleros que les jalean- pero hacen muy bien en defender sus posturas, y en plantear una discusión pública sobre asuntos que no les afectan sólo a ellos, sino a la sociedad entera. También a usted, lector, aunque no tenga hijos en edad escolar.

Uno de los objetivos de la nueva asignatura es enseñar a nuestros jóvenes a desarrollar un pensamiento crítico y a saber argumentar sobre temas éticos. Es importante fomentar esas competencias porque el nivel ético real de una sociedad depende de los valores morales con los que rija su comportamiento. Tiene que elegir entre honradez y corrupción, por ejemplo. Cuando los filósofos políticos norteamericanos insisten en que la salud de la democracia se basa en la virtud de los ciudadanos, merecen ser tenidos en cuenta.

En este momento vivimos en un relativismo tolerante y políticamente correcto, que no necesita justificar sus conductas o evaluaciones. Es fácil comprender tal actitud. Los crímenes llevados a cabo en nombre de certezas absolutas han recomendado un pensamiento débil. Los hombres con firmes principios resultan sospechosos. El hedonismo consumista es menos peligroso que el fanatismo integrista. Pero pensar que no necesitamos la afirmación de valores éticos universales es un error. Sus efectos no se notan mucho porque vivimos en una sociedad democrática profundamente penetrada de valores éticos -desde el sistema jurídico al sistema de seguridad social- que suple, oculta, o reprime las carencias éticas individuales. En una palabra, que nos protege. El Código Penal ha venido a llenar un vacío ético, y cunde la idea de que son aceptables todos los comportamientos que no sean delictivos. Pero esto es un disparate.

Hay actos indecentes, deshonestos, inmorales, que no son delitos. Pertenecen al ámbito ético. Por ejemplo, una persona puede comportarse con su familia de una manera áspera, cruel, despreciativa, sin ser por ello un delincuente. Sin embargo, su conducta es inmoral. Tomar drogas no es un delito, pero es un comportamiento éticamente indeseable. La infidelidad puede no ser un crimen pero es una deshonestidad. Reducir la normativa al derecho y a sus sistemas coactivos supone endurecer la convivencia y debilitar la autonomía moral. Además, anima a dar un paso más y afirmar que sólo es malo el delito descubierto, no el que permanece oculto. El miedo al castigo se convierte así en el único criterio.

Creo que existen unos principios éticos universales, y que la Declaración de los Derechos Humanos los recoge. Pero estos principios y su interpretación deben ser justificados por un uso público de la razón, igual que los principios científicos, aunque su índole sea diferente. Por eso necesitamos el debate. Lo enseñamos en la escuela y debemos practicarlo en la calle. La razón individual puede «muy racionalmente» justificar el egoísmo. O equivocarse de cualquier manera. «En mi soledad -decía Antonio Machado- he visto cosas muy claras, que no son verdad». Sin embargo, cuando esa razón tiene que contender con otra razón, una inteligencia argumentar con otra inteligencia, un interés contra otro interés, la razón ética, que es una inteligencia compartida, va adquiriendo fortaleza, va corroborando sus valores y logros.

Por eso animo al debate. Como una lección práctica de Educación para la Ciudadanía. Comencemos por uno de los puntos en cuestión. ¿Tiene el Estado derecho a imponer una ideología moral? No, los estados confesionales siempre son nefastos. La historia de los totalitarismos del siglo pasado, incluido el franquista, demuestra que hay que andarse con cuidado con los poderes conferidos al Estado. Mi generación tuvo que aprender que «España tiene voluntad de Imperio» y afirmar que «la plenitud histórica de España es el Imperio», y que «el mejor destino de las urnas es ser rotas», y repetir insultos contra el régimen de partidos, y abominar de los Borbones, y también recibió una educación religiosa obligatoria. Afortunadamente, los efectos del adoctrinamiento suelen esfumarse en cuanto desaparece el sistema político en que se apoya.

Así pues, es evidente que las decisiones del Estado deben someterse a una escrupulosa vigilancia, para que podamos sentirnos a salvo. Ésta es una de las funciones de la democracia y uno de los ingredientes básicos de la educación ciudadana. Todos los poderes conferidos al Estado deben legitimarse y limitarse. Sin embargo, reconocemos al Estado competencias educativas. Nos parece aceptable que seleccione los contenidos de la enseñanza, siempre que tengan un valor objetivo y universal. Nadie protesta porque se estudien matemáticas o física. La polémica surge cuando los contenidos se consideran subjetivos o partidistas. Por lo tanto, lo decisivo es saber si la ética es un saber universal o sectario. ¿Hay un conjunto de principios éticos universalmente válidos? Si no lo hay, la ética debe eliminarse de la escuela; si lo hay, debe incluirse en los programas educativos.

¿Y quien debe educar? Existe, reconocido por la Constitución y los Derechos Humanos, el derecho de los padres a educar a sus hijos, pero más fundamental aún es el derecho de los niños a ser bien educados. Hablar del «derecho a educar» -sea por parte de los padres, las iglesias, el estado o quien sea- es presuntuoso, implica una patrimonialización de los niños. El derecho fundamental es el de los niños a ser bien educados. Y ese derecho impone a los padres, al Estado, a la sociedad entera, el deber de educar bien. Y si hay una ética universal, unos valores y normas esenciales a nuestra convivencia justa, debe formar parte de esa educación, en la que todos tenemos el deber de colaborar.

Este es un problema de extraordinaria relevancia, que afecta a las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, entre la cultura religiosa y la cultura laica, y también al entendimiento entre las distintas religiones. Cuando se impuso la paz en una Europa desangrada por las guerras de religión, se hizo en nombre de un principio ético de respeto a las creencias personales, que no había existido hasta entonces. En la Suma Teológica de Tomás de Aquino, espléndida muestra de talento filosófico, se distingue con precisión entre la «teología moral» y la «moral filosófica». Se diferencian en su fuente de legitimidad: la revelación, en el caso de la teología; la razón, en el caso de la filosofía. Y el santo dominico dice que ambas son legítimas y autónomas, y que, de hecho, la teología moral debe utilizar en sus argumentos las conclusiones de la moral filosófica.

De la misma manera que la gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona, así la teología moral no anula la moral natural sino que, a su juicio, la perfecciona también. Las religiones, por lo tanto, no tienen nada que temer de la ética. Al contrario, los derechos humanos son grandes defensores de la religión, puesto que reconocen el derecho a la libertad religiosa, de conciencia o de culto. Pero, en dirección contraria, la visión laica de la vida no debe mirar con desdén a la religión, pues eso es despreciar un derecho fundamental de los individuos, sino señalar los límites de la teología moral en el ámbito de los valores universales. Algunas proclamas laicistas considerando esta asignatura como un triunfo sobre la religión no eran pertinentes porque no estaban justificadas.

La religión cristiana ha colaborado al perfeccionamiento de la experiencia ética de la Humanidad. Sin duda alguna, ha cometido muchos errores, y algunas de sus posturas morales reclaman un cambio urgente, pero sería ridículo tirar al niño con el agua sucia. El genial Bergson, en Las dos fuentes de la moral y de la religión explicó la beneficiosa influencia que han ejercido las grandes personalidades religiosas. Tienen la capacidad de presentar valores nuevos que satisfacen grandes expectativas del ser humano. No me extraña que Mircea Eliade, un agnóstico especialista en historia de las religiones, dijera que el estudio de las religiones era una experiencia transformadora. El contacto con la experiencia religiosa profunda lo es.

Pero no hay que confundir a Mahoma con la guerra santa, a Jesús de Nazaret con la condena de la homosexualidad, o la compasión de Buda con la protección de la mosca tsé-tsé.

Sigamos con las lecciones prácticas. Otro de los temas que hemos de enseñar en Educación para la Ciudadanía es la objeción de conciencia. ¿Dónde se va a enseñar, si no? Se trata de una muestra de respeto del sistema democrático hacia la conciencia privada. Permite, nada menos, que desobedecer una ley por motivos religiosos o morales. Pero este espléndido derecho no es absoluto, porque entonces entraría en quiebra toda seguridad jurídica, sino que tiene que ser rigurosa y racionalmente justificado en cada caso. En este momento se está animando a la objeción de conciencia hacia la nueva asignatura. Estamos aquí, también, ante una lección práctica de ciudadanía. ¿Cómo se debe justificar una objeción de conciencia? ¿Hay razones en este caso para ejercerla?

Es probable que este asunto aburra a mucha gente. Los debates éticos interesan muy poco, porque parece que en ellos no se progresa nunca, y eso produce un descrédito de la razón y un escepticismo generalizado. Seguimos repitiendo rutinariamente razonamientos momificados, cuando en realidad de lo que se trata es de saber cómo orientarnos bien en un mundo contradictorio y complejo.. Aunque la Educación para la Ciudadanía sólo sirviera para haber planteado apasionadamente en el ámbito público un debate sobre los fundamentos éticos de nuestro convivir, ya habría justificado su existencia.

José Antonio Marina es catedrático de Ética, filósofo y escritor. Su última obra es

Por qué soy cristiano

(Anagrama).